Image: Los viajes en el tiempo

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Ensayo

Los viajes en el tiempo

J. Richard Gott

29 enero, 2004 01:00

Cartel de La máquina del tiempo de H. G. Wells

Trad. L.E. de Juan. Tusquets. Barcelona, 2003. 307 páginas, 19’23 euros

Original modo de introducir al lector en los misterios de la física teórica éste de analizar con toda seriedad unas ocho novelas o películas producidas entre 1895 y 2000, que tienen en el título del libro la base de su argmento: desde, como era de esperar, La máquina del tiempo, de H. G. Wells, -"¡Ahí empezó todo!", se dice aquí-, hasta la serie Star Trek.

Todo un programa de ciencia-ficción que acaso sirva como estímulo para pulsar ideas conducentes a una investigación real. Porque no se trata de patentar una máquina del tiempo sino de estudiar si sería posible su construcción según las leyes de la física. En el universo de Newton tal viaje a través del tiempo era inconcebible pero no en el de Einstein, que demostró la posibilidad de viajar al futuro, y ahora los físicos investigan la de hacerlo al pasado.

Una vez captada la atención del lector podrá sumergirse en sus páginas, dispuesto a comprender algunas teorías que no dejan de chocar con la intuición más general. Como esos viajes al futuro basados en que la relatividad prueba que envejece más lentamente quien se desplaza a gran velocidad respecto de nosotros y con efectos más espectaculares si esa velocidad se aproxima a la de la luz. Las nuestras son mucho más modestas, por lo que el astronauta hasta ahora más rápido sólo ha viajado al futuro unos 0’02 segundos, los que habrá de descontar de su edad: "No es mucho, pero es un paso. Un viaje de miles de años comienza siempre con una fracción de segundo". Distinto es el viaje al pasado. El pasado podemos verlo, porque, siendo finita la velocidad de la luz, una estrella que contemplemos hoy la vemos no como hoy es sino como era hace unos años. Pero si lo que queremos es visitar ese pasado necesitaríamos, por la teoría especial de la relatividad, superar la velocidad de la luz, un imposible que nos impide ir hacia atrás en el tiempo. Cabe, sin embargo, según la relatividad general, que el espacio-tiempo se curve bajo ciertas condiciones y se formen atajos, los llamados "agujeros de gusano", por los que llegar a nuestro destino antes que un rayo de luz que recorriese el espacio curvado, situándonos así en el pasado.

Por supuesto, este viaje al pasado parece muy difícil. Para comprobar si las leyes físicas lo admiten sería imprescindible explorar situaciones extremas: el interior de un agujero negro o los orígenes del universo, cuando era extrema la curvatura espacio-temporal, podría ser el lugar natural para una máquina del tiempo. De ese modo tendríamos además la clave no sólo de cómo funciona el universo sino de cómo comenzó. La dificultad estriba en que, a medida que nos movemos en el tiempo en sentido inverso rumbo a esa singularidad inicial, alcanzamos estados de densidad tan grande que los efectos cuánticos hacen inaplicables las leyes de la relatividad general. Así, sin disponer de una teoría que permita remontarse con continuidad hasta ese momento de densidad infinita, no podemos decir cómo se formó nuestro universo.

Pero el autor no renuncia a buscar una explicación y a proponer, después de haber discutido otros, su propio modelo: el de un universo inflaccionario del que brotarían nuevos universos como las ramas que nacen del tronco de un árbol. Retro-
cediendo desde una de ellas -el universo nuestro-, llegaríamos a la que consittuye el tronco, la cual se curva sobre sí misma formando un bucle cerrado que seguiríamos recorriendo indefinidamente. Todo suceso tienen así otros que le preceden pero no habría un suceso inicial. El universo poseería un origen finito: él es su propia causa. El viaje en el tiempo le parece a Gott la manera ideal de resolver el problema de la causa primera, problema que aborda como labor propia de un físico, sin extraer conclusiones de tipo teológico. Incluso, como creyente, no niega que un tal universo sea un concepto problemático pero piensa que lo sería en cualquier caso.

Tal vez a los no iniciados puedan parecernos estas conjeturas algo así como física-ficción, y no resulta gratuito que se haya acudido a grabados de Escher para ilustrar algunos pasajes, pero no hay que olvidar que muchas hipótesis tenidas por raras y sorprendentes se han consolidado científicamente después. Y lo que sí hay que decir es que la exposición es clara y accesible en una línea divulgativa que no recurre a tecnicismos enfadosos para el lector común; un texto carente de fórmulas salvo unas pocas, muy sencillas y conocidas, pero entre las que, quizá por dificultades tipográficas, se ha deslizado un par de faltas de notación, fácilmente subsanables por otra parte: haber puesto una P redonda manuscrita en lugar del signo de la raíz cuadrada (págs. 63 y 144, por ejemplo), y el símbolo de la desigualdad por la letra griega pi (págs. 106, 116 o 215).