Ensayo

En el corazón del mar

Nathaniel Philbrick

13 febrero, 2002 01:00

Mondadori. 311 págs., 18 euros

"Lo siento, tía Nancy", dijo el capitán Pollard, "pero no sólo no te he traído a tu hijo Owen de vuelta a casa, como te prometí: además, me lo he comido". Fue en Natucket, una isla cercana a Boston, la cuna de los pescadores de ballenas más famosos del mundo en el XIX. El barco de Pollard se había ido a pique en el Pacífico por el ataque de un cachalote de 26 metros. Era la primera vez que este tranquilo cetáceo se mostraba agresivo. Ante unos marineros atónitos, el animal embistió dos veces el barco abriendo en la proa un boquete y hundiendo el barco en diez minutos. Cientos de barriles llenos de grasa de cachalote fundida se dispersaron tiñendo de amarillo el mar. Veinte hombres distribuidos en tres botes iban a pasar por un verdadero infierno en la lucha por ponerse a salvo. Habían salvado del naufragio algo de agua dulce, galletas y un par de tortugas, y preveían un racionamiento para 60 días. El ímpetu del primer oficial, Chase, y el talante dialogador del capitán Pollard, fueron la causa de que se decidiera poner rumbo a Suramérica, el mundo civilizado, en lugar de ponerlo hacia las cercanas islas del Pacífico, por temor a los caníbales. Cambiaban así un viaje de pocos días hacia lo desconocido por más de dos meses de lenta agonía, tempestades, sed, hambre y muerte: 12 de los 20 hombres murieron. Melville se inspiró en esta historia real para escribir Moby Dick, e incluso conoció a Pollard, a quien definió como un ser admirable inconsciente de su grandeza. Poe bebió de este relato, y escribió las aventuras de Arthur Gordon Pym.

Philbrick reconstruye el día a día de este descenso al infierno. La manía de aquellos tiempos de escribir diarios de navegación ha proporcionado un material jugosísimo. La versión de uno de los supervivientes, el grumete Nickerson, recuperada 180 años después de los hechos, aporta información fundamental. Otra situación de extremo sufrimiento de unos hombres sobre unos botes se repetiría un siglo después con Shackelton en el Polo Sur, aunque esta gesta tuvo un final feliz. Shackelton demostró mejores dotes de líder que las de Pollard, lo que le permitió dejar el canibalismo.