Image: Cristina de Suecia. La reina enigmática

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Ensayo

Cristina de Suecia. La reina enigmática

Verena von der Heyden-Rynsch

10 abril, 2002 02:00

Greta Garbo como Cristina de Suecia

Tusquets. Barcelona, 2002. 232 págs., 15 euros

"Sin duda -escribía Benjamín Jarnés-, la egregia Cristina nació y murió para que Greta Garbo pudiese resucitarla". Y tan intensa es la huella que esta segunda vida de Cristina de Suecia ha dejado en nuestra memoria que leemos esta biografía como si fuera el guión al que se ajustó Mamoulian en su película de 1933.

A pesar de lo cual no podemos dejar de ver a la Garbo en este personaje que, por complejo y atípico, forzosamente queda un tanto desdibujado tras los muchos datos que sobre él nos proporciona Verena von der Heyden-Rynsch. Según éstos, la reina Cristina de Suecia (1626-1689) lo mismo podría ser descrita como una mujer pasional, que tuvo amoríos con personas de uno y otro sexo, que como alguien que no experimentó el amor sino bajo las convenciones del sentimentalismo platónico, tan en boga en la literatura de su época. Igualmente, su política lo mismo podría tildarse de errática que de valiente y de altas miras; y su religiosidad, que le dictó decisiones tan trascendentes como la de abandonar el trono y marcharse de su país, lo mismo podría estar dictada por el capricho que por una honda exigencia de autenticidad... En esto, como en otras cosas, la soberana sueca era hija de su tiempo; de un tiempo en el que los reyes delegaban las funciones de gobierno en validos todopoderosos (Mazarino, por ejemplo) y consideraban signo de grandeza interesarse por la cultura y el arte.

A esta época de reyes relegados a la privacidad y al cultivo de su propio refinamiento intelectual y artístico pertenece Cristina de Suecia. Su breve reinado, si hacemos caso a la autora de esta biografía, no tuvo otro objeto que allanar el camino para su abdicación. En esos escasos años, no obstante, tuvo tiempo de llamar a su corte al mismísimo Descartes, cuya salud no le permitió sobrevivir al duro invierno sueco. Tras su abdicación, la reina abandonó su patria y se estableció en Roma, donde se aplicó en cuerpo y alma a la intriga política de altos vuelos, jugando con los distintos bandos que se disputaban poder e influencia a la sombra del papado.

Detrás de estas vicisitudes hubo personajes tan fascinantes como Pierre Chanut, embajador francés en Suecia, o Antonio Pimentel, el enviado español a quien Mamoulian convirtió en amante de la reina, o Descartes, o el cardenal Decio Azzolino, cuya intimidad con la reina fue motivo de escándalo en Roma... Lo que la autora de esta biografía no nos dice es si esta reina fue grande por asociarse a personajes de esta talla en el momento en que éstos podían favorecer sus propios designios, o si no fue más que un peón movido por unos y otros en el complejo tablero europeo de su tiempo.