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Ensayo

Obra completa

Juan Boscán

1 noviembre, 2000 01:00

Edición de Carlos Clavería. Cátedra, 2000. 568 páginas, 1.500 pesetas

La figura de Juan Boscán (1487/ 92-1542), el "Rodrigo de Triana" del Renacimiento poético español junto al "descubridor" Garcilaso, merece más atención de la que se le viene dedicando. Desde el volumen en que lo estudió Menéndez y Pelayo en 1906, ha sido objeto de algunos buenos trabajos -destaquemos el excelente trabajo de A. Armisén sobre su lengua poética (1982), y ediciones como la de Riquer-Comas-Molas (1957), o las del propio Clavería de 1991 y 1995. La presente supone una puesta a punto crítico-teórica y textual de notable interés. Tras una sobria introducción sobre la vida y obra del vate catalán, se edita cuidadosamente su obra "poética" dividida en cuatro libros: los tres primeros, procedentes de la "princeps" de Amorós (1543), y el cuarto, de obras excluidas por el poeta de dicha edición. La ortografía se moderniza con acierto, las notas -enecdóticas o explicativas- son rigurosas, aunque a veces escasas o muy sucintas. En conjunto, el libro constituye un instrumento muy útil para penetrar en este singular ámbito poético.

La biografía de Boscán se nos ofrece en sus líneas esenciales. Su padre, funcionario bien relacionado con la corona de Castilla, cuida su formación humana y sus relaciones sociales. Así llega a ser criado del rey Fernando de Aragón, miembro de la guardia real, ayo de la familia de Alba, amigo íntimo de Garcilaso de la Vega, conocido de B. Castiglione y A. Navagero, cortesano de Carlos V, y hasta soldado en la defensa de Viena contra los turcos (1532). Casado con Ana Girón (1542), su vida transcurre en palacio, en el seno de su familia, o ante la mesa de trabajo. Representa, en fin, al hombre del Renacimiento, tal como lo describe El Cortesano de Castiglione (1528), que él tradujo en 1534 sobre un ejemplar italiano que le había remitido Garcilaso.

El moderno editor da cuenta puntual del encuentro de Boscán con A. Navagero en Granada en 1526. El embajador de Venecia le induce a cultivar en castellano el tipo de poesía que entonces se hacía en Italia. Boscán acomete la empresa empezando por hispanizar la métrica, para hacer luego lo mismo con los géneros, temas y técnicas. Como resume Clavería, incorpora problemas modernos, asimila a Petrarca, Aquilano o Pontano, se suma a la corriente neoplatónica, etc. Curiosamente, un burgués como él actúa de catalizador de una formidable revolución poética, movido por una curiosidad y sentido de la obra de arte poco comunes. Es verdad que todo olía entonces a Renacimiento en España, que el terreno estaba abonado, y que Garcilaso elevó a genialidad sus intentos pioneros. Pero también lo es su conciencia -semejante a la de Nebrija- de que las nuevas trovas "hasta agora no las hemos visto usar en España", de que su pluma se ensaya "en lo que hasta agora nadie en nuestra España ha probado la suya", y de que "ha querido ser el primero que ha juntado la lengua castellana con el modo de escribir italiano" (ed. Amorós, 1543, fol. XX).

Estoy de acuerdo con C. Clavería en que los versos de Boscán "tienen encantos nada despreciables". Tal vez nunca escribiera un poema perfecto -incluyendo el "Leandro", el "Capítulo" del Libro III, o la "Respuesta a Diego Hurtado de Mendoza". Pero tiene sonetos, fragmentos y acuñaciones certeros: "Yo, por querer, quisiera querer menos"; "Que siempre la verdad es descansada"... Boscán es también "poeta de versos desprendidos", "domador de destellos", "caminante en la noche que ilumina con cegadores cohetes". Sus desigualdades rítmicas pueden deberse a oído poco afinado o a que el castellano no fue su lengua materna. En cualquier caso, como dijo Menéndez y Pelayo -que tan claramente puso de relieve su carencias-, "fueron tales y tantas sus innovaciones técnicas, y tal fortuna lograron, que parece absurdo querer hacer la historia de la lírica del siglo XVI sin analizar muy menudamente a Boscán". Y es que a veces no pueden entenderse los mesías sin sus precursores.