Fray Luis de León
José Jiménez Lozano
18 abril, 2001 02:00A transmitir este mensaje contribuye decisivamente la selecta documentación sobre la que se apoya el ensayista: las Actas del proceso inquisitorial, las obras de fray Luis y algunas investigaciones fundamentales -Menéndez Pelayo, Pinta Llorente, Bataillon, Lea, Andrés, Tellechea....-. Estos materiales, sometidos a meditación personal, bastan para construir un edificio histórico-literario de gran originalidad y capacidad suasoria. Todo ello apoyado en una prosa sobria y sugestiva, de sombrías reticencias y alusiones, que implica al lector en lo que cuenta convirtiéndolo hábilmente en confidente. Jiménez Lozano habla como quien conoce las claves de los hechos, los móviles secretos de las acciones y la proyección que inexorablemente van a tener en el curso de la historia. Las palabras de los personajes del drama transparentan sus verdaderas intenciones, deslindando las posturas honestas, los pretextos, coartadas y evasivas. A todos les sale a la boca su verdadera catadura moral sin ellos mismos darse cuenta.
En el centro, como clave de arco que sostiene el mensaje entero de libro, está fray Luis de León, con sus grandezas y sus miserias, su talla humana conmovedora y sus pobres añagazas de amenazado. Y frente a él, una "policía de ortodoxia" -la Inquisición-, con su burocracia abrumadora, su obsesión por la limpieza de sangre, sus métodos de investigación, sus torturas y su enorme capacidad de generar miedo, pues nadie está a cubierto de su potencial amenaza. En este punto, las observaciones de Jiménez Lozano son especialmente lúcidas: en España -dice- no había antisemitismo, sino "antijudería" -la radical desconfianza ante el converso-; el objetivo principal de la Inquisición era el escarmiento; el país se configuraba, paradójicamente, como una Iglesia-Estado o un Estado-Iglesia al modo oriental (árabe o judaico); ser español comportaba ser católico; la suerte de los encausados por el Santo Oficio estaba en manos de canonistas manejados por teólogos "calificadores"...
El ensayista declara que ha querido hacer un retrato "de grupo" -la España del siglo XVI más que individual, donde aparecen rostros de víctimas y verdugos, de verdugos que acaban siendo víctimas, de testigos "imparciales", curiosos y fugitivos. Al hacer balance de todo lo dicho, Jiménez Lozano declara que aquellos terribles hechos fueron resultado de las condiciones socio-culturales de la España de entonces. En cualquier caso, al cerrar el volumen vemos que el autor ha conseguido su propósito de convertir a fray Luis en "res nostra, asunto que nos concierne". Y es que todo lo que le sucedió pudo sucedernos a nosotros. Las situaciones de antaño han vuelto a repetirse hogaño: rechazo de las minorías occidentalizadas en ciertos países árabes. Lo que pasa es que fray Luis, dueño de una prosa y verso admirables -véase la breve y selecta antología que completa el libro para los no iniciados- nos conmueve de modo especial por su condición de excepcional artista de la palabra. Y eso lo saca de la masa anónima y lo convierte en paradigma.