Image: Prosas dispersas (1893-1936)

Image: Prosas dispersas (1893-1936)

Ensayo

Prosas dispersas (1893-1936)

ANTONIO MACHADO

12 septiembre, 2001 02:00

Ed. de Jordi Doménech. Páginas de Espuma. Madrid, 2001. 891 páginas, 4.800 pesetas

No hay inéditos, pero casi tienen ese carácter, por su olvido y extrañeza, esas piezas ignoradas. La verdad es que éstas no añaden nada capital ni a la obra ni a la figura del autor, pero resultan convenientes para completarla y redondearla.

No será ésta la última vez que alguien lamente la desatención española para con su patrimonio literario. De muchos de nuestros autores aún no disponemos de la integral de sus escritos. Pero Antonio Machado no ha sido de los más desafortunados. Desde hace tiempo se han sucedido rescates de manuscritos, cuadernos, cartas, textos olvidados en publicaciones periódicas, aparte reediciones innumerables de sus libros. El resultado fue el grosor que alcanzaron las Obras completas preparadas por O. Macrí, muy llamativo para quienes tuvieran la idea de un autor más bien parco que sugiere el reducido número de páginas de la última salida revisada por él de sus Poesías completas en 1936 o del primitivo Juan de Mairena. Con todo, queda Machado por cortar. Esta nota me lleva a urgir a quien corresponda la reproducción de los cuadernos del sevillano que yacen en una Fundación burgalesa. Es imprescindible editarlos, lo mismo que fue en su día relevante otro cuaderno, Los complementarios: en su transcripción y facsímil hechos por D. Ynduráin hay un ejemplo a imitar.

Y todavía queda más Machado olvidado. Su rescate ha sido el afortunado y diligente empeño de Jordi Doménech materializado en unas voluminosas Prosas dispersas (1893-1936). El tomo contiene todas las modalidades de la prosa machadiana anteriores a la guerra civil. Por eso van juntos lo mismo entrevistas o el epistolario conocido que artículos, también los hechos en colaboración con su hermano Manuel o publicados bajo pseudónimo. Arranca la compilación con el tema taurino abordado en "La Caricatura" a fines del XIX y llega a 1936, en vísperas del Juan de Mairena; no alcanza ni al apócrifo durante la guerra ni a otros escritos de esos años, que merecen un trabajo semejante al presente.

El propio Doménech censa los textos de su libro: 265, de los cuales 72 no figuran en las ediciones machadianas. No hay inéditos, pero casi tienen ese carácter, por su olvido y extrañeza, esas piezas ignoradas. La verdad es que éstas no añaden nada capital ni a la obra ni a la figura del autor, pero resultan convenientes para completarla y redondearla. Y ahí radica la idea original y oportuna de este libro misceláneo. La mezcolanza de escritos inspira, en principio, recelos, y, sin embargo, da un resultado muy positivo. Ello se debe al criterio de ordenación de los textos, cronológico, y agrupados en bloques que siguen las grandes etapas vitales de Machado: Madrid primero entre 1893 y 1907; los años de Soria y el amor (1907-1912), después; la huida a Baeza y el malestar de 1912 a 1919; la vuelta a Castilla, con un destino en Segovia (1912-1932), para acercarse y llegar, por fin, otra vez, a Madrid (1932-36).

Tiene algo, pues, el libro de biografía del autor en sus propias palabras. Lo vemos en sus escritos iniciales, los mencionados o los de Electra y Renacimiento. En sus relaciones personales con Unamuno o Juan Ramón. En sus avatares corrientes: pidiéndole a Darío que le preste las pesetas necesarias para regresar desde París con su Leonor ya sentenciada. O, en fin, impulsado por un activismo regeneracionista a fundar con José María Palacio (el mismo "Palacio, buen amigo" del famoso y magistral poema) un periodiquito, El Porvenir Castellano, para estimular a los sorianos a la lectura.

Así se van encadenando las fechas de don Antonio con sus desvelos corrientes. Con otros juicios inapelables: contra el barroquismo y la nueva poesía. Con el epistolario cruzado con amigos de ayer y recientes: Ortega, Gerardo Diego... Con reflexiones poéticas o estéticas y su preocupación por lo esencial y eterno compatible con un sentido cívico de la existencia. Y, también, con ese rebrote de la pasión encarnado en Guiomar, su "diosa", en una Pilar Valderrama a quien Doménech dedica una nota furibunda.

Mérito especial de estas Prosas dispersas tiene la erudita y minuciosa edición de Doménech. Ha hecho un trabajo muy honesto que detalla la difusión precedente de sus páginas; también la contrasta con los manuscritos o estampaciones previas. Y acompaña todos los textos con una anotación amplísima que abarca la vida y la obra del autor y sus circunstancias históricas (sociales, culturales, periodísticas). Se establece así un diálogo fecundo entre esos escritos y su contexto y se ofrece el medio -como se dice ahora a lo culto, la Enciclopedia- en el que estos se producen y los explica. Magnífica labor a la que sería injusto ponerle peros, pues la crítica, como quería Machado, tiene que apreciar lo positivo y celebrarlo. Ello es compatible sin embargo con señalar que el editor tendría que haber contenido su entusiasmo glosador, pues se pasa en cantidad y detallismo de las notas.