Image: La esencia del cristianismo

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Ensayo

La esencia del cristianismo

Bruno Forte

21 noviembre, 2002 01:00

De las tesis de Feuerbach (en la imagen) arranca este libro

Trad. J. M. Carda. Sígueme. Salamanca, 2002. 190 páginas, 13’46 euros

El autor de este texto es un teólogo italiano que es ya conocido y reconocido en España por algunas traducciones de sus libros (como La eternidad en el tiempo, publicado en esta misma colección). El texto transcribe unas lecciones que impartió en Barcelona, en el "Aula Joan Maragall 2002".

En ellas tomó como título el que primero lo había sido de un celebre libro de Ludwig Feuerbach que tanta significación tuvo a mediados del siglo XIX. Es conocida su poderosa influencia sobre el joven Karl Marx, y sobre toda la izquierda hegeliana.

En ese libro se concebía el cristianismo como la culminación de todas las religiones; en la religión cristiana se mostraba, según Feuerbach, en toda su perfección la esencia misma de lo humano. La verdadera teología, que en el cristianismo había adquirido su forma perfecta, no es sino antropología, sólo que en forma enajenada: lo que constituye la esencia del hombre, y sus principales atributos, es proyectado sobre la idea de Dios; la idea de Dios del cristianismo, en razón del dogma trinitario y del dogma de la encarnación, halla, al decir de Feuerbach, su formulación perfecta. Este escritor ateo y aparentemente anticristiano escribió, de hecho, el más encendido elogio de la religión cristiana.

Ese famoso libro de Feuerbach fue varias veces replicado en uso del mismo título: primero por el gran teólogo protestante liberal, al comenzar el siglo XX, Adolf von Harnack, que concibió la esencia del cristianismo a través de un alto contenido ético y humanista que, sin embargo, velaba quizás los más importantes aspectos del cristianismo; y ya más cerca nuestro, poco después de acabarse la segunda guerra mundial, por el teólogo católico Romano Guardini, que repitió título y encuesta, orientando su reflexión hacia la figura de Jesús de Nazaret como acontecimiento personificado; en él, según este teólogo, encuentra el cristianismo su verdadera esencia.

Bruno Forte evoca este recorrido en un interesante epílogo al texto que en cierto modo constituye el presupuesto de una puesta al día de la cuestión en el tiempo nuestro, o en aquel que nos es contemporáneo: aquél en el cual la Modernidad ha mostrado su agotamiento a través de sus falsas ilusiones, sobreviniendo, con la crisis del paradigma ilustrado, y de todas las utopías gestadas en su nombre, el mundo postmoderno y postilustrado en que vivimos, y en el cual también el teólogo se halla instalado. El libro se inicia con una caracterización de nuestro tiempo o de nuestra inevitable condición postmoderna.

Se aborda y se reflexiona sobre el mensaje cristiano en abierto diálogo con otras religiones, desde las más próximas, las religiones monoteístas, como el judaísmo y el Islam, hasta las más lejanas, las grandes religiones orientales. Todo lo cual constituye el pórtico de una reflexión sobre lo que tiene de específico el cristianismo, en donde el autor destaca (y es un aspecto particularmente interesante del texto) una vigorosa reinterpretación del dogma trinitario. El libro importa y compromete por supuesto a teólogos y creyentes, pero también podría interesar a toda persona abierta, con preocupaciones intelectuales, para quien la teología cristiana puede constituir un campo de reflexión, o de diálogo, perfectamente instructivo y valioso.

De hecho una de las características de Forte ha sido potenciar ese diálogo con filósofos no necesariamente confesionales pero que se interesan por los temas religiosos, y en particular por el cristianismo; me refiero a pensadores italianos como Vizenzo Vitiello, o Massimo Cacciari, que han sido algunos de los principales interlocutores de Forte.

Y es que en Italia esta comunicación entre teología y filosofía constituye un territorio fecundo. Y sería desde nuestra cultura que ese ejemplo italiano prendiera también en nuestros medios intelectuales, en los cuales se hace difícil, de momento, por una doble razón: por la indiferencia o agresividad de las actitudes agnósticas, ateas, o no confesionales, y por la cerrazón que muchas veces siguen mostrando algunos representantes del pensamiento cristiano oficial. Comienzan a proliferar excepciones que matizan esta caracterización, pero son todavía excesivamente escasas y marginales.