Image: Alianza y contrato

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Ensayo

Alianza y contrato

Adela Cortina

27 febrero, 2002 01:00

Adela Cortina

Trotta. Madrid, 2001. 182 páginas, 12’50 euros

¿Basta el modelo del pacto social para fundar los principios de convivencia de las sociedades democráticas? El enfrentamiento entre liberalismo y comunitarismo, que ha presidido los debates en teoría política desde los años 80, nace de cuestiones como ésta y se explica en función de las diferentes respuestas a la misma.

Hoy, la cuestión sigue abierta, pero puede apreciarse un notable avance en el intento de aproximar posiciones. Trayectorias como la de Rawls son buena prueba de ello.

En este contexto se inscribe la obra de Adela Cortina, de quien se ha elogiado su actitud integradora, dispuesta a abrir un cristianismo neokantiano de base a otros enfoques de la discusión ética actual. Sus libros poseen así el valor añadido de una información abundante y bien estructurada, aunque siempre con miras a la elaboración de una propuesta ética original. En su último libro, esta propuesta se concreta en una ética cívica de la solidaridad, basada en la idea de que el relato moderno del individuo autónomo debe verse reforzado por el relato bíblico del reconocimiento recíproco entre quienes se sienten carne de la misma carne y sangre de la misma sangre, si no quiere verse diluido en un mero consensualismo coyuntural, carente de fundamento.

A partir de aquí, Cortina analiza algunas consecuencias indeseables que a su juicio derivan de la disociación entre estas dos parábolas sobre los vínculos humanos. En suma, esta cesura entre Alianza y Contrato se resuelve siempre en abstracciones, bien de la política democrática, que pierde sus raíces legitimadoras, bien de la religión, que se convierte en peligrosa arma arrojadiza o en ineficaz derecho canónico. Encomiables son en ese sentido sus votos por que el cristianismo oficial se empeñe de veras el logro de una justicia social y económica, abandonando ese "discurso de burócrata de la Unesco", que todo lo deja donde está (aunque, ya de paso, habría que pedir lo mismo a tanto discurso ético que pretende conciliar beatíficamente lo inconciliable). También resulta oportuna su distinción entre un "cosmopolitismo arraigado" y un universalismo abstracto, sin sensibilidad para las diferencias culturales. Menos claro queda si lo que cuenta del relato del Génesis es sólo el reconocimiento intersubjetivo entre iguales o también el sustrato teológico de la Alianza entre Dios y los hombres.

Ahora bien: muerto Dios, tela del templo rasgada hace tiempo, tejido y destejido el tapiz de la Alianza a lo largo de siglos, transmitido el relato en diferentes versiones, ¿es preciso que esa misteriosa raíz común, que nos liga a otros y nos obliga más allá de un puro deber formalista, se entienda como un vínculo de tipo sustancialista? ¿No podría concebirse incorporada ya al proceso de secularización, como otro elemento de nuestra pertenencia histórica a una tradición, asumida hoy en su carácter contingente? Por supuesto que hemos de seguir contando con las parábolas que antaño sirvieron para conferir sentido al mundo. Pero no es preciso que nos creamos todo lo que nos han contado: ni en el relato del Génesis, ni en el del Leviatán.