Image: ¡Esto es imposible!

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Ensayo

¡Esto es imposible!

Javier Gregori

7 marzo, 2001 01:00

Aguilar. Madrid, 2001. 320 páginas, 2.700 pesetas

En cada uno de los capítulos de ¡Esto es imposible! se van hilvanando las vicisitudes por las que pasa la introducción y consolidación de una determinada teoría científica que supone una novedad frente a las ideas vigentes en el momento de su presentación

Muy ilustrativo puede ser el subtítulo de este libro coordinado por Javier Gregori, Esto es imposible: "Científicos visionarios a quienes nadie creyó, pero que cambiaron el mundo". En cada uno de sus capítulos se van hilvanando, en efecto, las vicisitudes por las que pasa la introducción y consolidación de una determinada teoría científica que supone una novedad frente a las ideas vigentes en el momento de su presentación. Y esos capítulos, escritos por distintos autores, científicos y periodistas, guardan entre sí una homogeneidad de planificación y estilo que dice mucho de la buena coordinación lograda, como si de un solo autor se tratara.
Al coordinador de la edición, Javier Gregori, se debe también al primero de los capítulos, "Próxima estación: la luna", en el que aparecen sucesivamente los precursores de los viajes espaciales, algunos olvidados ya, que fueron preparando el camino a los espectaculares resultados de los equipos de von Braun.

Miguel ángel Sabadell describe en "Chiflados en un laboratorio" los esfuerzos, siempre apasionados y muchas veces hasta obsesivos, de hombres como Newton, Einstein, Carnot, Mayer, Waterson y Boltzman. En "El lío de los números", Arturo Suárez Varela comienza su historia en la Alejandría del siglo V para seguir por el álgebra del XVI en Italia, con todas las rivalidades y peleas en torno a Tartaglia y Cardano, la difícil introducción de las geometrías no euclídeas, las penosas y aún dramáticas circunstancias por las que hubieron de pasar Abel y Galois, o las aportaciones de Bolzano, Cantor, Pamanujan y Haray; como se ve, este capítulo es una mezcla de una gran variedad de temas y es el único en que hay que apelar a una mínima notación, por lo que se advierten dos erratas (páginas 119 y 121), debidas sin duda a deficiencias tipográficas.

"¿Qué me pasa, doctor?" está dedicado a temas médicos, de la mano de Miguel ángel Rodríguez Arriero; en él se desvela la curiosa invención del fonendoscopio, el descubrimiento por Virchov de los procesos de infección y la teoría de la patología celular y el de la septicenia por Semmelweis. Rafael Fernández Calvo firma el artículo "Locos por los ordenadores" en el que, de forma ligeramente novelada, nos ofrece retazos de la vida de algunos genios del cálculo automático, Turing, da Byron, Babbage y, por supuesto, von Neumann.

Otro capítulo, "Duros como el granito", de Jesús Martínez Frías y José Luis Barrera, se refiere a la historia y evolución de la geología y las geociencias; caídas de meteoritos, disputas entre neptunistas y plutonistas, los trabajos de Lyell y hasta los cambios climáticos que la volcanología puso de manifiesto.

Mario Díaz escribe "Apasionados por la vida", con la evolución y el darwinismo como argumento principal. Y los dos últimos capítulos, "Con lápiz y papel", de Paula Lozano, y "Científicos de cine", de Juan Zavala, se salen de la estricta historia para entrar en la ficción: Frankenstein, Robur, Tornasol y el clásico e inevitable presagio de Huxley en el primero de ellos, como en el segundo de los comentarios a tantas películas de tema científico, dramáticas o cómicas pero premonitorias algunas de ellas de experimentos hoy en marcha, amenizan más aún el final de este libro que nunca ha dejado de ser ameno.

En efecto, todos los autores se han esforzado en presentarnos unas pinceladas sobre la vida y obra de un plantel de científicos de primer orden, que han llegado o no a ser populares pero a los que la ciencia especializada ha acabado reconociendo. Y están narradas con ágil estilo, casi de reportaje, abundante en anécdotas y con una descripción plenamente accesible para todos del bagaje científico que han manejado y aportado.

Aunque no sé si será sólo aprensión mía pero parece deslizarse en buena parte de la narración, o al menos en su proyecto, un cierto tufillo de censura por la incomprensión que hubiera de sufrir por parte de la "ciencia oficial" los adelantos a ella con sus elucubraciones, y así tuvieron que luchar, a veces denodadamente para imponerse a supuestos indoctos y rutinarios colegas que no eran capaces de entenderles ni atenderles.

Pero aquí se puede ver que no era siempre ése el caso y que, aunque lo fuese, se trataba muchas veces de oponer unas hipótesis a otras no menos respetables y sólo las comprobaciones podrían dirimir la cuestión. Por otra aparte, ése es el sino de todos los precursores, no sólo en la ciencia, sino en el arte y en cualquier otra faceta de la cultura. Sin olvidar la multitud de propuestas que se han llegado a formular y que se han demostrado falsas y un aún disparatadas, por lo que no deja de ser explicable, aunque en ocasiones haya que lamentarlo, esa resistencia a algunas atrevidas innovaciones.

El mismo título del libro es la trascripción de la exclamación de lord Kelvin, del que no puede decirse que fuese inepto ni cerril negando la posibilidad de la navegación aérea. ¿Por qué no mirar hoy sin acrimonia y sí con admiración el asombroso edificio trabajosa e ilusionadamente levantado por estos y otros cultivadores de la ciencia?