Image: Joaquín Sabina, perdonen la tristeza

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Ensayo

Joaquín Sabina, perdonen la tristeza

Javier Menéndez Flores

20 septiembre, 2000 02:00

Plaza & Janés. Barcelona, 2000. 287 páginas, 2.900 pesetas

De su último álbum 19 días y 500 noches dicen en la radio que va por el medio millón de copias vendidas. Lo cierto es que el pasado viernes 8 de septiembre abarrotó la plaza de toros de Las Ventas. La crítica ha dicho que tres horas de espectáculo eran mucho para una voz que nunca ha sido un torrente, pero allí estaba la muchedumbre sin perder ripio. No sólo los de su generación -los de 40 más 10- en la zona VIPS sino, sobre todo, de pie en la arena, una mezcla de progres, rocabilis, roqueros, rumberos y gentes variadas que se sabían de memoria sus canciones. Un éxito.

Joaquín Martínez Sabina nace en úbeda (Jaén) en lo más crudo del franquismo, año 1949, hijo de un funcionario escogido de la policía, la que entonces se llamaba "secreta", y de una señora de su casa. Participa en las revueltas estudiantiles del 68 y principios del 69, es detenido y al año siguiente, tras participar en la colocación de un "cóctel molotov" en una sucursal del Banco de Bilbao en Granada y a punto de tener que hacer el servicio militar, se va al Reino Unido. Como escribe Javier Menéndez Flores, su biografiado se dedica en Londres a sobrevivir: cantando y tocando la guitarra en restaurantes y garitos. Además entra en contacto con la variopinta izquierda española y se resarce de la sequía erótico-sexual de la España de la época. Muerto el General, Sabina vuelve muy curtido en 1977. Hace la mili en Palma de Mallorca y, como escribe Manéndez Flores, "para obtener el pase pernocta con el cual poder trabajar como reportero de un diario local, última hora, contrae matrimonio eclesiástico con la argentina Lucía Inés Correa Martínez, a quien conoció en Londres".

El Sabina de ahora, el que hace salir al escenario de Las Ventas a sus dos hijas, el que coquetea con intelectuales y políticos progres, empieza en 1980 cuando la multinacional CBS (Sony) le contrata y edita su segundo disco de larga duración, Malas compañías, el cual contiene varios de sus títulos clásicos como "Pongamos que hablo de Madrid". Al mismo tiempo actúa con Javier Alberto Pérez y Javier Krahe en un lugar paradigmático de la movida madrileña: La Mandrágora. La actuación en directo le sirve a Sabina para desarrollar su singular capacidad de conectar con el público, y entre la progresía acomodada el boca a boca funciona: hay que escucharle. Pocos autores tienen el talento -y la mala leche- de Sabina. Compone sus canciones y escribe sonetos con una finura y un acierto único para poner el dedo en la llaga. Por si esto fuera poco, su capacidad de seducción aumenta con unos años que no parecen pesarle. Ahí sigue sin meter kilos al cuerpo, con un pelo envidiable y sonriendo a hombres, mujeres y políticos. Ahora es ya un éxito internacional.