Ensayo

Historia de la literatura gay

Gregory Woods

16 enero, 2002 01:00

Trad. Julio Rodríguez Puértolas. Akal. Madrid, 2001. 428 págs., 33’10 euros

Woods nos es presentado como poeta eminente y profesor titular de estudios gays y lesbianos. Como la especialidad no existe en España, para muchos resultará raro que alguien se especialice académicamente en un asunto -que mucho estudio necesita- pero que abarcará desde la sociología a la antropología. ¿Existe una literatura gay, que unifique los patrones de cada lengua? ¿O lo gay es un tema dentro de la literatura de cada idioma? ¿Y si lo gay no fuese sólo un tema, pero tampoco una literatura, sino acaso y en algunos autores, un estilema? ¿Se puede unir a Anacreonte con Allen Ginsberg sólo porque ambos expresen su atracción de lo masculino por lo masculino más joven? Estas preguntas están en el aire y Woods no las contesta, porque toma partido desde el momento en que escribe: Historia de la literatura gay. La tradición masculina.

El tomo de Woods es amplio y serio, aunque mezcla la historia en sí -secuencias cronológicas- con calas temáticas (Proust, La epidemia del sida) donde el relato histórico se mecha con la visión, literaria y sociológica desde lo gay, de formas de vida o desgracias colectivas. Empezando en los griegos y terminando en la más moderna literatura anglosajona (Edmund White, Christopher Bram, Alan Hollinghurst) no hay duda de que Woods se ha propuesto un panorama inmenso. Cualquiera mínimamente entendido hallará carencias y defectos; lo importante es señalar que pese a ello estamos ante un empeño de gran envergadura que demuestra que el orbe gay (no hablo sólo de literatura) no puede ser desdeñado. Siguiendo una mala tradición anglosajona, el libro olvida -fuera de los clásicos- prácticamente todo lo que no es anglosajón, o lo deja en notas mínimas. Se analiza muy pobremente a García Lorca. Cernuda no aparece. Juan Goytisolo y Reinaldo Arenas (pese a su actual nombradía) apenas merecen una línea. Con lo francés ocurre lo mismo. No puede olvidar a Proust o Gide, porque con Wilde son los emblemas del homoerotismo, pero ni se menciona a Lindon. Esta fuerte limitación es lo que empobrece el tomo para un lector no anglosajón. El traductor ha hecho un buen trabajo, aunque en algún momento se deje guiar por las grafías anglosajonas del griego, o diga Greek Anthology donde lo propio es traducir Antología griega o en su defecto Antología Palatina. Pero insisto, se trata de un trabajo tan deficitario (por ambicioso) cuanto importante y comprometido.