Image: Puro humo

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Ensayo

Puro humo

Guillermo Cabrera Infante

27 septiembre, 2000 02:00

Alfaguara. Madrid, 2000. 503 páginas, 3.200 pesetas

En todas estas páginas se advierte la indespistable marca de fábrica de GCI y, en consecuencia, al final sucede con Puro humo que no se lee el libro, se lee al autor

La obra de Guillermo Cabrera Infante (GCI) se diversifica por varios géneros, la novela, el cuento y el ensayo. Nunca, en todo caso, los cultiva con una actitud convencional, y siempre basculan en el doble gozne de lo autobiográfico y de la creatividad verbal. Responde, además, toda su escritura al impulso del narrador nato que convierte lo que escribe en una historia animada y vivaz. Vale casi todo esto lo mismo para sus narraciones más canónicas (las novelescas Tres tristes tigres o La Habana para un infante difunto) que para sus recuerdos viajeros (El libro de las ciudades) o para sus ensayos y críticas cinematográficas (Un oficio del siglo XX).

En el fondo, los libros de GCI tienen una ideación meándrica porque lo habitual en él es que, a partir de un asunto más o menos destacado, vaya y venga por sus alrededores, y se traslade a través de la memoria a su Cuba natal (además, y hay que decirlo entre paréntesis por su carácter pegadizo, aprovecha la menor para darle un rejonazo a Castro). Estos rasgos comunes del escritor caribeño encuentran un campo de cultivo especialmente propicio en un libro suyo escrito en inglés y publicado en 1985, Holy Smoke, que ahora aparece en castellano como Puro humo. El libro llega a nuestra lengua con un proceso idiomático al menos inusual: a partir de una primera versión de íñigo García Ureta, GCI lo ha rehecho con su inconfundible estilo.

El título castellano es más creativo, más feliz me parece, que el original. No habla el autor sólo de la felicidad de fumar, sino que eleva este hábito hoy perseguido con saña en muchos lugares a una categoría, la de una pasión. Una pasión que de algún modo, y sin ponernos estupendos, tiene ribetes metafóricos: fumar es quemar dinero para convertirlo en nada, en una efímera estela, una imagen que aproxima el cigarro a la propia vida. Pero no se anda GCI por los pantanosos terrenos de la trascendencia. Se atiene a la historia de la "fuma", se explaya en un curioso anecdotario, se abre como fumador y conecta el tabaco con la doble obsesión de su vida, la literatura y el cine.

Así, al hilo del tabaco, GCI habla de sí mismo y de su patria -de la que lleva, como se sabe, lustros exiliado-, repasa películas, anota escenas famosas de éstas, y menciona mucha literatura. Incluso, el libro se cierra con una antología glosada de textos literarios relacionados con el fumar. Son textos ingleses porque, señala GCI, es en la literatura en ese idioma donde más se cita el acto de fumar. También se encuentra en la hispánica y a uno le hubiera gustado hallar alguna muestra de ella, aunque nada añadiría a la intención central del autor.

Un libro de éste, surgido por cierto del encargo de un artículo que alcanzó una voluminosa dimensión, permite varias lecturas no excluyentes. Una primera y más obvia tiene alcance histórico. Hay en él, de hecho, una crónica de la difusión del tabaco por el mundo que parte del descubrimiento de unos "hombres chimenea" por un marino de Colón, Rodrigo de Jerez. Colón fue hostil al tabaco, y empeñado en buscar oro, no percibió el negocio que había en la nicotina tabacum. La historia de esta planta se dilata por los siglos posteriores y se anotan los diversos modos de consumo: rapé, pipa, tabaco mascado, cigarrillo... y, sobre todo el puro, que es la forma que se lleva la parte del león del libro. Los interesados hallarán buen repertorio de noticias: variedades geográficas, proceso de preparación, marcas casi míticas, actitudes sociales...

Sobra decir, sin embargo, que lo noticioso no es la dimensión única ni principal de Puro humo. Otras obras hay para ello con más amplia documentación, aunque ni de lejos con su voluntad de recrear desde un punto de vista cultural, casi antropológico, lo que el autor entiende por pasión y que para otros sería simple vicio. Este enfoque hace que el libro evite con un calculado propósito la polémica sobre los efectos del tabaco. Nadie, claro, podría esperar, siendo el autor un artista de la "fuma", ataque alguno. Pero que nadie confíe en encontrar un alegato a favor, que tendría sus seguidores en estos tiempos de persecución inquisitorial y de moralismo calvinista. Nada: en Puro humo el problema es como si no existiera.

Por eso, que nadie vaya al libro esperando revalidar razones para un hábito sin duda nocivo. Quienes no tenemos ni voluntad ni ganas para dejarlo lo leemos con una especial complicidad, pero al final resulta que no nos interesa por eso, sino por otras cualidades. Primero porque es una historia divulgativa desde un punto de vista personalizado muy amena. Después, porque tiene pasajes de excelente humor, regocijantes. En fin, porque, como siempre en GCI, brotan fulgores de estilo. No es la prosa de este libro distinta a la de otros suyos, pero está mucho más contenida porque sus juegos verbales peculiares extendidos a una historia como ésta resultarían insoportables. Sin embargo, no carece de aliteraciones, retruécanos, conceptismo, greguerías... En todo ello se advierte la indespistable marca de fábrica de GCI y, en consecuencia, al final sucede con Puro humo que no se lee el libro, se lee al autor.