Image: El oro de Moscú y el oro de Berlín

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Ensayo

El oro de Moscú y el oro de Berlín

Pablo Martín Aceña

27 febrero, 2002 01:00

Pablo Martín Aceña. Foto: Mercedes Rodríguez

Taurus. Madrid, 2001. 420 páginas, 18’63 euros


Decía Quevedo que Don Dinero es poderoso caballero. Pablo Martín Aceña se ha dedicado a estudiar las andanzas del dinero, de la economía, como si fuera la protagonista de una rocambolesca novela. Es catedrático de Historia económica en la Universidad de Alcalá y director del Programa de Historia Económica de la Fundación Empresa Pública, y autor y coautor de numerosas publicaciones, entre las que destacan La política monetaria en España, La nueva historia económica en España, Economic Development in Spain since 1870 y Monetary Standards in the Periphery; pero al oro -diga Quevedo lo que diga- no se humilla.

En los últimos años, la editorial Taurus está publicando libros sobre historia económica escritos por prestigiosos especialistas, de fácil acceso a múltiples lectores, y con un grado de amenidad en sus páginas parejo al de su rigor científico.

ESTE es el caso el El oro de Moscú y el oro de Berlín, resultado de la averiguación llevada a cabo por Pablo Martín Aceña en archivos oficiales de diversos países. El fin último del libro -admirablemente escrito y de un contenido tan apasionante como el de una buena novela de intriga- es conocer el destino de las reservas de metales preciosos del Banco de España durante la Guerra Civil y el del oro de muchas naciones europeas usurpado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

El llamado "oro de Moscú" no es otro que las cuantiosas reservas áureas del Banco de España, que se mandó trasladar, en octubre de 1936, desde Madrid a Cartagena primero, y luego, en su mayor parte, a la Unión Soviética. El gobierno de la República perseguía dos fines con esta decisión. Por un lado, poner el oro a salvo de las tropas insurrectas que habían llegado, por entonces, a las afueras de Madrid; tampoco se ocultaron serios temores de apropiación del metal por milicias populares incontroladas. En segundo lugar, tan voluminosa reserva de metal representaba un formidable activo financiero para armar y defender la República. Hay que considerar que en Cartagena quedaron almacenadas 560 toneladas de oro, de las cuales 510 fueron embarcadas hacia Odessa. Para dar una idea de la importancia de estas cantidades, baste decir que el propio Martín Aceña cifra en 650 toneladas las acumuladas por el Tercer Reich durante la Guerra Mundial, incluyendo las reservas propias del Reichbank en 1939, más 550 toneladas incautadas en diversos países.

La política de No Intervención de las democracias europeas, unida a la dificultad de los republicanos en cambiar metal precioso por armamento, explica la remesa del oro español a Rusia. Martín Aceña acepta que la totalidad del oro de Moscú fue invertido en la adquisición de aviones, armas, blindados y municiones. Otra cosa sería la deficiente calidad del material vendido por la Unión Soviética. En el fondo de la cuestión permanece el interrogante que Martín Aceña plantea acerca de posibles alternativas de destino para el oro español, como Gran Bretaña o los Estados Unidos (págs. 30-32).

La segunda parte del libro de Martín Aceña se centra en una cuestión que estuvo de actualidad hace pocos años: el aprovechamiento por los nazis del oro capturado a sus enemigos e incluso aliados durante la Segunda Guerra Mundial, y la responsabilidad que por ello habría recaído en algunos países neutrales, los cuales realizaron lucrativos negocios con la compra del preciado metal. El caso de expolio más conocido es el de los judíos de los países europeos sometidos por Hitler. Menos difundida, pero no menos importante, fue la depredación de las reservas aúreas llevada a cabo en los bancos centrales de Austria, Hungría, Bélgica, Holanda y otras naciones. Los responsables del Reichbank siguieron, a partir de 1939, un plan de venta y distribución por todo el mundo del oro acumulado en Berlín, con el fin de adquirir productos indispensables para la guerra, como petróleo y materias primas.

Los aliados pusieron en práctica, a partir de 1943, un programa llamado Safehaven, dirigido a averiguar las conexiones económicas de Alemania con los países neutrales, así como la localización de activos nazis de alto valor en lugares secretos, desde los cuales podría reconstruirse el poder militar del Tercer Reich en caso de derrota en la Segunda Guerra Mundial. Acabada esta, las averiguaciones se intensificaron en Suiza, Suecia, Portugal, Turquía, Irlanda, Argentina y España (cuyo caso particular se analiza en la tercera parte del libro). Se constató la existencia de estrechas relaciones económicas entre estas naciones y Alemania. También quedó probada la compra, por entidades financieras de países neutrales, de oro nazi. Se llevaron a cabo laboriosas negociaciones, no sólo con los Gobiernos de estos países y con sus respectivos bancos centrales, sino también con organismos internacionales como el Banco Internacional de Pagos, establecido en Basilea y regido, en los años cuarenta, por notorios filonazis.

Los intentos de restitución no resultaron vanos pero su conclusión distó de ser satisfactoria. Sólo una parte de lo reclamado -en el caso de Suiza, inferior a la mitad- fue devuelta. Las nuevas circunstancias internacionales de la Guerra Fría, a partir de 1947, influyeron en una actitud condescendiente en esta materia, por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña hacia los países neutrales, algunos de los cuales, además, pronto pasaron a ser sus aliados.