Image: Y todavía sigue

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Ensayo

Y todavía sigue

Juan Antonio Bardem

3 abril, 2002 02:00

Juan Antonio Bardem. Foto: Mercedes Rodríguez

Ediciones B. Barcelona, 2002. 370 páginas, 16’50 euros

Cualquier vida, por poco que se profundice en ella, es una madeja de historias que no siempre se ajustan a la convención narrativa de someterse a un hilo conductor o una trama principal. Y eso, la imposibilidad de ajustar el relato de la propia vida a un patrón narrativo convencional, debe de resultar una curiosa paradoja para quienes, como el cineasta Juan Antonio Bardem, han dedicado su vida a contar historias.

De ahí que, al decidirse a "ordenar" estas Memorias de un hombre de cine, haya optado por un principio que se parece mucho al buen tuntún: los recuerdos, encabezados por el año en el que se sitúan, afloran aquí y allá según la intuición de Juan Antonio Bardem descubre, o pretende que descubramos, secretas afinidades o agradecidos contrastes entre unos y otros. El caso es que el procedimiento funciona, y lo hace tan bien que al lector le cuesta interrumpir la lectura de estas apasionantes memorias, y con frecuencia siente la tentación de volver atrás y releer lo ya leído, por el puro placer de constatar los mimbres secretos que dan consistencia al cesto.

Nos ahorra Bardem lo que, de haber seguido un orden más convencional, hubiera sido un largo preámbulo dedicado a su infancia y a sus antecedentes familiares. Una y otros tienen su lugar en estas memorias, pero hábilmente mezclados con aquello que las hace verdaderamente interesantes al lector: los recuerdos y confidencias de un film-maker o "hacedor de películas", que es como a él le hubiese gustado llamarse, de haber consagrado nuestro idioma esta denominación en vez de las menos transparentes "realizador" o "director".

Plenamente imbricadas con su trayectoria en el oficio aparecen las historias de sus amistades con personajes como Luis García Berlanga o Ricardo Muñoz Suay, entre otros. Es curioso que el primero, cuyo talante e intereses desde el primer momento se manifestaron como muy distintos de los del militante Juan Antonio Bardem, salga mejor parado que el segundo, que compartió con él iniciativas empresariales y militancia en el Partido Comunista de España, amén de una amistad que, simbólicamente, comenzó cuando ambos coincidieron en la multitud que contemplaba el incendio de los laboratorios Madrid Films, en el año 1947.

La presencia de más o menos notorios militantes comunistas en el cine español durante el franquismo, las pequeñas conjuras empresariales y políticas por las que el núcleo comunista buscó sobrevivir, e incluso afirmar su influencia, en una época tan poco propicia, y su posterior desbandada durante los años de la transición democrática, son motivos recurrentes en estas páginas. Y es muy de agradecer que Bardem, pese a sus constantes profesiones de fe comunista, enjuicie a las personas y hechos que confluyen en esta trama con un notable desparpajo, que a veces estremece por lo descarnado: así, cierto comentario de Santiago Carrillo, entonces secretario general del PCE, sobre el destino que su partido hubiera dado, en otra época, a ciertos "traidores".

En esta atmósfera enrarecida, Juan Antonio Bardem consiguió hacer algunas buenas películas. La crónica de sus rodajes constituye, sin duda, lo mejor de estas páginas. Y su perdurabilidad, la de títulos como Cómicos o Calle Mayor, es el mejor argumento contra el comprensible pesimismo de quien, al firmar sus memorias, sabe ya irremisiblemente perdidas algunas batallas, aunque se muestre aún dispuesto a librar otras.