Image: El Hombre malo estaba allí

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Ensayo

El Hombre malo estaba allí

Manuel Hidalgo

25 julio, 2001 02:00

Aguilar. 215 páginas, 2.300 pesetas

No falta la confesionalidad en la escritura de Hidalgo. Suele inspirar sus artículos. También se halla latente en su novela Días de agosto. Y ahora un autobiografismo manifiesto sostiene El Hombre Malo estaba allí, una emotiva narración que rescata la propia experiencia de infantil y adolescente del autor.

El origen familiar, el aprendizaje escolar, el ambiente colectivo de su Pamplona natal o el descubrimiento del sexo son eslabones de este relato de maduración que se cierra cuando el autor se libra de la mili, con contento suyo y pesar de su padre, militar. Estos recuerdos de la primera etapa vital de Hidalgo se abren a dos frentes distintos.

Una es de corte testimonial. El personaje crece en el concreto contexto de la España provinciana del medio siglo. Lo recrea mediante una serie de cuadros salidos de una paleta costumbrista nada complaciente. La intensa subjetividad de las estampas, la ausencia radical de pretensiones especulativas y de jeremiadas, y el distanciamiento humorístico producen el efecto revelador de un tiempo mediocre.

El conjunto resulta una crítica demoledora por el recurso a una ironía muy bien controlada para que, salvo en un par de momentos, el pasado no se desborde por el humor franco, ni dé pie al contenido esperpéntico que late en él. Particular interés posee la reconstrucción del peculiar proceso seguido en la educación sentimental de una hornada de españoles. En ella se reconoce un retrato generacional.

En el otro frente, El Hombre Malo... dibuja el perfil de una personalidad. El autorretrato brota vigoroso y convincente por la falta de complacencias y por la ausencia de falsa humildad. Hay apuntes psicológicos de mucha penetración para explicar el lugar en el mundo de un joven algo diferente -pacífico, ensimismado, no deportista, sensible a la injusticia- decidido a defender sus opciones sin romper con los demás. Aunque apunte en algún momento la figura del patito feo, Hidalgo apenas la cultiva. Antes bien la encaja dentro del gran leitmotiv de la obra, el miedo, o los miedos, que definen un carácter.

La evocación se hace desde la perspectiva del narrador adulto, que sabe el sentido del pasado. El narrador emplea una frase corta, salpicada por unos magníficos diálogos. Esta opción verbal trasmite muy bien, con la máxima propiedad, ese punto de vista. En el tono de la prosa, de aparente sencillez, reside el secreto por el cual una experiencia un tanto común se siente como inédita. En el estilo radica la verdad y la emoción que encierran unos recuerdos evocados con tanta ironía como ternura.