Ensayo

Osama Bin Laden. La espada de Alá

ERIC FRATTINI

19 diciembre, 2001 01:00

La esfera. 375 pp., 2.900 pts. Peter I. Bergen: Guerra Santa S.A. La red terrorista de Osama Bin Laden. Grijalbo. 364 pp., 2.450 pts.

Los medios de comunicación de masas son comparables al Moloch de nuestros días en la medida en que están necesitados de más y más noticias, cada vez más aparatosas: la muerte de Diana de Gales en septiembre del 97, el niño balsero, las elecciones americanas a la presidencia el año pasado, y en estas primeras calendas del siglo XXI, el desmoronamiento de las Torres Gemelas y el impacto sufrido por el Pentágono. Tuvo mucho acierto Jacques Le Goff -uno de los pioneros en apuntar al solapamiento entre el periodismo candente y la historia del tiempo presente- cuando se refirió al "suceso-monstruo" en la historia: el terremoto de San Francisco, o el de Lisboa o la toma de la Bastilla en la Revolución francesa -por poner algunos ejemplos canónicos. Los eventos del 11 de septiembre de 2001 han volcado la atención de los medios de comunicación en el movimiento de los aguerridos -y fanáticos- talibanes que lograron imponer su férrea organización clerical desde la ciudad de Kandahar al resto de Afganistán entre 1994-98. Sólo el septentrión de esta república musulmana quedaría en manos de la Alianza del Norte, con sus santuarios uzbecos y tayicos a salvo.

La industria del libro está experimentando ahora la repercusión del "suceso-monstruo" del 11 de septiembre y la operación militar que está teniendo lugar todavía en suelo afgano, de resultas de la ofensiva americana -con apoyo selectivo europeo- contra el gobierno del Mollah Omar. Las obras de Michael Griffin (El movimiento talibán en Afganistán) y Eric Frattini (Osama Bin Laden. La espada de Alá) no son sino dos botones de muestra del efecto circular que provocan hoy los temas de nuestro tiempo.

La diferencia entre ambas reside en que la obra de Griffin es una narración ordenada en el tiempo y compacta por la densidad informativa que la nutre, en torno a ese islam corto de luces y abundante en fanatismo que encarnan los talibanes; mientras que la contribución de Frattini (con 64 páginas de fotografías a color), periodismo puro, se inclina hacia el protagonismo de Osama Ben Laden o "cachorro de león" -que sería la traducción aproximada de su nombre. Griffin hace un periodismo de actualidad en la línea de Ahmed Tashid (Los Talibán), mientras que Frattini practica ab initio un cierto entreguismo al reclamo que supone la personalidad-estrella.

En puridad, las obras de Eric Frattini, Peter Bergen (Guerra Santa. La red terrorista de Osama Bin laden), Roland Jacquard (En nombre de Osama Ben Laden) y Elaine Landau (Osama Bin Laden. El terrorismo del siglo XXI) comparten un común denominador: la figura de Ben Laden. Peter Bergen, analista ocasional de la fenomenología del terrorismo de la CNN, logra -sin embargo- un resultado final más convincente (aparato crítico... y muchos, muchos agradecimientos, a la usanza anglosajona) que, por ejemplo, Jacquard (presidente del observatorio internacional del terrorismo). La falta de epígrafes o "entradillas" en los dieciseis capítulos del texto de Jacquard, provocan una lectura a trompicones. Los documentos del anexo, por el contrario, enriquecen el valor testimonial de la obra.

De la escueta aportación de Landau (150 páginas escasas) poco hay que apuntar, salvo que supone una lectura adecuada para los profanos en la materia durante dos interminables trayectos con que castiga la gran ciudad al ciudadano del común.

Recordemos que desde Schiller a Sartre, los bandidos, los apóstatas, los malditos, han atraído la atención de legiones de littérateurs y de científicos como Lombroso. Cuando a las características de una idiosincrasia anómala, se suma -como es, ahora, el caso de Ben Laden-, la aureola de un Savonarola del siglo XXI, es comprensible que el dispositivo mediático (con la industria del libro en primera línea), se recree en la narrativa que hace del anti-héroe, del trangresor del statu quo internacional, en el eje y venero de su prosa.

