Image: El rompecabezas de la sexualidad

Image: El rompecabezas de la sexualidad

Ensayo

El rompecabezas de la sexualidad

José Antonio Marina

26 diciembre, 2002 01:00

José Antonio Marina. Foto: Mercedes Rodríguez

Anagrama. Barcelona, 2002. 214 páginas, 16 euros

La sexualidad es la prueba de fuego de toda ética. Quizá, incluso, de toda cosmovisión. Si el penúltimo libro de José Antonio Marina, Dictamen sobre Dios, versaba sobre la dimensión religiosa del ser humano, sobre la trascendencia de la persona, ahora nos propone una ética de la sexualidad.

Este volumen, El rompecabezas de la sexualidad, se desprende con naturalidad del anterior. En cierto modo no podía ser de otra manera, dado que la sexualidad, cada vez más desgajada de la religión, se ha convertido en el elemento de sutura social más crucial y presente de la sociedad desarrollada. Marina, siempre atento a los movimientos abisales de la orografía y el comportamiento humanos, escribe al final del primer capítulo de este volumen que si no existe una "ética universal", capaz de ser aplicada a la sexualidad, el conjunto de su obra puede tambalearse.

Antes de entrar a examinar con detalle el contenido de El rompecabezas de la sexualidad, conviene recordarle a un investigador privado -que es como gusta denominarse Marina- que torres más altas han caído al enfrentarse a una cuestión tan poliarticulada y flexible como es la sexualidad. Su interesante obra tiene consistencia con independencia de que haya conseguido, o no, el cierre categorial de la ética y la sexualidad. Hasta entrado el siglo XX no fue posible disponer de un corpus de reflexión sobre la sexualidad elaborado desde las ciencias sociales. Estas proporcionan el mejor instrumental para estudiar en qué consiste la sexualidad. Otra cosa es el pensamiento filosófico o la dogmática religiosa, ambos tan antiguos como la propia humanidad y tan sometidos a prejuicios y errores como la condición humana.

En 1887 se crea en Berlín un famoso instituto para la Investigación de la sexualidad que influyó, sin duda, en Freud, Havelock Ells o Krafft-Ebing, por no citar a los componentes de la Escuela de Francfort. No deja de ser curioso que los nazis, con una moral sexual bien perfilada desde el principio, destruyeran las instalaciones del Instituto berlinés en 1933. Cinco años más tarde, en 1938, Kinsey fundó su conocido instituto de investigación sobre el sexo en Estados Unidos. Luego ha llovido mucho y se ha visto que la sexualidad tiene una anatomía que cambia con la edad y una capacidad de expresión construida socialmente. En este juego de tensiones, tanto la Iglesia como el Estado han tratado de ejercer control sobre algo que flota siempre entre lo individual y lo colectivo y que constituye terreno abonado para la ética y, por consiguiente, material esencial en este volumen.

Partiendo de la definición de sexualidad, estas páginas se adentran en los llamados paraísos de la sexualidad -Islas del Pacífico-, y tocan de soslayo pero con enorme sabiduría el incesto. Desde ahí el lector se adentra en los elementos religiosos de la moral sexual, en la procreación y en la familia. La temperatura del libro sube cuando, a continuación, llega el lector a las páginas en las que Marina hace una dura crítica a la revolucion sexual de mayo del 68. El deseo desmedido, el exceso de expectativas minan para Marina la felicidad y quitan relieve a los proyectos y los deberes que proporcionan dignidad al marco de la sexualidad. Por último, se cierra en su formulación el proyecto ético construido por Marina en este libro. La dignidad, el cuidado y la conversación como forma de entendimiento y reciprocidad cristalizan en una sexualidad creadora que es la base del "manifiesto para una segunda liberación sexual" con el que Marina cierra su obra. Esta se prolonga en un minucioso anexo de notas explicativas y bibliográficas destinadas a dar profundidad académica.