Image: El otoño del Renacimiento 1550-1640

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Ensayo

El otoño del Renacimiento 1550-1640

William J. Bouwsma

20 marzo, 2002 01:00

En el Red Bull Theatre se estrenaron no pocas obras de Shakespeare

Crítica. Barcelona, 2001. 368 páginas, 23’50 euros

Cervantes, Galileo, Shakespeare, Descartes son algunos de los personajes que se pasean por esta obra de W. J. Bouwsma (1923), para quien "la ansiedad" caracteriza la cultura en los comienzos de la época actual. Una ansiedad asociada al "tiempo, la muerte y el juicio", "capaz de invadir cualquier área de la experiencia". Profesor emérito de la Universidad de Berkeley, es autor entre otros libros, de Después de la Reforma, Interpretación del humanismo renacentista y El otoño del Renacimiento.

Desde su publicación en 1926, El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga, no ha dejado de figurar entre las obras más conocidas de la historiografía europea por su inteligente y original exposición de los cambios que alumbraron el Renacimiento.

Su carácter de libro de referencia queda de relieve no sólo por lo continuo de sus reediciones, sino por servir de patrón a otros igualmente ambiciosos y a veces brillantes. Es el caso de Bouwsma, cuyo título remite paladinamente al de Huizinga, y con ello a una tradición de la historia de las ideas que se remonta a Dilthey. Hay por tanto muchas cosas en común en ambas obras, aunque la historia de las ideas que escribe Bouwsma no pueda ser la misma que en su día cultivara su predecesor.

La tesis que basa este estudio del final de la cultura renacentista apunta al crecimiento de un clima intelectual y vital de sombría desconfianza y desazón que ponía en cuestión los principios e impulsos de libertad creativa que, habiéndole dado origen, rendían por entonces algunos de sus mejores frutos en distintos campos del arte y el pensamiento. En razón de ello se manifestarían tendencias tales como la preferencia hacia la vida contemplativa, por aprensión hacia el tipo humano emprendedor del pleno Renacimiento, o el resurgir de los métodos escolásticos, entre católicos y protestantes por igual, como garantía de naturaleza, como paradigma intelectual y moral, a la autoridad clásica como argumento con valor probatorio en sí, o a la literalidad de la Escritura. El anhelo de sistema, es decir, de pensamiento sin contradicciones, incertidumbres o paradojas, llevó al cultivo del espíritu metódico contra el que se habían alzado los primeros humanistas. De ahí también, cuando nacía la ciencia moderna de la observación y la demostración que tantas dudas sembraba, el respeto por la astrología como saber capaz de persuadir a cerca del orden y la coherencia del universo.

Para desarrollar esta interrpetación y seguir sus múltiples derivaciones, Bouwsma se vale de un acercamiento clásico a lo que él prefiere llamar Historia cultural: la lectura de autores y obras que se estiman de especial significación explicativa para el período. La relación de autores citados, los más simplemente mencionados, es larga y nada cicatera en cuanto a diversidad de procedencias nacionales, pero hay un número que constantemente apoya sus explicaciones integrado por, y probablemente en desorden, Bacon, Montaigne, Burton, Bodin, Hooker, Sarpi, Galileo y Cervantes. Las reiteradas citas de sus obras canónicas traban el andamiaje del libro y revelan una lectura inteligente. Con seguridad, otros historiadores, más inclinados, en contra de lo que Bouwsma prefiere, por la historia intelectual (la que a textos y autores añade contextos sociales) echarán de menos aspectos que, con la documentación adecuada, ilustren sobre la recepción de aquellas ideas, sus canales de difusión, condicionamientos ambientales, etc. Por ejemplo, su sugestivo capítulo sobre el teatro del período como expresión de una crisis del yo, podría resultar más convincente con documentación de ese tipo. También algunos historiadores cuestionarán la congruencia del período considerado. Casi un siglo es un ocaso muy dilatado, y en su curso hubo por fuerza variaciones que sería oportuno registrar. Tanto más cuanto buena parte de los estudiosos y las nociones vulgares conocen esa época como Barroco, un término y un concepto que Bouwsma rehuye (hasta el punto de no figurar en su texto) pero cuyas características y orientaciones se confunden con las tendencias intelectuales y actitudes vitales de su Renacimiento crepuscular. Al lector puede caberle la duda de si se trató de dos fases distintas de la historia intelectual europea, o de un mismo período que se prefiere llamar Renacimiento final.

No por lo dicho deja de ser éste un libro cargado de interés y de saber, y que resultaría aún más recomendable si, además de un traducción más esmerada, se le hubiera dedicado la atención editorial necesaria para salvar tropiezos llamativos, como hacer de la historiografía, "whig" (un enfoque), "las ideas de Whig", o naturalizar venecianos a florentinos como Dante y Maquiavelo.