Ensayo

Everest

Alfredo Merino

17 julio, 2003 02:00

La Esfera de los Libros. Madrid, 2003. 399 páginas, 18 euros

Quien haya leído algunos libros sobre el Everest, aún podrá encontrar en esta obra páginas interesantes que completarán el inmenso puzzle: su orografía y su historia. Merino participó de la famosa ascensión que realizó, en 2000, el equipo de Al Filo de lo Imposible, como corresponsal de El Mundo, y retransmitió por primera vez, vía internet, una crónica desde el collado Norte. Esta experiencia le permite combinar este extenso tratado de la montaña con el relato de su aventura.

Estamos ante un libro muy técnico, escrito por un gran conocedor de la actividad alpinística y de la mejor bibliografía sobre el Everest. Uno puede haber leído las memorias de Hillary o Tenzing, los primeros hombres que coronaron la cima, puede haber leído al mismo Messner (el tercer gran mito del Everest, tras Mallory y Hillary), puede haber leído libros de éxito, como Mal de Altura, de Krakauer, y estar muy lejos de una idea de la grandiosidad de la pirámide en que termina el mundo. Gracias a las insistentes descripciones de Merino, a los mapas que aporta, al relato de las expediciones más famosas en la zona, somos por fin capaces de dominar el Everest y proyectarlo en nuestra imaginación como un holograma.

El gran misterio del Everest, si Mallory e Irvine pudieron conquistar la cima antes de morir en 1924, inspira gran parte del relato de Merino. No profundiza en exceso en la personalidad de Mallory, cuya fascinante vida podemos catar en el libro que escribieron Rafael Conde y David Torres, pero se entrega a fondo en la investigación sobre la posible culminación de su gesta. Es apasionante la historia de las primeras escaladas. Concluimos con Merino que ya nada tiene sentido cuando subir hasta 8.850 metros se convierte en un juego suicida sobre las cuerdas fijas en la nieve, cuando la ética cae tan bajo como para abandonar a otros a la muerte por alcanzar una meta personal. Cerramos el libro con la sensación de que el titán más hermoso de la creación está surcado por una telaraña de cuerdas, como un Gulliver reducido por liliputienses no tan inocuos.