Image: La palabra descendida

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Ensayo

La palabra descendida

Emilio González Ferrín

15 mayo, 2002 02:00

Emilio González Ferrín. Foto: Archivo

Premio Jovellanos de Ensayo. Nobel, 2002. 257 páginas, 16’50 euros

Todo texto sagrado ha sido piedra de alabanza o escarnio. Frente al Corán, Voltaire se inclinó por la caracterización caricaturesca, mientras que Carlyle tendió al elogio tanto del hecho coránico como del hecho islámico. Desde Renan, en su reducto de la Sorbona, hasta las lecturas y exégesis de Goldziher y V. Grunebaum, el fenómeno de la transmisión divina al Profeta (Mahoma) que viene a cerrar el ciclo de la revelación a través de la palabra luego escrita, no ha dejado de inspirar a la crítica filológica e histórica. La sumisión (islam) a la palabra de Dios que el Profeta se encargó de revelar a sus conciudadanos, constituye otro de los extremos más abordados por islamólogos de fuste como Watt y Arkún.

Valga esta pincelada erudita para situar el ensayo de González Ferrín en la perspectiva de los savants occidentales -o no- que no han podido escapar a la consagración de sus estudios sobre El Corán, el hecho islámico y el corpus canónico conocido con el nombre de sharia. Vernet es el punto de referencia español al que remite el autor de La palabra descendida, aunque las citas intertextuales devuelven a la traducción que de El Corán hiciera Julio Cortés (1987).

La empresa que se propuso González Ferrín no fue fácil. Presentar al lector culto medio una digresión documentada sobre El Corán, en número de páginas probablemente predeterminado, hay que reconocerlo como tarea de artesanía mayor. González Ferrín, profesor universitario en Sevilla, ha conseguido rematar la pieza en los capítulos VI-XI, aunque la falta de un glosario impide al profano la compulsa inmediata de la terminología árabe que puebla el texto de nuestro ensayista desde el principio hasta el final.

Los cinco primeros capítulos de la obra dan la impresión de ser un balizamiento del terreno sobre el que aterrizará pronto el lector, lo que no es ningún desatino táctico, mientras que los cuatro últimos flotan a título residual, con un discurso enhebrado por citas de autoridad académicas que pueden decirle algo (o no) al gran público al que se supone destinado el libro. Aspectos subrayables de esta obra, llena de apuntes y guiños de autor muy sugestivos, serían los siguientes. Los profetas son los encauzadores -los encarriladores- de los designios divinos para la Humanidad: Mahoma, héroe-profeta, se inscribiría en la tradición semítica de Moisés, Abraham y Jesús. O sea -y ésta es otra de las vigas maestras del ensayo de González Ferrín-, el Islam nace como sedentarización de las religiones semíticas, esta vez en su ubicación medinense (Medina). Allí donde la nueva religión monoteísta del siglo VII (era cristiana) echa raíces comunitarias que le permitirán en adelante el reconocimiento de una identidad compartida por vía de la fe: la que arranca de ser habitante de la Casa de Dios, de la Umma que se ha ido generando en los siglos de expansión imperial de los creyentes musulmanes hacia Oriente, a partir de la dinastía abasí de Bagdad, y de los omeyas cordobeses a partir de Al-Andalus.

González Ferrín elude picar en la polémica -tan bien servida- sobre los fundamentalismos religiosos y sus estragos políticos. No deja el autor, sin embargo, de recurrir a elipsis agudas cuando se plantea aquello de que el paradigma histórico del Occidente cristiano no tiene por qué reproducirse en el seno de otras civilizaciones, como han pretendido algunos pontífices culturalistas euro-americanos, caso de W.W. Rostow y Samuel Hungtinton.

Esta evitación no significa solamente que el autor incurra en el defecto de la apologética -por mor de compenetración con el texto sagrado y con la religión que en él se fundamenta-, sino que arroja además la idea de los hoy llamados problemas de evolución y acoplamiento islámicos a la altura de unos tiempos que no son los de la Arabia felix en que vino al mundo Mahoma (presuntamente en torno a 570). Se trata de un esfuerzo de síntesis por parte de quien no ha querido dejar de escribir el núcleo de su experiencia docente en las aulas de la Universidad hispalense. Y a esta tarea no parece muy inclinado el común del profesor universitario.