Image: La linterna de Diógenes

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Ensayo

La linterna de Diógenes

Alberto Guillén

27 junio, 2001 02:00

Ave del paraíso. Madrid, 2001. 248 páginas, 1.800 pesetas

Alberto Guillén habló un ratito con treinta y ocho literatos, publicando en 1921 -con gran escándalo- un libro de semblanzas y entrevistas, donde prácticamente deshace a casi toda la literatura española del momento. En un poema-autorretrato de su libro Deucalión, publicado en Lima en 1920 (aunque republicado en Madrid, en 1921, sin aludir a la anterior edición) Alberto Guillén dice de sí mismo que, al pasar, la gente "le mira la talla i no la frente" (era bajito, y escribía como signo moderno i latina en lugar de y griega) pero -continúa el poema- "por él suspiran / los siglos infinitos / que duermen en sus gritos...!". Este joven de frente altiva, que se había designado con mayúscula (él) es el personaje que armó la escandalera de La linterna de Diógenes.

El peruano Alberto Guillén -nacido en Arequipa en 1897, el mismo pueblo en que moriría sólo 38 años después- había intentado triunfar en Lima (donde publicó Prometeo en 1918 y Decaulión) insertándose en un postmodernismo que tendía imagísticamente, pero sin grandes logros, hacia las vanguardias. Mereció elogios de José María Eguren y de Ventura García Calderón que lo llama (por su Prometeo) discípulo sonoro de Chocano... Protegido por el presidente Leguía, el joven Guillén deja Lima en 1920 rumbo a España, con brevísima escala en París. Diríamos que trae una imagen idealizada de España y el país lo decepciona violentamente. Armado de su altivez y de una tarjeta que decía Corresponsal de la Prensa Peruana en Europa, Guillén se presentó a literatos varios (algunos no le recibieron, como la anciana Pardo Bazán, a la que no perdona) y habló un ratito con ellos publicando en 1921 -con gran escándalo- un libro de semblanzas y entrevistas (ágil, bien escrito, con repuntes de prosa moderna) donde prácticamente deshace a casi toda la literatura española del momento. Ese libro de nuevo periodismo, de retratos airosos y malévolos (y de fondo, amargo) con algún débito a la escritura de Gómez de la Serna, es este reeditado La linterna de Diógenes, que causó estupor porque los literatos -no todos- hablaban mal unos de otros, y porque Guillén publicó todo lo que le dijeron a título privado. 38 retratos en tinta ácida que van del historiador Rafael Altamira hasta el prosista Antonio Zozaya. En el conjunto (al que se agregó Colombine, en la segunda edición, hecha ya en Lima, en 1923) hay de todo: pesos pesados, medios y pluma, en todos los sentidos del término. Pero lo curioso no es que muchos hablen mal de otros sino que apareciera por escrito. Colombine, Luis Araquistain y Manuel Azaña (además de Ramón, que está en el libro) lo reseñaron haciéndose cruces varias sobre el chismorreo de sus congéneres y sobre la necesidad de no confundir vida y obra... El lector puede leer esos textos y otros relacionados con Guillén (como su poema postmodernista Carta al padre desde España) en el apéndice de esta edición.

Todos acudieron a las maldades de Cansinos Assens, de Baroja (que llama vieja idiota a la Pardo Bazán) o al engreimiento ridículo de Armando Palacio Valdés o al exclusivismo de Juan Ramón Jiménez ("Valle-Inclán es otro arcaico") pero encrespados en ese revuelo en que salían mal parados y perrunos Azorín, Benavente, Camba, Marquina y hasta Ortega y Gasset, nadie pareció darse cuenta de lo principal. En retratos a menudo bien trazados, aunque muy subjetivos, Guillén los odia cainitamente a todos. Incluso a los que parece tratar mejor: su admirado Pérez de Ayala por antiespañol o Gómez de la Serna y Juan Ramón que sí valen, pero tampoco. Los que no se lavan son sucios, los que se lavan, cursis. ¿ Cómo nadie vio en este libro curioso, chismoso, tosco y a la vez muy ágil, la terrible amargura del autor, su feroz resentimiento, su egotismo casi ridículo? Alberto Guillén no se soportaba ni a sí propio. A fines de 1921 publicó La imitación de Nuestro Señor Yo, versos que no he visto. En 1923 parece que estaba, de regreso, en Lima. El propio Alberto Guillén dice que su libro era un puñal. También él ( sobre todo él) resulta herido.