Image: Guerra virtual: más allá de Kosovo

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Ensayo

Guerra virtual: más allá de Kosovo

Michael Ignatieff

18 septiembre, 2003 02:00

Michael Ignatieff. Foto: Archivo

Traducción de francisco beltrán. Paidós. barcelona, 2003. 196 páginas, 13’50 euros

Nada escrito por el internacionalista liberal Michael Ignatieff carece de interés. Acierte o se equivoque, su rica biografía, su sólida formación académica y su gran experiencia periodística lo convierten en uno de los observadores más lúcidos de las guerras de la posguerra.

Su último libro publicado en España, Guerra virtual, más allá de Kosovo, no es, ni mucho menos, su mejor trabajo y llega demasiado tarde, pues terminó de escribirlo en diciembre del 99 y su primera edición en inglés salió en el 2000. A pesar de todo, merece la pena. Contiene una breve introducción, varios reportajes y un debate con el filósofo Robert Skidelsky sobre los antecedentes inmediatos de la guerra de Kosovo, los 79 días de bombardeos por la OTAN y sus consecuencias inmediatas. Lo mejor, con diferencia, de la obra es, sin embargo, el último capítulo: una reflexión sobre el paradigma de la guerra cuando "una de las partes (por su absoluta superioridad militar) comienza a matar con impunidad".

El problema con la guerra virtual, advierte, es que se convierte en un deporte de masas y los medios de comunicación pasan a ser el teatro de operaciones, los valores defendidos son pura retórica, y los aliados, las victorias y las derrotas también son virtuales. Y lo más grave: si uno de los bandos en un futuro conflicto queda a resguardo de la realidad de la guerra (bajas cero), no habrá ya nada que lo detenga.

Las 47 últimas páginas sobre la contradicción moral de lo que el profesor Paul Khan, de Yale, denomina "guerra libre de riesgo en defensa de los derechos humanos" y la bibliografía complementaria -vademécum sobre el derecho de intervención, las leyes de la guerra, la guerra sin bajas, la revolución en los asuntos militares y las guerras del futuro- salvan lo que, de otro modo, se hubiera quedado en una recopilación de cinco artículos largos, con datos a veces ya obsoletos, escritos entre diciembre del 98 y julio del 99.

Su defensa apasionada de los bombardeos del 99 como única forma de detener la limpieza étnica de los albanokosovares es más que discutible y choca con su oposición radical, a comienzos de los noventa, a una intervención militar contra los serbios, oposición comprensible si tenemos en cuenta que compartió escuela y clase en Belgrado de niño con Djilas, cuando su padre, emigrante ruso en Canadá, estuvo destinado como diplomático en Yugoslavia a comienzos de los cincuenta.

Nacido en Toronto en 1947, Ignatieff se doctoró en Harvard en historia, habla perfectamente, entre otros idiomas, serbocroata, ruso, inglés y francés, y ha simultaneado desde los 70 la docencia en Cambridge, Oxford, la Universidad de Londres, la London School of Economics y Harvard con colaboraciones fijas en la BBC, el New York Times Magazine (véanse sus reportajes sobre Afganistán del 5 de enero y sobre Irak del 7 de septiembre de este año) y el New York Review of Books. El mejor Ignatieff posiblemente esté en la biografía de Isaiah Berlin, obra a la que dedicó diez años, y en documentales de televisión como Future War, emitida por la BBC en tres capítulos de una hora cada uno, magnífico trabajo audiovisual sobre el futuro de la guerra que le permitió hablar con los diseñadores de las estrategias, armas e ideas militares que hemos empezado a entrever tras los atentados del 11 de septiembre. Guerra virtual es la tercera parte de una trilogía iniciada en 1993 con Blood and Belonging, un análisis brillante del rebrote nacionalista tras la caída del muro de Berlín, y continuado en El honor del guerrero en 1998, en mi opinión la mejor de las tres. A comienzos de este año publicó la cuarta parte de la serie, Empire Lite, todavía sin traducir al castellano. En ella defiende la necesidad de un nuevo imperialismo, benefactor o humanitario, para reconstruir estados fallidos o parias como Kosovo, Irak o Afganistán.

El caos de la posguerra en Irak tal vez le haga cambiar de opinión o, al menos, desconfiar mucho más de las soluciones militares. Lo más peligroso de Ignatieff es que, en defensa del derecho humanitario, acaba bendiciendo el belicismo unilateral de los neoconservadores y olvidando que el fin, por bueno que sea, nunca puede justificar los medios.