Todos los datos biográficos de Ben Laden coadyuvan a la hagiografía, aunque vuelta del revés. Joven espiritual que contrae matrimonio a los 17 años; estudiante ejemplar en Arabia Saudí y en Egipto; conversión casi mística al islam purista; existencia y estilo de vida sobrios, no obstante la multimillonaria herencia familiar que en algunos círculos estadounidenses estiman que supera los 15.000 millones de dólares (sobre estos extremos, Bergen y Landau son sugestivos).

Luego, la trayectoria de militante musulmán en tierras afganas durante el fallido intento soviético de fijar una frontera al sur de las posesiones imperiales situadas en el Asia central entre 1979-1987; el establecimiento de unas redes árabes en concreto y musulmanas a la larga, tendentes a cimentar la "Gran Hermandad" religiosa islámica de la que surgiría la afgana Al-Qaeda.

La peregrinación de Ben Laden entre Afganistán, la Arabia Saudí de sus orígenes, el Sudan de Abdallah el-Turabi -lider religioso extremista- y el reguero de fundaciones, llamadas también "santuarios durmientes" movilizables a favor del predicador carismático, todo ello convergería, hacia la mitad de los años 90, para hacer que Osama Ben Laden diera un paso trascendental en su trayectoria de "cerebro" de una nueva internacional terrorista de inspiración religiosa. Me refiero a la declaración o fatwa que Osama pronuncia el 23 de agosto de 1996. Se ha dicho entonces que el predicador, el guerrillero y el conspirador dio un paso de enorme trascendencia e irreversible. La frase "los muros de la opresión y la humillación sólo pueden ser derruidos por una lluvia de balas", ha dado la vuelta al mundo.

Implica la decepción del personaje con la política de los Estados Unidos y el presunto mundo occidental en lo tocante al conflicto entre israelíes y palestinos, y al consiguiente fracaso del proceso de paz lanzado desde Oslo; se trata de una frase que alude también a uno de los leit-motiv más reiterados por Ben Laden en sus contadas manifestaciones a la Prensa y televisión: la necesidad de expulsar a las tropas estadounidenses estacionadas en territorio saudí con motivo de la Guerra del Golfo, desencadenada y resuelta en los primeros meses de 1991. O sea, la declaración del yihad o combate del buen musulmán contra el "infiel" que ocupa militarmente la Tierra Santa de toda la comunidad islámica. Antes de este pronunciamiento, Ben Laden era considerado persona non-grata por las autoridades de Arabia Saudí y la cohorte de príncipes del petróleo sobre la que se sustenta el edificio de este estado petrodolar donde lo haya. A partir de ese día, mes y año precisos, el "cachorro de león" autóctono es consciente de que no sólo el aparato policial de Interpol, el FBI americano y el Tshal israelí vienen siguiéndole de cerca sus propios pasos, sino que el establecimiento saudí ha invertido fuerte en la empresa de la detención y ajuste de cuentas al personaje más buscado en la historia.

El desarrollo de los acontecimientos que mojonan la biografía de Ben Laden entre la proclamación de la fatwa del 96 y el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, puede ser contemplado como un episodio de ciencia-ficción, en la línea de la mayéutica interrogación del sociólogo francés Baudrillard: "¿Tuvo lugar la Guerra del Golfo?". O bien, cual hacen los autores que aquí se reseñan, como un desafío, un desquite o una venganza frente a la potencia que encarna para los fieles y observantes del credo internacional de Ben Laden, la suma de los desvaríos e iniquidades del tiempo presente. O sea, los Estados Unidos de América.

Desafío, desquite o venganza, la apuesta de Osama, de la red de convictos y suicidas que integran la red terrorista de la "Gran Hermandad", es muy probable que no claudique hasta que los captores del personaje más buscado en la historia den con el paradero de un "cachorro de león" que nació el 10 de marzo de 1958, pero sobre el que no sabemos cuándo y cómo morirá.