Image: Metáfora y discurso filosófico

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Ensayo

Metáfora y discurso filosófico

José M. Sevilla y Manuel Barrios

29 noviembre, 2000 01:00

Partiendo de la constatación de que la preeminencia del discurso lógico-conceptual en el ámbito filosófico fue relegando la metáfora al papel de tropo ornamental o simple artificio retórico

Tecnos. Madrid, 2000. 236 págs, 3.000 ptas. H. Blumenberg: Las realidades en que vivimos. Paidós. 173 págs, 1.800 ptas.

Para Blumenberg la realidad como tal, esa realidad cruel que nos rodea, carece de sentido propio. E incumbe al hombre construirlo, experimentalmente, mediante alguno de esos orbes simbólicos en los que encuentra refugio y espejo en el que mirarse

En el origen mítico de nuestra cultura figura ya, como es bien sabido, una gran metáfora, la metáfora bíblica sobre los dos árboles del paraíso: el árbol de la ciencia (del bien y del mal) y el árbol de la vida. No son pocas, por otra parte, las aproximaciones a la divinidad que han asumido forma metafórica. La tradicional caracterización de algunas conductas humanas como impropias o inmorales ha pasado, en muchas culturas campesinas, y sigue, sin duda, pasando, por una suerte de animalización metafórica del mundo humano: recuérdese el difundido uso de expresiones como "zorra", "cuervo", "cerdo" o "halcón". Y no sólo eso. Porque del mismo modo que el mundo ha sido históricamente entendido como "gran organismo", "máquina" o "selva y laberinto", hasta el concepto mismo de persona remite originariamente a la máscara con la que el actor se cubría la cabeza y con la que hacía resonar ("personare") la voz. Incluso la propia constitución psicofísica de los seres humanos y la naturaleza del alma o del yo han sido iluminadas cognitivamente mediante las metáforas del piloto y su navío y la de la república o la del ojo. Nada tiene, pues, de extraño que en su Autobiografía Darwin, a quien tanto debe la actual imagen científica del mundo, no dudara en presentar la teoría de la selección natural como una ingente prosopopeya: "Se ha dicho que hablo de la selección natural como una potencia activa o divinidad; pero ¿quién hace cargos a un autor que habla de la atracción de la gravedad como si regulase los movimientos de los planetas? Todos sabemos lo que significan e implican tales expresiones metafóricas..."

Tiene, pues, su lógica profunda que Nietzsche diera en afirmar que todos nuestros conceptos son metáforas -esto es: tropos por los que, por mor de una comparación implícita, el significado regular de un término cede su puesto a otro nuevo-, metáforas que por gastadas, ya no lo parecen. Como la tiene también su reivindicación, de cara a la compresión del origen y de la naturaleza del lenguaje y del conocimiento de algunas tesis centrales del "giro retórico": "no hay", llegaría a escribir lapidariamente, "expresiones ‘propias’ ni conocimiento propio sin metáforas".

éste es el territorio rico, denso, incitante y peligroso por el que se adentra el espléndido volumen sabiamente compilado por Manuel Barrios y José M. Sevilla. Partiendo de la constatación de que la preeminencia del discurso lógico-conceptual en el ámbito filosófico, de Platón al cartesianismo y del idealismo hegeliano al neopositivismo lógico, fue relegando la metáfora al papel de tropo ornamental o simple artificio retórico, los autores que intervienen en este volumen roturan críticamente el tema desde otro ángulo, más ajustado, sin duda, a la naturaleza de la cosa. Y frente a la "arrogante pretensión del concepto de determinar universalmente contenidos sin contar con el rastro sensible de los significantes que le dan nombre" reconocen fructíferamente que "la retórica es epistémica", y que tiene, en consecuencia, que ser reivindicada en tanto que "otra vía de conocimiento".

Algo con lo que Hans Blumenberg -uno de los escritores filosóficos en lengua alemana más originales del siglo- concuerda y a lo que ha dedicado una obra ingente, asumible, en cierto modo, como una caracterización en profundidad de la sustancia última de la cultura occidental, de la que el libro que comentamos, excelentemente prologado por Valeriano Bozal, constituye una pequeña, pero incisiva, muestra. Para Blumenberg, creador explícito de una suerte de bien trabada y contrastada "metaforología", la referencia humana a la realidad es, en efecto, "indirecta, prolija en diferido y, sobre todo, metafórica". Y así, atento, como Cassirer, a la condición creadora de símbolos del hombre, Blumenberg ha ido rastreando en obras de tan rara elegancia como espectacular erudición el recorrido histórico de algunas de esas grandes imágenes simbólicas que conforman el corazón de nuestra cultura y de nuestra misma vida. Y al hacer tal no ha dejado, ciertamente, de formular una tesis "metafísica" que sintoniza con algunos registros centrales del pensamiento posnietzscheano. Porque para Blumenberg, como para Weber, por ejemplo, la realidad como tal, esa realidad cruel y despiadada que nos rodea, carece de sentido propio. E incumbe al hombre construirlo, siempre experimentalmente, mediante alguno de esos orbes simbólicos en los que encuentra a un tiempo refugio y espejo en el que mirarse...