El placer de descubrir
RICHARD FEYNMAN
10 octubre, 2001 02:00Richard P. Feynman (1918-1988), cuya vida aparece encajada casi concéntricamente en el que se llamó con justicia "el siglo de la física", ocupa con indiscutible derecho lugar señero entre los cultivadores de esa ciencia.La teoría cuántica de campos, la física de partículas, su impulso a la nanotecnología y sus aportaciones en el campo de la electrodinámica cuántica (le valieron en 1965 el Nobel de Física) figuran entre sus intereses.
Este par de libros recoge artículos, conferencias y entrevistas en las que se presenta desenfadado y abierto. Buen ejemplo de su talante es la conferencia sobre su estancia en Los álamos, trabajando en el proyecto Manhattan de fabricación de la bomba atómica, cuya primera explosión quiso observar sin gafas; nos describe sus travesuras con los censores de la correspondencia... "Trato de reventar cualquier cosa que sea secreta", dice, lo que por otra parte sería el lema de su trabajo científico. En ese tono, burlón y desenvuelto pero nunca vacuo, nos ilustra acerca de su visión de la ciencia y nos cuenta sus propias experiencias, a partir de la primera conferencia que pronunció, siendo un veinteañero, ante Pauli o Einstein.Un año antes de recibir el Nobel desarrolló en la Universidad de Cornell un ciclo de conferencias, las Messenger Lectures, en las que se propone reflexionar sobre las leyes físicas; su transcripción constituye el contenido de uno de los libros, El carácter de la ley física. Va pasando revista en él al catálogo de leyes fundamentales, gravitación, relatividad, electricidad y magnetismo, interacciones nu- cleares extrayendo los grandes principios que todas parecen cumplir: conservación, simetría, las de la mecánica cuántica, "por desgracia o por fortuna", dice, el hecho de que todas las leyes sean matemáticas, pareciendo por ello menos razonables y más alejadas de lo intuitivamente obvio. Pero sin las matemáticas cree imposible comunicar la belleza de las leyes de la naturaleza.
Pese a ello trata de explicar al hombre de la calle temas abstrusos y difíciles y lo consigue con brillantez. Apelando a modelos elementales, de producción casera, hace inteligibles sus argumentos con una claridad envidiable.
Lo más formativo de su postura es su asentamiento en la duda, en la no certeza de la ciencia. Las leyes no son exactas: siempre nos queda un ápice de misterio, una zona en la que todavía faltan algunos retoques. Y ahí es donde nos espera el placer de descubrir, tema de su otro libro. él dice que hace física sólo por el placer de hacerla, de indagar cómo funciona el mundo, qué lo mantiene en marcha, y cuanto más descubre más le gusta descubrir. Ha aprendido a vivir sin saber, que es más interesante que tener respuestas: debemos seguir siempre inseguros, correr el riesgo, no encuadrarnos en los límites de nuestra imaginación sino dejar resquicio a la duda y a la discusión.
Ese espíritu de incertidumbre de la ciencia, el de admitir que no sabemos, puede hacer difícil el diálogo con la actitud de certeza y de fe que se exige en la religión, la otra vía de búsqueda de la verdad, cuando ambas intenten responder a preguntas de un mismo dominio. Feynman no rehuye, y acaso lo anticipa, el vivo debate actual que entre los científicos parece estar en juego, y lo hace con equilibrio y respeto, aunque tal vez desde la no creencia. La civilización occidental, dice, se mantiene sobre dos grandes herencias: el espíritu científico y la ética cristiana, lógica y completamente compatibles. "¿Cómo podemos obtener inspiración para mantener estos dos pilares de modo que puedan permanecer juntos sin tenerse uno a otro? Con estas palabras concluye este libro realmente entusiasta y atrayente.