Image: La vida y el arte

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Ensayo

La vida y el arte

Se recuperan cinco inéditos esenciales de Mishima

19 septiembre, 2001 02:00

Mishima no lo había dicho todo aún. Más de 30 años después de su muerte, Lecciones espirituales para los jóvenes samuráis (La Esfera de los Libros) recoge cinco ensayos inéditos a medio camino entre la reflexión y la autobiografía. EL CULTURAL adelanta de ese libro esencial estas lúcidas palabras acerca del arte de la vida y de la vida del arte.

Por lo general, uno comienza a dedicarse al arte después de haber vivido. Aunque creo que a mí me sucedió lo contrario, pues tengo la impresión de que me dediqué a la vida después de haber comenzado mi actividad artística. De todos modos, lo normal es ocuparse primero de vivir para luego entregarse al arte. A modo de ejemplo puedo presentar el caso de dos escritores como Stendhal y Casanova, cuya trayectoria nos podrá aclarar el paso de la vida al arte. Stendhal, insatisfecho consigo mismo porque no agradaba a las mujeres, y por haber fallado repetidas veces en sus intentos de conquistarlas, se dio cuenta de que solamente la literatura podía ayudarle a hacer realidad sus sueños. Por el contrario, Casanova, después de haber retozado entre las mujeres y de pasar de una a otra numerosas veces gracias a sus dotes naturales, y después de haber gozado hasta la saciedad de las dulzuras de la vida, decidió escribir sus memorias cuando ya no tuvo nada más que experimentar.
Observamos, por tanto, que existe un enfrentamiento, una lucha entre el arte y la vida. A menudo nos ilusionamos con saber más acerca de la vida de los escritores, cuando en realidad la mayoría de las veces éstos vegetan con una pasmosa laxitud, mientras que son mucho más numerosos los hombres comunes que llevan existencias ricas e intensas. Sin embargo, es probable que sólo el uno por ciento de ellos sienta deseos de escribir su biografía. Por otra parte, para escribir también se necesita talento, técnica y práctica, igual que para cualquier disciplina deportiva, por ejemplo, Y es imposible gozar de la vida y al mismo tiempo practicar una disciplina, del mismo modo que no se puede escribir mientras se vive una aventura. Por ello, cuando un hombre decide redactar sus memorias, es decir, transformar lo que ha vivido en una narración suficientemente interesante como para legarla a la posteridad, la mayoría de las veces ya es demasiado tarde. Son escasos los ejemplos de hombres que, como Casanova, lograron a tiempo hacer realidad semejante proyecto. Del otro lado están aquellos que, como Stendhal, se sienten decepcionados por la vida y concentran en una novela toda la insatisfacción, la rabia, los sueños y la poesía que son capaces de sentir; pero incluso en este caso es necesario poseer un magnífico talento. En efecto, habrá que crear partiendo de la nada y construir un universo entero sobre la única base de la fantasía. La mayor parte de las veces esta fantasía nace de la insatisfacción o del aburrimiento. Cuando enfrentamos un peligro y, en consecuencia, nos concentramos en la acción, cuando dirigimos todas nuestras energías hacia el acto de vivir, casi no queda lugar para la fantasía. Si se considera que la fantasía favorece el surgimiento de las neurosis, se puede afirmar que en Japón se establecieron durante la guerra las condiciones menos propicias para el desarrollo de tales disturbios psíquicos. En esa época hasta los hurtos eran escasos, los delitos casi no existían y las fantasías cotidianas de la gente se limitaban esencialmente a la guerra, una empresa que no puede tener éxito si no se concentra en ella toda la energía de un pueblo.

Como he afirmado, mi vida comenzó después de haberme dedicado al arte. Así, quien comienza a escribir una novela a los veinte años no tiene otro recurso que basarse en las experiencias y los sentimientos que puede haber acumulado con anterioridad y hacer trabajar sobre ellos su fantasía. En realidad, más que en nuestras experiencias nos basamos en nuestra capacidad receptiva: nuestra vulnerable y delicada sensiblidad descubre la desarmonía de nuestra vida; entonces jugamos en el mundo de las palabras para ver si en él podemos superar el abismo que ha abierto en nosotros tal desarmonía. De este modo se forman muchos de los escritores: concentran en la redacción de una novela toda la energía de su voluntad, toda su capacidad de resistencia y toda la fuerza que otros seres humanos utilizan en su intento de mostrarse hombres; en el caso de los escritores, estas cualidades indispensables para vivir se sacrifican en aras de la actividad literaria. Sí, el escritor se convierte inexorablemente en un trabajador que sólo puede buscar las experiencias más intensas en el recuerdo de su adolescencia, esa etapa de la vida en la cual prevalece la sensibilidad. A menudo, se dice que un escritor puede madurar en su arte si tiene siempre presente su primera obra, lo cual significa simplemente que para un escritor su primera creación, una creación no bien definida y construida sobre la base de experiencias imperfectas y de la más aguda sensibilidad, constituye la esencial e insustituible ciudad natal a la cual puede regresar varias veces durante su existencia.

