Historia del conservadurismo español
Carlos Seco Serrano
5 julio, 2000 02:00Esta Historia del conservadurismo español es reflejo del dominio de Seco Serrano de la materia, pero también de la curiosidad y rigor que le permiten incorporar en su análisis la bibliografía más reciente y las interpretaciones más actuales sobre la política del período
El subtítulo de este libro, "Una línea política integradora en el siglo XIX", resume nítidamente su tesis de fondo. La historia política española del siglo XIX (y también la del XX), tan convulsa, estuvo recorrida por una orientación política apaciguadora y conciliadora encarnada en fuerzas y personalidades conservadoras de inequívoca matriz liberal, acosadas, a derecha e izquierda, por otras fuerzas exclusivistas e intransigentes. La interpretación así resumida choca, saludablemente, con algunos todavía bien arraigados tópicos, lo que hace atrayente su examen; y el interés aumenta siendo quien es el autor del libro.Al profesor Carlos Seco Serrano se le deben estudios fundamentales sobre Historia Contemporánea de España.
éste de ahora es reflejo de su dominio de la materia, pero también de la curiosidad y rigor que le permiten incorporar en su análisis la bibliografía más reciente y las interpretaciones más actuales sobre la fenomenología política del período.
La tesis del libro se ilustra a través de una exposición de los principales avatares de la política decimonónica, desde la crisis del Antiguo Régimen, con una incursión casi epilogal en el siglo XX, hasta la República, pero lo más extenso de él se refiere al "régimen de los generales", el cuarto de siglo del reinado de Isabel II, y a la primera fase de la Restauración, el otro cuarto que concluyó con la desaparición de su inspirador y el Desastre de 1898.
Aunque acompañados de algunos más, secuaces o adversarios (por ejemplo, un Martínez de la Rosa estudiado con especial detalle), tres hombres merecen lógica atención en el análisis de Carlos Seco Serrano: Ramón María Narváez, Leopoldo O’Donnell, y Antonio Cánovas del Castillo. Aunque de modo distinto, los tres habrían sostenido un conservadurismo "transaccionista" y "abierto" capaz de incorporar el "espíritu del siglo", es decir, los postulados básicos del liberalismo, en un equilibrado "justo medio".
No cabe duda de que Narváez distó de ser el patán cuartelero que sus rivales quisieron hacer de él, origen a una caricatura histórica que debe mucho a los chafarrinones valleinclanescos. Pabón, trabajando su archivo, que Seco conoce bien, descubrió al militar de sólidas convicciones liberales, astucia política y cierta altura de miras; desde luego, el hombre más indicado para poner límite a la estulticia de Isabel II, su augusto esposo y la camarilla y para poner orden en una vida política al borde del desquiciamiento. Pero es discutible que su política fuese integradora, y que su marco legal prioritario, la Constitución de 1845, quisiera tener aquel carácter.
Sea como fuere, él afianzó al Partido Moderado y le dio carácter durante muchos años; carácter liberal sí, pero bien compatible con hombres del pensar y obrar de Cándido Nocedal y de Luis González Bravo, tan poco escrupulosos con las exigencias liberales como para posponerlas sin problema ante un modelo de eficacia política lindante con la dictadura.
Que la capacidad de integración del moderantismo no debió de ser mucha, lo muestra su incapacidad para atraerse al antiguo carlismo o para retener a sus propios "puritanos", semilla de la escisión nuevamente "integradora" y expresión del "justo medio" que fue la Unión Liberal después de 1856. Su espadón, Leopoldo O’Donnell, queda en cualquier evocación mucho más desvaído que Narváez. Quizá no tanto como para que Seco trate de explicar ciertas peculiaridades de su temperamento flemático y parsimonioso por su nacimiento en Tenerife, donde casi no vivió (¿qué pasa, entonces, con su paisano, coetáneo y colega Nicolás Estévanez, el furibundo federal?). Y el propio unionismo participó de sus borrosidades, pero posiblemente no tan babélicas como para hacer de él, como Seco Serrano, el "centro-izquierda". Lo que sí fue la Unión Liberal es cantera de cuadros, con Cánovas del Castillo a la cabeza, y escuela política para el régimen moderado establecido después de 1875.
La Restauración, como "sistema-centro" aglutinador de las consecuencias lógicas de la revolución liberal y las garantías demandadas por la opinión mesocrática, fue obra de un auténtico liberalismo conservador, y su proyectista, Cánovas, "el más grande estadista de nuestra época contemporánea".
Pese a sus deficiencias y lastres, tan pregonados, es bien justa la revisión que del sentido de la Restauración viene haciéndose últimamente y que Seco sanciona. Pero el conservadurismo español del XIX arrastró limitaciones que, junto a sus logros y méritos, se echan en falta en esta interpretación, y que fueron, sobre todo, los que inoculó el Partido Moderado: el morbo escisionista, de Pacheco a Francisco Silvela; la supeditación resignada a la Iglesia; la proclividad a condescender con las derechas autoritarias, del carlismo a los monárquicos maurosianos de Acción Española. Pero que eso no fue ni constante ni esencial, si no al revés, quedará claro para cuantos lean este libro.