Image: Revuelta y resignación. Acerca del envejecer

Image: Revuelta y resignación. Acerca del envejecer

Ensayo

Revuelta y resignación. Acerca del envejecer

JEAN AMÉRY

14 noviembre, 2001 01:00

Traducción de Marisa Siguan y Eduardo Aznar. Pre-textos. Valencia, 2001. 144 páginas, 1.950 pesetas

El libro que presentamos se publicó en Alemania en 1968, cuando Améry tenía 56 años y desde un punto de vista cronológico y temático ocupa un lugar intermedio entre Más allá de la culpa y la expiación (1966) y Años de andanzas nada magistrales (1971), trilogía autobiográfica a la que se sumó su novela-ensayo Lefeu o la demolición (1975), Levantar la mano sobre uno mismo (1976) y Charles Bovary. Médico rural (1978). En 1979 apareció de forma póstuma "Palabras al viento", un breve pero enjundioso artículo, incluido en el volumen colectivo Los viejos airados. Reflexiones sobre Alemania desde 1945, cuyo título contiene una alusión irónica a los angry young men. Allí, un Améry de 66 años confesaba no sin cierta amargura: "La rabia nos mantiene jóvenes. Pero si se ve acompañada por un sentimiento de total impotencia, nos sume en un estado luctuoso que nada tiene que ver con el ‘trabajo del duelo’ en sentido psicoanalítico, sino con la resignación. Y ésta, sin duda, nos envejece".

Todo lector amante de los clásicos reparará en el topos literario al que se enfrenta este ensayo de ilustración despiadada, a saber: la tradición consolatoria que en su referencia a la venerable ancianidad se remonta al De senectute de Cicerón, como representante más decantado de la antigöedad latina y se cristianiza con Boecio, cuya Consolatio retrata a la Filosofía con ropajes de noble matrona, juvenil y vigorosa, a la par que es sabia y vieja. Autores, por cierto, que no fueron ajenos a la guerra, el destierro y la persecución. Sin embargo, la obra de Améry invierte sin miramientos el sentido de este género retórico que tras inventariar los males de la vida provecta se las ingeniaba para prescribir los remedios que aportaba tradicionalmente la botica filosófica. Así, por ejemplo, el incremento de experiencia, la liberación de las pasiones, el logro de la serenidad o el retiro contemplativo terminaban por compensar la decrepitud, la inactividad, la enfermedad o la cercanía de la muerte. La meditación de Améry frustra a conciencia toda esperanza de guía para una longevidad feliz y reconciliada, como indica el rotundo final del libro. Sin idolatrar a la juventud, esa edad de la vida donde aún no se ha sufrido la pérdida de crédito y de mundo que va mermando al que envejece en sentido biológico, social y cultural, Améry tampoco parece conformarse con esas "ventajas incomparables" a las que, por ejemplo, aludía Elias Canetti en su bello elogio a la vejez recogido en El suplicio de las moscas: la osadía del recuerdo, el examen de los principios morales que nos inculcaron desde niños y la posibilidad de restituir literariamente la vida a los que han muerto antes que nosotros. No es extraño que Améry, admirador precoz de Auto de fe, se refiriese a Canetti, con quien compartió sesiones y tertulias en la Academia de las Artes de Berlín, "como un compañero de infortunio que, sin duda, ha dominado mejor todo su pasado que yo".

En efecto, la dificultad de elaborar y comunicar los recuerdos se acrecienta en la víctima judía de lengua materna alemana que ha sufrido situaciones límite como la tortura, el campo de exterminio y el destierro. "Se envejece mal en el exilio", confesó Améry. La relación ambivalente con la propia identidad hebraica impuesta por "la mirada de los otros" se agrava con el envejecer, cuya ambigöedad -descrita por Simone de Beauvoir en La force des choses- se resuelve a la postre en un irreversible extrañamiento y desarraigo. Cuando te han expoliado de tu patrimonio cultural y afectivo, cuando ya no puedes reconocerte en paisajes, palabras y vecinos antaño familiares, cuando convirtieron tu presente en infierno y arruinaron tu futuro, ni siquiera te queda el consuelo de contemplar la memoria como refugio donde recuperar el tiempo perdido y habitar la patria de la infancia. Aún más que cualquier otro mortal, quien envejece acosado y torturado es un apátrida del tiempo y del espacio, un vagabundo arrojado a tierras de nadie. La elección de la tercera persona como voz dominante y el recurso al anonimato de la letra "A", que cifra en cada capítulo figuras y situaciones diversas, edades y estados variables, personajes literarios y autores, incluso retazos y jirones de la biografía de Améry, ofrece al ensayista la posibilidad de ejercer el arte de la metamorfosis, burlar al determinismo de la identidad y distanciarse respecto a experiencias redolientes.

Arriesguémonos a observar con atención la fotografía del rostro ajado de Améry incluida en esta esmerada edición de Pre-Textos. Quien pueda soportar las verdades cifradas en esta mirada helada por un viento de vejez precoz debería seguir adelante. Es la mejor introducción a su lúcida y cruel fenomenología del envejecer que no excluye, más bien exige, una ética del cuidado.

La obra de Jean Améry es la mejor respuesta a la célebre pregunta de Adorno sobre si era posible escribir después de Auschwitz. Nacido en Viena en 1912, su verdadero nombre era Hans Mayer. Con la anexión de Austria al III Reich, emigró a Bélgica. Fue arrestado por los nazis en 1940 y deportado al campo de Gurs, de donde consigió evadirse, pero en 1943 fue capturado de nuevo y enviado a Auschwitz primero y a Bergen-Belsen después. Tras la guerra se instaló en Bruselas, donde comenzó a publicar obras como Más allá de la culpa o Revuelta y resignación. En 1978 se suicidó en Salzburgo.