Image: Morir para contarlo

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Ensayo

Morir para contarlo

Julio Fuentes

20 marzo, 2002 01:00

Julio Fuentes

La esfera de los libros. Madrid, 2002. 462 páginas, 21 euros

A pesar de su título, un tanto amarillo y morboso, el libro que recoge las mejores crónicas del reportero de El Mundo asesinado en Afganistán no puede recibirse sino con veneración. En realidad responde a la necesidad de todos sus amigos y compañeros de ofrecer a su memoria un monumento.

Con palabras de Pedro J. Ramírez, una memoria "del obsesivo y generoso Fuentes. El que aguantó todo el sitio de Sarajevo. El que entró en el cuartel Tito con una bandera blanca. El que socorrió a los niños bosnios. [...]. El que fue testigo del horror en todos los confines del globo y siempre se puso de parte de las víctimas". Todo lo que reúne este volumen, y esta reseña misma, no puede eludir el halo de canto a una vida entregada al riesgo y a la pasión profesional. Desde la introducción de Fernando Múgica, que repasa caóticamente la vida de Fuentes en una visita a su viuda, pasando por sus propias crónicas, y acabando por los artículos de despedida de sus compañeros de trinchera, por encima de su valor histórico el libro nos golpea con el asombro que despierta esta raza extraña de hombres. Hombres cuyo lema es "mira hacia adelante, borra tus huellas".

Julio Fuentes (Madrid,1954), tuvo una infancia itinerante y jugó mucho al rugby en su adolescencia. Ese dato nos hace pensar que desde muy pronto tuvo claro que su vida iba a consistir en meterse de cabeza allí donde saltaran chispas. Leyendo sus descripciones de los soldados, no podemos evitar verlo como uno de ellos, con la incógnita añadida acerca de sus estímulos para compartir tantos riesgos. En "Los ritos de los guerreros" nos cuenta cómo los pilotos de la raf cantan "himnos íntimos" con letras que ensalzan "la indiferencia ante el destino". ¿No participaba Fuentes de ritos similares, guerrero armado con libreta de tapa dura? Santiago Lyon escribe que Julio "jugaba con su destino en todos los lugares del mundo". Releyendo las palabras que dedicó a los corresponsales de guerra en 1993, nos topamos con la cruda y épica visión que tenía de su trabajo. Hablaba entonces del "síndrome de Vietnam". Hoy sabemos que él lo sufrió, que sufrió en pesadillas el efecto de "la acumulación de horrores en el cerebro". Pero Fuentes había sobrevivido a una lluvia de balas que "le rebotaban entre los dedos" en El Salvador. Entonces no tiró la toalla, y nada iba a pararle los pies hasta el final.

Fuentes no ha sido sólo un periodista, también un escritor de primera fila. Cada crónica se lee con temblor de detonación. Su prosa tenía vena lapidaria, tono épico, y se enriquecía en su bagaje cultural. Con este documento escalofriante Fuentes nos recuerda la locura que sacude el planeta, o que, como señala Alfonso Rojo en el epílogo, un niño huérfano de la guerra "sabe más del infierno que Dante, Virgilio, Rimbaud, Blake y otros poetas malditos". Aceptamos con Gervasio Sánchez esa patología de quienes tienen imán para las cumbres y se juegan la vida en el Himalaya, igual que un reportero en zonas de conflicto bélico, algo que va más allá del "compromiso con los lectores".