Image: El nuevo dardo en la palabra

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Ensayo

El nuevo dardo en la palabra

Fernando Lázaro Carreter

13 febrero, 2003 01:00

Fernando Lázaro Carreter. Foto: M.R.

Aguilar. Madrid, 2003. 264 páginas, 18 euros

El académico Fernando Lázaro Carreter no necesita presentación. Sus conocidos "dardos en la palabra" tampoco. Este libro reúne el producto de cuatro años de tiro al blanco (1999-2002) practicado desde las páginas de "El País": cincuenta breves crónicas sobre los más diversos usos lingöísticos de la calle, la prensa, la radio, la televisión... y esos nietos de siete u ocho años para los que todo "chola" porque lo de "molar" parece que se va quedando viejo.

Es probable -a pesar del éxito que acompañó a la primera entrega de dardos- que no se haya entendido completamente la filosofía que anima al lanzador. Hay quienes consideran este género periodístico como una censura de todo lo que sea innovación, frescura o espontaneidad en el decir, como si solo se pudiera hablar bien con un diccionario o con una gramática delante de los ojos... y el género, al menos en la pluma de F. Lázaro Carreter, no pretende tal cosa. La intención de los dardos es otra, que se explica con claridad en las primeras páginas del libro: "Los hablantes van adoptando soluciones distintas, no siempre indiferentes: si muchas se incorporan fácil y útilmente al idioma, otras, en cambio, por causas distintas, manifiestan una indisciplina que hace peligrar la intercomunicación entre millones de hablantes, como es nuestro caso, y podrían poner a punto de zozobra el futuro de la comunidad de los hispanohablantes". No es que los dardos señalen errores por el gusto pedantesco de mostrar que uno tiene la erudición de la que otros carecen, se señalan, más bien, usos, modos, tendencias quién sabe si de peso, que pueden poner en entredicho la razón de ser del español (y de cualquier lengua): entendernos. En realidad, los dardos tienen una intención pedagógica de carácter general que va más allá de las apuntaciones concretas que puedan hacerse sobre tal o cual uso lingöístico, y esta intención no es otra que la de avisar a los lectores sobre la importancia de respetar el español ejemplar, ejemplar por común.

El lanzador de dardos resulta ser un notario de usos lingöísticos más que un fiscal del buen decir. Y no le anima la intención de llevar el idioma hacia una antigua Edad de Oro donde todo el español era puro español, incontaminado, sin palabras del inglés, del francés ni siquiera del latín. No se trata de eso. Hay más: con frecuencia ocurre que lanzadores reunidos -en la Academia, por ejemplo- autorizan novedades en la escritura, la gramática o el vocabulario que apenas utiliza la gente porque pueden parecer novedades demasiado avanzadas: pocos escribirán sicólogo, sin p, académicamente autorizado desde hace cuarenta años; ¿por qué no nos atrevemos a escribir Barsa para llamar al club de fútbol catalán y seguimos utilizando la ç, una letra que el español abandonó en 1726? nuestras razones tendremos pero, en todo caso, no es la escuela purista del culto a las esencias la que anima a los dardos, sino la atención a la norma, a los usos más comunes, los que mejor pueden ligar esa amalgama que es el español; en suma, anima el respeto que uno le debe a la lengua para que el vecino nos entienda lo mejor posible. Es una cuestión de buenos modales o de sentido común que, también en las cosas del idioma, es el menos común de los sentidos en señaladas ocasiones: España pasea tranquilamente una empresa de renombre con falta de ortografía incluida, Telefonica, así, sin la modesta tilde sobre la o (hay que suponer que la que colocan muchos anunciantes en el pronombre ti es para compensar, porque ti sí que se escribe sin tilde); hace ochos años, por asuntillos de estos, el ministro Jacques Toubon les ponía cincuenta mil francos de multa a los funcionarios en Francia (estrictamente cierto, incluso llegó a imaginar ¡penas de cárcel!), lo que, quizá, era una exageración.

Los dardos no están hechos para multar ni para encarcelar a nadie, solo quieren ser una llamada de atención para no desviarnos del camino que la comunidad lingöística nos traza. Una excelente llamada.