Image: La dignidad en el alero

Image: La dignidad en el alero

Ensayo

La dignidad en el alero

José Antonio Marina y María de la Válgoma publican "La lucha por la dignidad"

6 diciembre, 2000 01:00

Desde hace años, el otoño nos tiene acostumbrados a un nuevo libro de José Antonio Marina que nos hace pensar y sentir. Esta vez lo ha escrito con María de la Válgoma y su ensayo se hinca de lleno en la lucha por la dignidad. ése es su título, ya que los autores estiman que "la dignidad humana no está en el pasado sino en el futuro, es decir, en el alero". El libro, que se subtitula Teoría de la felicidad política, recorre el gran relato de la humanidad a través de la inteligencia, la libertad, la ética y todas esas creaciones humanas que se han constituido en mimbres habituales de las creaciones intelectuales de José Antonio Marina, que está convencido de que el ser humano halla su dignidad al construirla: "este libro es una llamada al tajo", dice. En estas páginas publicamos hoy sus primeros tramos. La lucha por la dignidad aparecerá en Anagrama la próxima semana

En Sierra Leona, los guerrilleros cortan la mano derecha de los habitantes de una aldea antes de retirarse. Una niña, que está muy contenta porque ha aprendido a escribir, pide que le corten la izquierda para poder seguir haciéndolo. En respuesta, un guerrillero le amputa las dos. En Bosnia, unos soldados detienen a una muchacha con su hijo. La llevan al centro de un salón: le ordenan que se desnude. "Puso al bebé en el suelo, a su lado.

Cuatro chetniks la violaron. Ella miraba en silencio a su hijo, que lloraba. Cuando terminó la violación, la joven preguntó si podía amamantar al bebé. Entonces, un chetnik decapitó al niño con un cuchillo y dió la cabeza ensangrentada a la madre. La pobre mujer gritó. La sacaron del edificio y no se la volvió a ver más" (The New York Times, 13-12-1992). Los periódicos están llenos de horrores. La historia también. Hitler, Stalin, Pol Pot y muchos otros deberían formar parte de un retablo maldito que no olvidáramos nunca.

Resulta incomprensible que ante tanta maldad, ante tanto comportamiento indigno e indignante, afirmemos que todos los seres humanos están dotados de dignidad, es decir, de un valor intrínseco, independiente de sus actos, de su barbarie, de ese inicuo refinamiento de la crueldad. Resulta incomprensible que no sigamos enarbolando el equilibrado principio del talión, culminación de la justicia conmutativa, que tengamos consideración con quien no la tuvo previamente, que nos empeñemos en librar de la pena capital a quien ha violado y matado a una niña, o en rehabilitar a quien sin razón y sin excusa nos ha destrozado la vida. ¿De dónde hemos sacado una idea tan extraña? ¿Por qué la aceptamos hasta el punto de que está recogida en muchas Constituciones modernas? ¿No va contra el sentido común, contra los sentimientos comunes, contra la sana indignación ante el salvajismo, contra el equilibrio de la justicia?

Es contradictorio afirmar la dignidad de los indignos. ¿Por qué lo hacemos? Tal vez nos suceda lo mismo que a Sigmund Freud, que abrumado por su escepticismo y su enfermedad escribía a un amigo: "Durante toda mi vida me he empeñado en ser honrado y en cumplir con mis obligaciones. No sé por qué lo he hecho". Utilizamos la palabra "dignidad" para fundar en ella nuestra clemencia, cuando en realidad deberíamos justificar primero esa presunta "dignidad" que vamos a utilizar como comodín cada vez que nos encontremos en un atolladero ético.
Rorty, un prestigioso filósofo contemporáneo, comenta que la afirmación de la dignidad humana por encima de la dignidad animal no es más que la petulancia injustificada de una especie que sabe hablar. ¿Debemos entonces prescindir de ella? No hay que precipitarse, porque el concepto de dignidad está sirviendo de fundamento a muchas concepciones éticas y jurídicas, y ya vivimos bastante al descampado como para prescindir alegremente de un posible cobijo. Esperamos que al final de nuestro relato el lector sepa a qué atenerse.

A pesar del comienzo dramático, éste es un libro sobre la felicidad política. Sobre la Ciudad feliz. Hace unos años, cuando las facultades de psicología estaban inundadas por el conductismo de Skinner, se leía mucho un libro suyo titulado Más allá de la libertad y la dignidad. En él sostenía que el ser humano sólo conseguiría la felicidad cuando se librara de esos dos mitos ensoberbecidos y absurdos. Nosotros, en cambio, consideramos que la dignidad es una invención imprescindible para alcanzar la felicidad.

