Image: 1688. Una historia global

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Ensayo

1688. Una historia global

John E. Wills jr.

31 octubre, 2002 01:00

Tetrato del rey Jacobo II, derrocado en 1688

Taurus. Madrid, 2002. 436 páginas, 19’95 euros

El empeño de escribir historias globales es, por definición, un imposible como el de los cartógrafos chinos del cuento, cuyo mapa habría de acabar por ajustarse al terreno de tal forma que la fidelidad exigiría prescindir de las escalas reproduciendo los accidentes a su tamaño natural.

De modo análogo, las historias globales se enfrentan con una cuestión de concepto, para determinar si por global hay que entender ecuménico o bien exhaustivo, y con otra de no menos enjundia: la escala.

La historiografía annaliste optó para desarrollar su enfoque de historia total con una escala temporal amplia, la larga duración, mediante la cual sería posible describir cambios estructurales a largo plazo en espacios, como el Mediterráneo, que formas de hacer la historia más apegadas al acontecimiento no siempre considerarían unitarios. En sus explicaciones se prescindiría del personaje y del relato. Como reacción fueron desarrollándose otras formas de hacer historia centradas en el tiempo corto, el ámbito territorial limitado, basadas en sujetos y de exposi- ción narrativa, y en las que se abandonaba la idea de historia total. Dos modelos historiográficos que vienen a coincidir con lo que en la jerga de las ciencias sociales se llama "macro" y "micro".

Lo que Wills se propone es una especie de cuadratura del círculo historiográfico: una historia global (modelo macro) con técnicas micro (personajes, acontecimientos y hasta anécdotas que sirvan como ilustración); las historias de vida de los sociólogos para explicar la globalización tecnológica. Si su intención ha sido posibilitar una comprensión mejor y más penetrante del pasado habrá que concluir que el círculo sigue siendo redondo, y además no resulta de traza bien proporcionada. El año 1688 tiene su significado propio en la historia como el de la Revolución Gloriosa de Inglaterra, el destronamiento de Jacobo II y el origen de un sistema de representación política mediante parlamentarismo oligárquico que se demostró útil en la contención del absolutismo monárquico hasta convertirse con el tiempo en modelo para otros países europeos. Aquellos años finales del XVII conocieron además importantes novedades en el descubrimiento de la tierra y los seres vivos, de las leyes físicas, de la filosofía o las letras. Todo ello en un ámbito directa o indirectamente eurocéntrico. Wills, orientalista de formación, se esfuerza en reflejar las distintas expresiones de las sociedades y culturas -europeas y extraeuropeas- en una visión sincrónica. Trae a colación, así, fragmentos de experiencias personales y colectivas de distintos espacios del mundo, pero como no siempre es capaz de hacerlos encajar en una explicación coherente el lector se mueve por un centón de viñetas animadas sin unidad explicativa de fondo, y las que se insinúan a veces suscitan más que escepticismo: aunque coetáneos, es difícil encontrar en el polígrafo japonés Saikaku y Sor Juana Inés de la Cruz afinidad alguna, por más que de ambos se predique un mismo aliento barroco (que, por cierto, será cualquier cosa pero no lo que por tal suele entenderse en la cultura occidental).

Hay un meritorio despliegue de erudición para presentar un estado verdaderamente ecuménico del mundo al acabar el XVII pero no se salva el riesgo de fracaso: los desequilibrios y omisiones, y éstos (en lo que hace a España -una de las grandes potencias del momento- y su imperio americano, por ejemplo) son clamorosos. Las descripciones que se quieren animadas y la superposición de ambientes y figuras acaban en dispersión, en acumulación de anécdotas sin categoría y cuando se quiere establecer alguna -el contacto de los misioneros jesuitas con la cultura china, la expansión rusa por Siberia como claves de la centuria- resultan cuestionables y no sólo por la ausencia de argumentos que lo sostengan. Si al menos en la traducción se hubiera puesto mayor esmero...