Image: Filosofía para el fin de los tiempos

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Ensayo

Filosofía para el fin de los tiempos

Félix Duque

7 marzo, 2001 01:00

Akal. Madrid, 2000. 278 páginas, 2.200 pesetas

Con la audacia que desde un principio le ha caracterizado, Duque se adentra en este libro -sugestivo, provocador, sabio y juvenil- en el corazón de nuestro desconcertante tiempo, por él interpretado con persuasiva lógica como el tiempo del "fin de los tiempos"

Pertenece Félix Duque, al igual que Eugenio Trías o Francisco Fernández Buey, a la generación que de forma más visible ocupa hoy el centro de la vida filosófica española. Una generación que ha podido beneficiarse del largo y sostenido trabajo de "normalización" llevado a cabo en circunstancias no precisamente fáciles por las promociones anteriores y a propósito de la que parece que puede hablarse ya más de construcción conceptual propia que de introducción -siempre meritoria- de información. Con la audacia que desde un principio le ha caracterizado, Duque se adentra en este nuevo libro -un libro sugestivo, provocador, sabio y a la vez juvenil- en el corazón de nuestro desconcertante tiempo, por él interpretado con persuasiva lógica como el tiempo del "fin de los tiempos". Con ello es fiel, ante todo, al imperativo más profundo de la filosofía: elevar la propia época a concepto. Pero también lo es a la imperiosa necesidad ambiental de obtener alguna orientación en la selva del presente, de saber, en fin, y por decirlo con Ortega, "lo que nos pasa". Y lo es, además, frente a lo que en un principio cabría suponer, sin "milenarismo" alguno.

Que nadie busque, en efecto, en este libro, tras el acerado calambre del título, el gesto airado del profeta Elías que proclama el inminente Final del Reino. Todo lo contrario. Con un optimismo en ocasiones casi impúdico, Duque considera que estamos, una vez agotadas la vieja edad comunitaria y la "moderna" edad de la sociedad, en el alba de una nueva era: la "era telemática". Una era -que es, por fin, la de una genuina "comunidad transnacional"- en la que el planeta es convertido en una gigantesca red de comunicaciones, en la que por vez primera surge "la idea de Mundo como ensamblaje o entramado de redes de comunicación que se traducen, solapan y comunican entre sí", en la que nos es dado asistir al verdadero "Orto del Mundo", un mundo unificado, sí, pero a la vez policéntrico, lugar a un tiempo finito e in-finito en el que dibuja su actuante presencia "un entramado de fuerzas, aquí ligadas, allá desvinculadas", llamado a culminar en un poderoso "mestizaje" de técnicas y culturas.

Un mestizaje que reclama un sujeto no menos nuevo: "con (la comunidad transnacional) emerge también la persona-puzzle, formada y atravesada por los diferentes estratos sociotécnicos por los que los distintos grupos humanos, en el tiempo y el espacio, han ido formando esta despedazada ecumene que refulge entre las palabras que los impulsos eléctricos van configurando sobre la lívida luz azul del ordenador: el novísimo axis mundi, contradictoriamente diseminado por la faz de la tierra". Con la particularidad de que esta disolución, o, mejor, diseminación del Sujeto clásico, puede y debe ser leída, según nuestro autor, como la imparable caída de "la igualdad por arriba, abstracta e ideal" y el complementario auge de otra igualdad, una igualdad "por abajo, concreta y bien carnal".

En esta despedazada ecumene en la que nos comunicamos imágenes de fragmentos, derivas de un "yo" hecho trizas, reducible a sus prácticas, la igualdad resulta ser "la compasión por el extraño, a la vista de aquello que nos une a todos: la natural condición de seres finitos, sufrientes y mortales. Una conjunción posible sólo en la postmoderna aldea global de la tecnociencia". Como sólo en ella parecen al fin posibles una real autonomía y una no menos real responsabilidad, cuyo sentido último Duque cifra, de un modo más o menos nietzscheano, en la sujección "a la única ley que nos es propia: la Ley de la Tierra".

Ni la naturaleza, ni la sociedad, ni la historia, ni la ciencia (pura), ni la producción (técnica), ni el estado (soberano), ni el tiempo, ni siquiera el pasado o las cosas mismas son ya, pues, lo que eran. Ni los modelos metafísicos en que esos conceptos clásicos encontraban su fundamento y decían su razón resultan aplicables a nuestro mundo. Como razona el autor, Internet ha contribuido decisivamente al desmantelamiento de la metafísica de la era moderna. Porque la red comunicacional es a la vez "preplatónica y postmoderna". Por un lado "restaura la multiplicidad de los tiempos". Por otro, "juega con ellos, amalgamándolos en una inédita astucia de la razón que les quita, por fin, toda finalidad...".

¿Qué le queda, pues, a la filosofía tras tanto naufragio? Encararse con su destino, con lo que se hurta al ciberespacio. Pero encararse es aquí volver, la revuelta de lo desechable, del yo. Del yo al ello... Sin embargo ¿es realmente posible volver? Dejémoslo así, que es como el autor, sin dejarlo, lo deja.