Estamos embarcados en un gran proyecto. No somos ilusos, aunque estemos llenos de ilusiones. Hay que tomarse en serio a Shakespeare: "La vida es un cuento absurdo, contado por un idiota sin gracia, lleno de ruido y furia". Pero queremos añadir: "que se empeña en escribirlo de otra manera". El hombre es un animal, desdichado por comprender que es un animal, y que aspira a dejar de serlo. ésta es la patética y parricida historia de la humanización. El hombre nuevo quiere matar al hombre viejo. Es nuestra historia común, en la que todos podemos buscar nuestra identidad. Creemos que la Humanidad navega por un mar azaroso con rumbo pero sin mapas. Su historia es la crónica de múltiples naufragios. Pero como escribió el sentencioso Séneca: "El buen piloto, aún con la vela rota y desarmado y todo, repara las reliquias de su nave para seguir su ruta". Los autores, convencidos de que vivir navegando, cara al viento, es un bello vivir, han pretendido recuperar el cuaderno de bitácora de la Humanidad, con sus tempestades y bonanzas, mares profundos e islas emergentes, para ver de descubrir los rumbos perdidos y los rumbos logrados.

La evolución biológica dejó al ser humano en la playa de la historia. Entonces comenzó la gran evolución cultural, la ardua humanización del hombre mismo y de la realidad. En los yacimientos arqueológicos encontramos misterios y sorpresas ordenados en estratos. Restos de una fantástica inteligencia creadora que produjo enterramientos, objetos decorativos, herramientas y suponemos que sueños. Las paredes se recubren de pinturas, una destilación de arte, magia y religión. Las cosas, dotadas de propiedades reales desde el origen de los tiempos, se completan ahora con posibilidades alumbradas por el ser humano. La piedra se hace arma o símbolo o estatua. En efecto, antes de los artificios de la cultura, estaba la realidad en estado bruto, aún no conocida, ni deseada, ni alterada por la inteligencia. La realidad es mucho más vieja que el hombre, ciertamente.

Antes de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales;
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles.


Así dice Neruda. Cuando apareció el hombre, el universo se amplió con invenciones maravillosas e invenciones malvadas. En ninguna de ambas ocupaciones nos hemos concedido reposo. Apoyándonos en las cosas dadas nos empeñamos en ir más allá de las cosas dadas. El ingeniero romano Julio Cayo Lácer colocó en el puente de Alcántara esta espléndida inscripción: Ars ubi materia vincitur ipsa sua. Artificio mediante el cual la materia se vence a sí misma. Así obra la inteligencia, que prolonga la realidad, la transfigura, la mantiene en estado de parto. Todas las cosas son lo que son y, además, son las posibilidades que la inteligencia descubre y realiza en ellas. En este sentido, la esencia de las cosas está aún en el aire, en estado de merecer, esperando que los seres humanos acabemos de completarla dando a luz sus posibilidades. Y al hombre le sucede lo mismo. Nicht festgestelltes Tier, animal no fijado, lo llamó Nietzsche. Es lo que fue desde siempre, pero, además, está en camino de rehacerse al aumentar sus posibilidades.

Tenemos que comenzar por el principio. Antes de esa incansable producción creadora, que supo utilizar las propiedades de las cosas para inventar novedades, que convirtió la dureza del mármol en estatua, o el cimbreante bambú en caña de pescar, o el gruñido en palabra, tuvo lugar una creación aún más misteriosa, que no podemos contemplar ni datar, sino solamente inferir. En lo más íntimo del ser humano, que apenas acababa de evadirse de las certezas y automatismos animales, tuvieron que surgir habilidades gigantescas, cosmogónicas: el lenguaje, la colaboración entre grupos extensos, la capacidad de controlar los impulsos mediante profundas coacciones sociales y la inaudita facultad de anticipar el futuro. Cosas todas enigmáticas. ¡Es incomprensible que un ser prelingöístico, atrapado en la cueva de su mutismo, inventara el lenguaje! Ya lo dijo el sabio Sófocles:

"Muchas cosas extrañas (deinón) existen, pero ninguna más que el ser humano. Se enseñó a sí mismo el lenguaje y el pensamiento alado, y la furia constructora de las ciudades".

Por lo que sabemos hasta ahora, parece claro que la sociedad, con sus ventajas y exigencias, con sus complejidades y riesgos, fue modelando, ampliando, cultivando el cerebro y el corazón humanos. Somos híbridos de neurología y sociedad. La cultura no es más que un cultivo mental, labranza la llamaban nuestros clásicos, siembra y cosecha de invenciones, empeño por dirigir convenientemente la fecundidad de la inteligencia, tan peligrosa a veces.

Pero, hasta conseguirlo, ¡cuántos esfuerzos, dramas, titubeos, problemas!