Image: La República que no pudo ser

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Ensayo

La República que no pudo ser

Nigel Townson

21 noviembre, 2002 01:00

Nigel Townson. Foto: Archivo

Traducción de J. Vigil. Taurus, 2002. 531 páginas, 22’50 euros

El Partido Republicano Radical, creado y casi identificado con Alejandro Lerroux (1864-1949), surgió en los ambientes republicanos y españolistas de la Barcelona de comienzos del siglo XX y sobrevivió hasta los meses anteriores a la guerra civil.

En los meses iniciales de la II República tomó parte, aunque con escasa influencia, en los gobiernos de coalición de republicanos y socialistas encabezados por Azaña, hasta que los radicales abandonaron la coalición en diciembre de 1931. No volverían al poder hasta 1933, cuando unas nuevas elecciones convirtieron al partido en la fuerza más votada. Iniciaron entonces una tarea de gobierno, apoyados por la derecha católica, que se agotaría a finales de 1935, en un clima de descomposición política y de escándalos de robaperas.

Decir que el Partido Radical ha sido poco estudiado no es descubrir ningún gran secreto, pero tampoco se puede decir que careciéramos de estudios sobre el partido lerrouxista que, por el contrario, fue de los primeros en atraer la atención de algún investigador -la del que esto suscribe, sin ir más lejos- en una época en que la carencia de estudios sobre partidos era casi absoluta en España. La obra general de Artola sobre los partidos políticos acababa de aparecer y apenas había otra referencia metodológica que los trabajos de Molas para Cataluña y la historiografía francesa.

Felizmente Nigel Townson, un historiador formado en Inglaterra y habitual en los medios académicos y editoriales desde hace años en España, ha venido a presentar -en una traducción española, manifiestamente mejorable, de una edición original inglesa de hace dos años- un producto mayor de la larga trayectoria investigadora que le ha llevado a centrar su atención en el Partido Radical desde finales de los años 80. El tiempo transcurrido le ha permitido contar con testimonios de gran valor como son las memorias de Alcalá-Zamora y Martínez Barrio, así como los diarios completos de Azaña, fundamentales para comprender los meses de 1932 y 1933 en los que se consumó el distanciamiento definitivo entre los radicales y los partidos republicanos de izquierda. También ha consultado algunos archivos, como el de Martínez Barrio o el de Diego Hidalgo.

El libro de Townson trata de analizar la trayectoria del Partido Radical desde sus inicios y de centrar la atención en la oportunidad perdida de consolidar el régimen republicano si los radicales hubiesen conseguido articular una coalición de gobierno en torno a la "opción centrista" que ellos representaban. Eso se demostró imposible con los demás partidos republicanos, en la coyuntura de 1933, y no tuvo mejor fortuna cuando, después de las elecciones de aquel año, los radicales entraron a gobernar con el apoyo de la derecha católica. Fue la CEDA la que se benefició de aquella alianza que le permitió acceder al Gobierno, aunque las circunstancias no le permitieran el programa de "rectificación" que se había trazado.

Townson subraya con acierto la dimensión centrista del radicalismo y rompe con una historiografía que, al no poder liberarse de la memoria del desastre que fue la guerra civil, ha insistido con exceso en los factores de polarización y enfrentamiento que llevaron al conflicto, de la misma manera que subraya la miopía de unas izquierdas que pusieron el programa de transformación del país por delante de la necesidad de consolidar el régimen republicano.

Su interpretación, tal vez excesivamente bienintencionada, especialmente en lo que hace a la existencia de un verdadero programa de centro entre los radicales y a su voluntad de ampliar la base social del partido, acierta al dejarnos la estimulante duda, de carácter contrafactual, de que hubo quienes tuvieron en su mano una República que, finalmente, no pudo ser. El fracaso de ellos fue, en definitiva, el fracaso de todos.