Image: Ortega y Gasset

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Ensayo

Ortega y Gasset

Javier Zamora Bonilla

21 noviembre, 2002 01:00

Ortega y Gasset

Plaza & Janés. Madrid, 2002. 653 páginas, 19’90 euros

"La verdad es que Ortega, hasta cuando se equivoca, suele ver algunas cosas importantes" escribió Julián Marías en la Introducción a la España invertebrada. Casi cincuenta años después de su muerte, el peso de Ortega en el pensamiento español sigue siendo abrumador. Sólo una biografía ha ensombrecido su fama: El maestro en el erial: Ortega y la cultura del franquismo, de Gregorio Morán (Tusquets, 1998), que analiza el regreso del pensador a la España franquista en 1945 y sus relaciones ambiguas con la República y la Dictadura.

Las vidas de los filósofos acostumbran a ser aburridas. Como sus memorias, cuando dan en escribirlas. Y tiene su lógica. Desvelada, por cierto, hace ya siglos por un gran filósofo que propuso para los de su oficio el siguiente epitafio: "Aquí yace X. Nació, estudió, escribió y murió".

Y es que en realidad, y a diferencia de lo que acostumbra a ser el caso a propósito de no pocos poetas y literatos, que alimentan su obra con los materiales ardientes de sus vidas, los filósofos no tienen, propiamente hablando, "vida". Su vida está en sus ideas. Su vida es su obra: su pensamiento. De ahí la virulencia de los choques entre los sistemas. Lo que ahí entra en colisión es algo más que ideas y conceptos: son las propias vidas, encarnadas en las ideas, los conceptos y los sistemas, de los filósofos. Sus verdaderas vidas. Como en todo, también aquí hay excepciones. Wittgenstein podría ser una de ellas. Otra, Ortega. Por lo demás, él mismo ha dado la clave de semejante anomalía: "Yo tengo que ser, a la vez", dejó escrito en su notable Prólogo para alemanes, "profesor de la Universidad, periodista, literato, político, contertulio de café, torero, "hombre de mundo", algo así como un párroco y no sé cuántas cosas más". Tarea difícil, pues, la de encontrar el hilo secreto que confiere unidad, si es que realmente la confiere, a tanta diversidad. Y más difícil aún la de ponerse a tejer con él o que Zamora Bonilla ha tejido: una biografía omnicomprensiva, atenta al detalle, aunque capaz de sobrevolarlo, y a la vez, amena. La primera biografía "completa" de Ortega y de su circunstancia, sin duda.

De las páginas de Zamora Bonilla -que componen toda una historia cultural y política de la España contemporánea- emerge, rotunda, la imagen de un Ortega inspirador y educador de elites, genuino "intelectual orgánico" de sectores sociales y generacionales que van tomando progresivamente conciencia, al hilo de la crisis de la Primera Restauración, de la necesidad de reorganizar y poner al día sus instrumentos de hegemonía ideal en un momento de cambio. Pero también la imagen del introductor en la cultura superior española de las corrientes filosóficas dominantes en la Alemania de las primeras décadas del siglo XX: neokantismo, fenomenología, historicismo, vitalismo, filosofías de la existencia. La imagen, en fin, del maestro que animó a leer con rigor filológico y mirada actual a los clásicos y que reflexionó largamente sobre el sentido de la filosofía y su enseñanza. Todo ello en un medio conocido por su falta de tradición, a pesar de excepciones cuya importancia no se pone en duda en esta biografía. Y así, estas páginas, trenzadas con la ayuda del método narrativo, exigido por la propia razón histórica, terminan por convertirse en una genuina invitación a tomar nota del largo viaje de Ortega a través de la cultura científica, literaria, histórica y filosófica de Occidente, a aprender de su curiosidad profunda, del vigor de su palabra optimista y elegante, que poco a poco fue acerándose, más allá de los ecos modernistas que no dejaron de sobrecargarla en sus comienzos. Pero también a aprender de sus fracasos. Que no fueron sólo suyos.

Tan lejos del anatema como de la tentación de confinar su obra en un "sistema" filosófico autosuficiente, esta biografía nos devuelve un Ortega vivo, multifacético, profundamente creativo. Un Ortega asumido como representante e intérprete eximio de la tradición regeneracionista, modernizadora y europeizante española, de la que tantos se reclaman hoy. Un Ortega, en fin, "a la altura de los tiempos".