Para el que escribe, no sólo la adolescencia sino también la infancia constituyen una preciada ciudad natal. Durante esos períodos, la vida no es experiencia sino sueño, no es raciocinio sino sensiblidad. Y además, el hombre aún no carga con las responsabilidades que deben soportar los adultos.

Cambiando de tema, la actividad política del movimiento estudiantil el Zengakuren no parece exenta de una especie de tensión artística. En realidad, los estudiantes que se adhieren a ese movimiento mezclan sus sueños infantiles con el mundo de los ideales y de la política. Nadie puede dar el primer paso en la vida y experimentar inmediatamente una sensación de satisfacción. De hecho, son muy pocos los que se consideran satisfechos. Además, la insatisfacción es común a todas las revoluciones, incluso a las que terminan coronadas por el éxito. Y es en esa insatisfacción donde se origina el arte.

Ayer encontré a un amigo, un ex oficial de unos cincuenta años de edad, que hoy es un empresario de bastante éxito. Durante su vida, este hombre se enfrentó con la muerte en más de siete oportunidades. Por ejemplo, se embarcó seis veces en naves de transporte pertenecientes a convoyes que siempre fueron hundidos por el enemigo. Un día, durante un ataque, oyó gritar: "¡Enemigo a la vista!", y cuando levantó los ojos al cielo vio algunos aviones que se acercaban por la proa. Se volvió hacia la derecha y pudo observar que por allí llegaban más aviones. Miró hacia atrás y vio el mismo espectáculo: atacaban por tres direcciones. Si el ataque hubiese venido solamente por dos lados la nave habría podido virar en U y ello le habría permitido huir, pero en este caso el enemigo se acercaba en tres direcciones, por lo que nadie tenía salvación. Alrededor de la nave las bombas levantaban grandes columnas de agua que parecían quedar inmóviles, como los chorros de una fuente en una pintura, como si la forma del agua se hubiese solidificado en el aire. Entonces, mi amigo comenzó por poner a salvo la bandera del regimiento sobre una chalupa, y luego ordenó a los otros hombres que se arrojaran al mar. él permaneció a bordo hasta el último momento en compañía del contramaestre, que temblaba de miedo. Gradualmente, el casco, que había recibido el impacto de las bombas, se inclinó. El sexagenario capitán se encadenó a la nave para poner fin a su vida junto a ella. En el último momento, cuando el casco estaba comenzando a voltearse, mi amigo se arrojó al mar saltando desde una altura de sesenta metros. Durante largo rato se debatió bajo el agua, convencido de que no lograría subir a la superficie. Pero después de luchar con todas sus fuerzas logró emerger y vio el mar iluminado por un sol esplendoroso. Flotó sobre las olas durante treinta y seis horas antes de que lo salvaran, y durante todo ese tiempo luchó desesperadamente entre la vida y la muerte junto a otros supervivientes.

Cuando finalmente llegó a socorrerles un barco militar, subieron a bordo en primer lugar las prostitutas y las enfermeras, que imploraban ayuda agarradas a unos flotadores, pues en la Marina se seguía la regla de "mujeres primero". Luego, uno por uno, se rescató a los hombres. Para impedir que los sobrevivientes se desmayaran o se abandonaran hasta el punto de morir, los marinos les golpeaban en el hombro con un bastón. Mi amigo logró evitar estos golpes mostrando su grado de oficial, testimoniando con ello hasta qué punto estaba lúcido.
Repitió experiencias similares. Y siempre le sucedía lo mismo: cuando ya no tenía duda de que la muerte iba a alcanzarlo, ésta se le escapaba de entre las manos. La vida humana está estructurada de tal modo que sólo si tenemos la oportunidad de mirar a la muerte cara a cara podemos medir nuestra auténtica fuerza y comprender el grado en que nos aferramos a la vida.

Yukio Mishima