Arturo Pérez-Reverte. Foto: Mercedes Rodríguez

De Pérez-Reverte se podría decir lo que Cristóbal Serra dijo de Unamuno, que es un "regañón heroico". Sus artículos, entre el ilustrado un poco gamberro y el social con la lección aprendida, vienen a ser la crónica de nuestra peripecia contemporánea. Una peripecia que no ocurre sólo en los grandes eventos políticos, sino sobre todo en los pequeños acontecimientos diarios.Este volumen de sus artículos resulta ser, por tanto, un montón de palabras enfrentadas a los contrastes de nuestro tiempo. Publicados en el suplemento El Semanal, se agradece en ellos esa derivación hacia la sinceridad mordaz, la aspereza como una estrategia en la crítica, la censura como forma de habitar nuestra historia. Pérez-Reverte es un hombre para el que el mundo español sigue estando mal hecho, entregado como está tanto a la chapuza espiritual como a la demagógica. Su dolor de España aspira a un cierto orden, a cierta decencia tanto en los comportamientos como en las costumbres y se aleja de esa corrección establecida que ampara los bajos instintos de nuestras sinrazones.

Ya sea atendiendo a la ironía, al humor o a la sátira, da rienda suelta a su furor crítico sin perder la compostura de la esperanza, lo que le hace ser más trágico que los que se enseñorean en la melancolía. Apasionado de sangre fría, es capaz de admirar los libros viejos o una hoguera en un día frío y después emprenderla contra "esa chusma de aquí". El pan pan y el vino vino de sus críticas hacen daño donde más duele, en el feliz compadreo de nuestra infame normalidad.

Pero siempre le quedan reductos donde guarecerse, amigos y escenas cotidianas, porque en realidad ese Con ánimo de ofender hay que entenderlo como "con ánimo de vivir", y sus opiniones, como las estrategias para hacer de este mundo un lugar más habitable.