Image: El siglo de Sartre

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Ensayo

El siglo de Sartre

Bernard-henri lÉvy

18 abril, 2001 02:00

Traducción de Juan Vivanco. Ediciones B. Barcelona, 2001. 576 páginas, 3.500 pesetas

Bernard-Henri Lévy da con la clave del envejecimiento prematuro de Sartre. Si es verdad que quiso ser a la vez Stendhal y Spinoza, lo cierto es que ni por asomo se acercó a tamaña ambición. No basta ser ambicioso. Su grandilocuencia fue su condena

El título del libro tiene dos posibles sentidos. Puede hacer referencia al siglo en el cual habitó Sartre; puede querer decir que ese siglo (pasado) halla en Sartre, quizás, su más representativo personaje. El primer sentido es una obviedad; quizás la que puede justificar el título. El segundo sentido queda desmentido, sin embargo, por toda la argumentación del libro, en el cual, bajo el pretexto de reivindicar al "abuelo" de la nueva generación (ya algo mustia) de filósofos franceses, se acumulan las razones para explicarnos el rápido envejecimiento del personaje. No es ésa, desde luego, la intención del libro; pero el inconsciente es incontrolado, y gasta malas pasadas.
Hace unos años hice el esfuerzo de revisitar a Sartre, que sin duda me había importado y afectado en mi primera juventud. La decepción fue mayúscula. Iba a los lugares más indiscutibles del santuario sartreano: La Náusea, los pasajes sobre "la mirada" de El ser y la nada, algunas obras teatrales, sus escritos de crítica (su Baudelaire, por ejemplo). Tuve que frenar en seco la encuesta. No es grato que los ídolos de los veinte años se te derrumben a los cincuenta. Pero lo cierto es que todo lo que leía padecía de envejecimiento; de esclerosis; era ilegible. Y ni siquiera tenía la pátina, o el aura, que ciertas cosas irremediablemente viejas pueden, algún día, desprender, algo así como cierto "aire de época" que puede, si no redimir de la vulgaridad, al menos consentir con el tono y la atmósfera de un tiempo que se nos fue.

El autor da con la clave de ese envejecimiento prematuro. Si es verdad que Sartre quiso ser a la vez Stendhal y Spinoza, lo cierto es que ni por asomo se acercó a tamaña ambición. No basta ser ambicioso. No basta con escribir un libro de Gran Formato; no basta con orientarse siempre, en la ficción novelística, en el teatro, en el artículo de prensa, en la crítica literaria, en el panfleto político, en y desde una Gran Tesis (que luego se nos revela mediocre, o escasa de veracidad). Esa grandilocuencia sartreana fue su condena. El ser y la nada es una chapuza que pretenciosamente se presentó con el formato del Gran Tratado. Pero ni siquiera en el regate corto se sostiene.

¿Compromiso con el tiempo presente? ¿Capacidad de poner el pensamiento, públicamente, en exposición a lo actual? Son premisas que, sin embargo, una y otra vez son traicionadas por la excesiva pretensión sartreana. Pretensión de enmendar la plana a la crítica (y a Freud) con un psicoanálisis existencial tan ingenuo como contaminante. La mejor faceta sartreana, la de crítico literario, se arruina en su Baudelaire por la pretenciosa actitud de quien quiere poner a prueba su Invento (el psicoanálisis existencial). No se comprometió con el presente, como los mejores filósofos que acceden a la prensa. Por eso hoy se lee con mucha más frescura a Ortega y Gasset que a Sartre (y se sabe que Ortega iniciaba muchas veces en la prensa sus mejores ensayos).
¿Siglo de Sartre? Más bien hay que hablar del siglo en el cual deja París de ser el centro del mundo. París no es hoy una fiesta, como quizás pudo serlo durante las dos primeras décadas de la última posguerra. Uno siente una especial desazón al atravesar el libro de Lévy: todas, o casi todas, las referencias son francesas; o más bien parisienses. Como el eremita del Zaratustra, leyendo a Lévy uno piensa para sí: "Este hombre no se ha enterado todavía de que Dios ha muerto".

Sartre quiso abarcar demasiadas cosas; y no lo hizo con el máximo compromiso que la novela, el teatro, el tratado filosófico o el artículo de periódico exige. Quizá lo mejor suyo lo dejó para el final de su vida: su obra sobre Flaubert y su autobiografía. Pero, lamentablemente, el resto, a mí al menos, se me cae de las manos. Es el ejemplo vivo de que "quien mucho abarca, poco aprieta". Y no son éstos buenos tiempos para un chauvinismo francés cultural que se halla en franca retirada. Me quedo, de todos modos, con esa generación intermedia que dejó este mundo de modo trágico, y que en el libro de Lévy es silenciada. Me quedo con el mejor Foucault, cuyas obras eran verdaderas creaciones artesanales, tremendamente vigentes en su mismo remontarse a la arqueología de nuestra modernidad. O me quedo con El pensamiento salvaje de Lévi Strauss, una obra de mucha mayor "actualidad" que ese horrible engendro pretencioso titulado Crítica de la razón dialéctica de Sartre.

Ortega y Gasset, en su texto sobre Goethe, aplica a éste, a mi modo de ver de forma muy injusta, unos graciosos versos relativos a la vieja hidalguía. Podrían componer una estupenda caracterización de esa Vieja Hidalguía del Intelectual (que se pretende) Universal que oficia de Conciencia Moral del Mundo (todo con mayúsculas). Pero que no es capaz de resistir los envites del tiempo por falta de veracidad: "En una casi ciudad,/unos casi caballeros,/sobre unos casi caballos,/hicieron casi un torneo".

En una (casi) ciudad, que se ha creído demasiado tiempo Centro del Mundo, unos (casi) caballeros, entre quienes Sartre oficiaba de Gran Oriente, sobre los (casi) caballos de sus múltiples facetas de escritor (novela, teatro, crítica literaria, tratado filosófico, artículo de prensa), hicieron (casi) un torneo: la forja de una ideología "progresista" que hoy nos parece perteneciente al Jurásico, pero de la que todavía subsisten demasiados testimonios fosilizados aquí y allá.