Image: La ingratitud

Image: La ingratitud

Ensayo

La ingratitud

Alain finkielkraut

9 mayo, 2001 02:00

Traducción de Francisco Díez del Corral. Anagrama. Barcelona, 2001. 197 páginas, 1.900 pesetas

En la reivindicación que Alain Finkielkraut hace de la gratitud late la queja contra una modernidad que permite demasiadas libertades y que olvida con demasiada facilidad. Dicha postura ha dado pie a que el autor fuera acusado, en Francia, de conservadurismo

Este volumen deviene de la tanscripción de una serie de entrevistas mantenidas entre Alain Finkielkraut y su amigo Antoine Robitaille, periodista en Quebec y miembro activo del grupo de presión francófono. Al tratarse de una conversación transformada en escritura nos encontramos con el inconveniente, habitual en estos casos, de cierto desorden textual en forma de repeticiones o de pérdida del orden lógico. Sin embargo, ésto queda compensado, en primer lugar, por la riqueza y variedad de las referencias, algo habitual en dos personas cultas que dialogan y, en segundo lugar, por los puntos de deriva, es decir, por las piezas de información que al hablar se escapan, en cierto modo, al férreo control que sobre lo que se manifiesta supone la escritura.

De este modo La ingratitud, subtitulada de modo muy expresivo Conversaciones sobre nuestro tiempo, constituye una aguda reflexión en torno a los intereses de Robitaille que, al menos en la presente obra, giran en torno a la soberanía de Quebec respecto del Estado federal canadiense. Las preocupaciones de Finkielkraut son de un orden más complejo, en ocasiones opuesto, a las de Robitaille.

Nacido en 1949 en el seno de una familia judía, Finkielkraut estudió filosofía en la Escuela Normal Superior de Saint-Cloud. Profesor en la Escuela Politécnica, dirige y coordina un programa de radio, "Repliques", los sábados por la mañana en la emisora France Culture, dedicado a discutir y comentar los acontecimientos de la vida cultural de actualidad en Francia. Desde 1985 publica una revista titulada Le Messager européen. Finkielkraut salta a la fama cuando en 1977, en colaboración con Pascal Bruckner, publica en la prestigiosa editorial Seuil Le nouveau désord amoreux (El nuevo desorden amoroso). Lo que llamó la atención de dicho libro no fue que bajo la influencia de Fourier los autores reclamasen la multiplicidad del mundo pasional, sino más bien la crítica a los postulados de la revolución sexual de la época efectuada desde la vivencia de la sexualidad que tienen el hombre y la mujer de la calle.

Una vez que se abre para su lectura La ingratitud comienzan a verse las obsesiones de Finkielkraut. En el primer capítulo emerge la cuestión judía. No podía ser de otro modo en un discípulo de Emmanuel Levinas (1905-1995), autor de Le Juif imaginaire (El judío imaginario). Finkielkraut vuelve a preocupaciones vinculadas a la memoria de la Shoah y a referirse a obras de Primo Levi, Levinas o Jankélevitch. Emerge también el análisis del problemático, en tantos sentidos, Estado de Israel.

Más adelante Finkielkraut entra en lo que él considera como la disposición afectiva que caracteriza nuestro tiempo: la ingratitud. La contempla en la falta de respeto a la pluralidad humana, en el desprecio a la lengua, en la reducción del papel del Estado a la de mero vehículo de intereses particulares y en el olvido de las obras trascendentes.

En la reivindicación que Finkielkraut hace de la gratitud late la queja contra una modernidad que permite demasiadas libertades y que olvida con demasiada facilidad. Dicha postura ha dado pie a que fuera acusado, en Francia, de conservadurismo. En cierto modo el propio Finkielkraut ha dado pie a lo que hoy no se le permite a ningún intelectual -ser conservador- con su rechazo de las nuevas tecnologías o, mejor aún, de las biotecnologias, como por ejemplo su prédica en contra del uso del ordenador en clase cuando recoge la opinión, entre otras, de Allan Key. Dicho ingeniero de Apple ha señalado en distintas ocasiones que la escuela no podrá resolver por medio de los ordenadores ninguno de los problemas que ha sido incapaz de solucionar sin ellos.
En cierto modo lo que trata de advertir Finkielkraut en La ingratitud es que el progreso no debe convertirse en algo que vaya más allá de una perspectiva de futuro, transformándose en una tradición que sobreimpuesta a la cultura acabe por desplazar y arruinar la memoria histórica. Las páginas de este volumen tratan de prevenir al lector de los peligros que encierra la postmodernidad en tanto en cuanto borrachera de la metamorfosis permanente. A modo de resumen puede afirmarse que este libro constituye una excelente introducción a un autor cuyas obras son de una arquitectura compleja. Sus referencias temáticas, tanto si se refieren a la Europa danubiana como a la cuestión judía o el problema de los Balcanes, están llenas de un conocimiento y de una reflexión poco habitual en la cultura española.