Image: El puente de fuego: cuaderno de travesía

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Ensayo

El puente de fuego: cuaderno de travesía

Rafael Argullol

6 mayo, 2004 02:00

Rafael Argullol. Foto: Mercedes Rodríguez

Destino. Barcelona, 2004. 150 páginas, 18 euros

Hay libros profundos que comienzan insinuando su sentido a través de señales equívocas. Tal vez se trate de un mecanismo de defensa frente a la tendencia a catalogarlo todo de inmediato bajo esquemas preconcebidos.

La escritura practicada por Rafael Argullol (Barcelona, 1949), en particular, el proyecto emprendido con El cazador de instantes y proseguido ahora con esta segunda entrega de su Cuaderno de travesía, se desarrolla en un territorio extraño a esas distinciones convencionales entre géneros literarios, rico a un tiempo en imágenes y conceptos: una transversalidad, la denomina como el propio autor, que ha ido madurando mediante brillantes incursiones en la novela (premio Nadal 1993), la poesía o el ensayo filosófico.
Así ocurre con el arranque de su último texto. Evocando la historia de una aldea de Tanzania cuyos habitantes, todos ellos artesanos, tallan figuras de madera, símbolos del "Gran árbol" que luego queman en una ceremonia ritual y devuelven a la tierra, comenta: "Creo que hay más verdad en ella que en muchos de los sistemas de pensamiento que nos han legado tantas teologías y filosofías". Erraría, sin embargo, quien tomase este comentario como expresión de un ansia irracionalista de huida a soluciones exóticas, ajenas a nuestro cansado Occidente. Argullol no pretende aferrar otra verdad bien redonda, sustitutiva de nuestro arrogante etnocentrismo, hoy día en crisis nihilista de identidad, sino sugerir que lo que de más verdad hay en esta historia es la convicción de que ninguna de las formas y nombres con que recreamos el enigma encierra todo su sentido; y que, aun así, en esos fragmentos, a veces sueños, a veces sensaciones intensas, a veces ideas, ingeniamos una coherencia que todavía no existe, que siempre es propuesta tentativa, provisional.

Buen conocedor del pensamiento romántico, el autor incorpora aquí sus enseñanzas para, en lugar de ensayar evasivas, introducir la extranjería y el nomadismo en el propio seno de nuestro horizonte habitual de pensamiento. Y su maestría radica en hacer presente esta atractiva rareza tanto en los contenidos como en el estilo mismo de su escritura. Etiquetas como las de "libro de aforismos" o "libro de máximas" se quedan cortas, sin duda, para describir una vivencia de la literatura que acierta a combinar teoría y existencia cotidiana, acción y contemplación, sin establecer unas demarcaciones que tan estériles se revelan cuando uno apunta a lo esencial.

Por eso, en muchas de las páginas de esta obra afloran reflexiones sobre ámbitos íntimos de experiencia, prolongando consideraciones sobre el sufrimiento, la enfermedad y la muerte que ya tuvieron cauce de expresión en Davalú o el dolor, sin que el tono de la escritura descienda al plano de lo edificante o de la autoayuda. Al contrario: Argullol sabe plantear en otro registro la índole colectiva que poseen tantas de sus obser- vaciones sobre las entrañas del hombre contemporáneo, accediendo a un nivel en el que todo este ejercicio adquiere una dimensión de crítica de la cultura. Libro de contrastes bien resueltos, tiende con eficacia mediaciones -puentes de fuego- entre sensación, palabra y pensamiento. "Casi nadie va ahora a la búsqueda del Grial, y los pocos que parten lo hacen sabiendo que todo era una leyenda", escribe Argullol, lúcido, pero no desesperanzado. él es uno de ellos.