Gatos sin fronteras
Antonio Burgos
8 enero, 2004 01:00Si el lector tiene un gato recogido de la calle, sin pedigrí, como es Remo, simpatizará con el retrato del felino. De hecho este libro nace de la convicción del autor de que todos los adoptadores de gatos callejeros están encantados de su suerte, felices de haber descubierto que un gato no se posee ni se domestica. Un gato es un dios camuflado de estos tiempos impíos. Es la quintaesencia del instinto fino y la elegancia a cuatro patas.
El gato para Burgos se convierte en religión, en lente por la que mirar el mundo. Los gatos de raza o de campo no merecen tanta admiración como los de piso. A Nueva York le faltan gatos. Lees y te sientes desgraciado de no tener un gato en la butaca de al lado, descuartizándola. Casi te convence Burgos de que puedes quererlos, hasta que te enteras de que acaban comiéndosete el caviar o el mousse de salmón. Entonces te das cuenta de que el gato perfecto es de ficción, como Garfield, o de peluche, como el de la madre de Burgos.
Lo mejor de Gatos Sin Fronteras es que está escrito con ese sentimentalismo desaforado y cómico, y que es un ejercicio entrañable de romanidad. Gatos que merecen "hacer sus cosas" en la arena del Coliseo. Como al gato, a Antonio Burgos deberían dedicarle un monumento en Roma.