Image: Conceptos

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Ensayo

Conceptos

Jerry A. Fodor

12 julio, 2000 02:00

Trad. L. Skidelsky. Gedisa. 236 págs., 2.600 ptas. David J. Chalmers: LA MENTE CONSCIENTE.Trad. J. A. álvarez. Gedisa. 523 págs., 4.900 ptas.

David Chalmers culmina su detenido trabajo sin estar seguro de que su enfoque sea verdadero o falso pero sí que es simple, elegante e intelectualmente atractivo. Se trata de establecer una teoría fundamental de la conciencia, lo más familiar y lo más misterioso

Intentaré hacer un breve, parcial y apresurado resumen de estos dos libros que forman parte de una colección dedicada a las Ciencias cognitivas. Eludo, desde luego, cualquier valoración por mi parte puesto que el tema excede de mi preparación; mucho más cuando entramos en términos polémicos de los que un filósofo podría haber dado mejor cuenta. Como que Fodor subtitula así su obra: "Donde la ciencia cognitiva se equivocó".
Y dice que se equivocó porque, siendo el núcleo de una ciencia cognitiva su teoría de los conceptos, él defiende, en contra de la postura tradicionalmente adoptada, que esa teoría debe ser atomista. Ninguna de las teorías de los conceptos consideradas serias en ciencia cognitiva o en filosofía cumple los requisitos que considera aceptables para quienquiera que desee desarrollar una teoría representacional de la mente, y así va aclarando cuánto y por qué razones quedan desmontadas tales teorías. Piensa que todas ellas, las concepciones clásicas acerca de qué son los conceptos: definiciones, prototipos, abstracciones a partir de sistemas de creencias, etc., son radical y demostrablemente falsas. Argumenta que los conceptos no son definiciones, aun cuando muchas de las representaciones mentales son complejas; si defiende luego que no hay en absoluto representaciones mentales complejas, el único recurso que quedaría es el atomismo.

Así, un par de capítulos los dedica a la "definición de las definiciones", los que me propongo leer con más cuidado del que este comentario de urgencia me ha permitido. Porque no sé qué podría hacer un matemático para establecer sus conceptos si le privan de las definiciones: aunque muy posiblemente le sirva de alivio considerar que sus nociones de concepto y de definición no deben de contar entre las que el autor aquí desarrolla. Eso parece, al menos, desprenderse de una de sus afirmaciones: "También supongo que teníamos conceptos lógico-matemáticos, de los que, no obstante, no tengo nada que decir en el presente libro."

Pues, recíprocamente, algo así me pasa a mí con sus teorías, tanto a favor como en contra, y dicho sea con el máximo respeto. Aunque mucho me enseñará una lectura más reposada que, ciertamente, quiere ponerla al alcance de todos, deteniéndose en explicaciones muy detalladas y curiosas. Plagado está el libro de referencias, por ejemplo, al concepto de "perritud" o de "picaportidad", o definiciones "soltero/no casado", a las que exprime hasta sacar la última gota de su jugo. Y escrito con buen humor, como un chico travieso que se ve -y lo dice- que se ha divertido metiéndose con los demás, y que no tiene reparo en terminar diciendo de su libro: "Espero que algo de él sea verdadero".

También el profesor Chalmers culmina su detenido trabajo sin estar seguro de que su enfoque sea verdadero o falso pero sí que es simple, elegante e intelectualmente atractivo. Se trata de establecer una teoría fundamental de la conciencia, lo más familiar y lo más misterioso: percepciones, pensamientos, sentimientos, la realidad subjetiva de la experiencia. ¿Podría, para empezar, explicarse la conciencia en términos físicos?

El marco teórico en el que fijar este estudio tiene como pieza central el concepto de "superveniencia": unas ciertas propiedades supervienen a otras si no hay dos situaciones idénticas respecto de las últimas que difieren en las primeras. De ese modo el materialismo sería verdadero si todos los hechos positivos acerca del mundo son lógicamente supervenientes a los hechos físicos, lo que, si sucede en casi todos, topa con las excepciones de la experiencia consciente y de la inductividad. Parece plausible que la conciencia surja de una base física, seguramente de la organización funcional del cerebro, pero no que esté implicada por esa base.

Se pueden aislar unas pocas condiciones que relacionan la conciencia y los procesos físicos y que merecen ser llamadas leyes psicofísicas. Y así, lo mismo que las leyes físicas fundamentales explican los procesos físicos, las leyes psicofísicas explicarán las experiencias conscientes asociadas: las primeras gobiernan la cognición y las últimas, al menos en parte, la conciencia. Cognición y conciencia entre las que existen ciertos vínculos que el autor propone estudiar sentando las bases para hacerlo. Pero entonces, de modo parecido a como en la física se encontró una teoría que engloba la electricidad y el magnetismo o se busca en la actualidad la teoría que unifique todas las fuerzas físicas fundamentales, ¿no podría ocurrir, por ejemplo, que encontremos leyes fundamentales que subsuman los fenómenos de la física y de la conciencia en una teoría más amplia?

Ahí queda la pregunta, como tantas otras planteadas en uno y en otro libro. De cuanto en ellos se dice, ya se comprende que yo ni quito ni pongo ley pero ayudo a mi lector, en la medida de mis fuerzas, a que busque su interés, a que sepa de qué tratan y cuál es la línea de su argumentación. Otros más expertos en la materia lo habrían hecho con más propiedad.