Ensayo

Los talibán, el Islam, el petróleo...

Ahmed Rashid

4 julio, 2001 02:00

Península. Barcelona, 2001. 375 páginas, 3.250 pesetas

La primera impresión que provoca la lectura de este libro del periodista Ahmed Rashid es de desconcierto. Porque si es cierto que el relato del resurgir de los Talibán y su ascenso al poder al final del siglo pasado viene precedido de una introducción, el ágil informe de Rashid sobre la purista secta islámica puede dejar in albis al lector más inquieto.

Que el enclave territorial de Afganistán (652.000 km2) ha sido encrucijada de pueblos -frecuentemente belicosos- y de civilizaciones (persa, timurida, musulmana) complejas, es dato a refrescar. Lo mismo que conviene desempolvar la tradición de acantonamiento étnico que sus pobladores, ya sean de origen iraní, turcómano o pashtún, han defendido con armas en la mano desde siempre.

Por poner el ejemplo que ilustra mejor esta resistencia enverterada de cabecillas locales, de santones de estirpe sunní (dicha ortodoxa dentro del islam clásico) y de guerrilleros montañeses a cualquier penetración del exterior, no hay sino que recordar el status del territorio-colchón que la Rusia imperial y la -no menos imperialista- Gran Bretaña del siglo XIX, confirieron entonces a Afganistán. De esa manera ni los unos ni los otros hubieron de enfrentarse a los guerrilleros musulmanes (mujahidines) de Afganistán.

Moscú y Londres prefirieron la vía de la penetración insidiosa, a través de la captación a favor de sus intereses de los señores de la guerra afganos; convencidos rusos y bri- tánicos de que así evitaban un desgaste militar costoso al tiempo que garantizaba para la estrategia imperial respectiva reductos viarios y logísticos preciosos para sacar partido de lo que denominó "El Gran Juego". O sea, el pulso entre dos -y más- potencias en torno a una zona dada, con la finalidad de proceder en su momento a la explotación de las riquezas (petrolíferas hacia 1920) paulatinamente detecta- das en torno al mar Caspio.

Parece que este tipo de referencia histórica facilita en algo la comprensión del fulminante proceso de descomposición de la república de Afganistán a finales de los años setenta del siglo XX. Fue entonces cuando sufrió el equilibrio (occidental) en la zona un vuelco dramático con el golpe de Estado de los clérigos Shíies contra el shah de Persia. Y ello, no se olvide, coincidió con la ocupación militar de Afganistán por las tropas de la unión Soviética a finales de 1979 y el establecimiento de un régimen comunista en Kabul. El orden internacional volvió a conocer una sacudida aparatosa. Se impulsó al boicot a Irán y ¡el respaldo a los mujahidines!

Los diferentes grupos afganos de la resistencia armada, ya fuese que estuvieran localizados en el valle de Panjahir al noreste del país, ya fuese que dispusieran de santuarios vecinos como el que les ofreció el general Zia en Pakistán, plantaron cara al invasor y a sus cómplices del interior. Fue entonces cuando la atención internacional se volcó en Afganistán, cuando la CIA estadou- nidense y los agentes ad hoc de la Arabia Saudí fomentaron con suministro de armas sofisticadas a las múltiples facciones afganas que apostaron, una vez más en la historia local, por la expulsión del ejército invasor.

El Gran Juego conocería así, su segunda edición. Con una diferencia, eso sí. La Unión Soviética cometió el error en el que no habían caído los generales de la Corte de los zares Alejandro III y Nicolás II: invadir Afganistán. Por su parte, los heteróclitos aliados y proveedores de la Resistencia afgana terminaron por experimentar en carne propia el castellano refrán de "cría cuervos y te sacarán los ojos", un escarmiento que la perfida Albión supo evitar durante su mandato en la India y aledaños terrotoriales.

En efecto, a partir de abril de 1992, con la caída de Kabul en manos de los guerrilleros puristas, Afganistán se precipitó en la caótica situación actual. Es decir, tal y como la denomina Rashid en su libro, en una suerte de "sociedad secreta" de estirpe religiosa-militar. Con un "comandante de todos los fieles" a la cabeza -el mulá Mohamed Omar- y dotada de un dispositivo de mando y análisis de las cambiantes situaciones, o Consejo Supremo basado en la tradición de aconsejamiento islámico o Shura. Son estas las gentes que gobiernan brutalmente, hoy, en Afagnistán. La mano alargada de Bin Laden parece no ser ajena a las ramificaciones de los guerrilleros a ultranza (en casa) y territorios ocasionales (en el extranjero) que tan poco favor hacen a la percepción parcial que el mundo occidental posee del Oriente musulmán.

El relato de Rashid en lo que a descripción detallada de los años noventa concierne, es imprescindible para el lector inclinado a conocer con detalle los conflictos que sacuden actualmente la escena internacional. Le falta, por el contrario, algo de perspectiva. Y a la traducción, a propósito, le sobra alguna que otra incorrección.

El Grito silenciado

La periodista Anna Tortajada acaba de publicar El grito silenciado. Diario de un viaje a Afganistán (Mondadori), crónica del viaje sobrecogedor realizado en agosto del año pasado al corazón del conflicto talibán junto a la también periodista Mónica Bernabé y a la puericultora Mercé Guilera. Embutidas en "burkas", con esa rejilla de tela que cubre el rostro y apenas deja caminar, comprobaron cómo en Kabul, "las mujeres no pueden salir solas, no pueden ir al médico, no pueden trabajar y no pueden estudiar". En Kabul, dice Tortajada, la desesperación se ha adueñado ya de muchas mujeres que, en el peor de los casos, optan por suicidarse. Gracias a la ONG Hawca, una de las pocas que trabaja en Afganistán, conocieron diversas organizaciones clandestinas que, sobre todo, procuran que las mujeres puedan aprender a leer y escribir. Y en las que no faltan los hombres, pues, como subraya Anna Tortajada, no todos los afganos son talibanes.