Image: Hª de la novela española, I

Image: Hª de la novela española, I

Ensayo

Hª de la novela española, I

Ignacio Soldevila Llorente

25 julio, 2001 02:00

Cátedra, 2001. 579 páginas, 2.500 pesetas

Hay que celebrar la publicación de este libro, tan esperado como necesario, y deplorar que no aparezca completo. Este primer volumen abarca sólo hasta mediados del XX; será necesario aguardar la continuación, de más problemático enfoque por la proximidad de autores y tendencias, para juzgar adecuadamente el conjunto que no puede ser más prometedor.

Soldevila ha tenido el acierto de rehuir la consabida sarta cronológica de escritores y obras. Respeta la cronología, sí, pero agrupa a los autores por corrientes estéticas, afinidades ideológicas o artísticas, y encuadra cada período en un marco sociológico en el que se presta atención al entorno histórico, las características del público lector, la formación intelectual de los diversos escritores, el influjo de la guerra civil en numerosas vocaciones y muchos otros aspectos que rodean la consideración de las obras y permiten entender mejor los grandes bloques -no sólo estéticos- de la producción literaria. Por si fuera poco, la historia propiamente dicha está precedida por un extenso capítulo introductorio de más de 200 páginas que, anunciado como una serie de "planteamientos genéricos y metodológicos", es un verdadero tratado sobre la novela y su puesto en la literatura. No uno de esos tratados de narratología al uso, generalmente traducidos, que tratan de proporcional al lector métodos y una nomenclatura precisa para dar al análisis de los textos narrativos aspecto científico. Aquí se habla, con sensatez y un amplísimo caudal de lecturas, de cuestiones como el género novelesco, sus modalidades y su historia o su inserción en cada época, sin olvidar el perfil cambiante de los lectores ni la función ética y estética del novelista. Todo esto se hace acudiendo con frecuencia e ejemplos españoles, acercando las reflexiones al ámbito que al lector pueda resultarle más familiar. Un acierto.

Contiene, además, la obra de Soldevila tal cantidad de datos útiles que lo único que cabe hacer, además de recomendar su lectura, es señalar omisiones o pequeños errores que se han deslizado en el texto y que podrían corregirse en otra edición. Existen trabajos importantes no utilizados ni recogidos -porque resulta imposible que una sola persona pueda abarcarlo todo- acerca de algunos autores. Así, para Madariaga (pág. 280) es indispensable el libro de Octavio Victoria Vida de Salvador de Madariaga, publicado por la Fundación Ramón Areces en 1990 y cuyos dos volúmenes sobrepasan las 1.500 páginas. En el caso de Jesús Izcaray existe una monografía excelente de Josefa Báez (La obra literaria de Jesús Izcaray, 1994), y sobre Urabayen convendría incluir el útil trabajo de Luis S. Granjel recogido en su libro Maestros y amigos del 98 (1981). De modo análogo, podría añadirse el libro de P. Alcalá Arévalo titulado Sobre recursos estilísticos en la narrativa de Miguel Delibes (1991), que aborda algunos aspectos poco estudiados del escritor. Con relación a Sender cabe alguna matización (pág. 364); la novela El verdugo afable no sólo incluye fragmentos extensos de una obra anterior, Viaje a la aldea del crimen, sino de otras del autor: parte de lo capítulos 12 y 13 proceden de La noche de las cien cabezas, y los capítulos 8 y 9 se toman de O.P. (Orden público). A la novela Las Galgas, de Pedro Caba, convendría agregar Lázara la profetisa. Añadamos algunos despistes: Salazar Chapela se llamaba Esteban, no "Ernesto" (pág. 333 e índice de nombres), y "la hispanista norteamericana Sultana Wannon" (pág. 247) se llama en realidad Wahnón, y además es española y profesora en la Universidad de Granada.