Image: La crisis de los veinte años (1919-1939)

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Ensayo

La crisis de los veinte años (1919-1939)

E. H. Carr

27 mayo, 2004 02:00

Frente al idealismo de Wilson (en la imagen), Carr insiste en la realidad del poder

Prólogo de E. Barbé. Libros de la catarata. Madrid, 2004. 321 páginas, 20 euros

¿Puede presentar algún interés un libro que llega al mercado español con sesenta y cinco años de retraso? En el caso de la obra que comentamos la respuesta es rotundamente afirmativa.

Resulta por ello sorprendente que no se haya traducido antes, sobre todo teniendo en cuanta que su autor no es un desconocido para los lectores españoles. De Edward H. Carr se han traducido hace ya tiempo la mayoría de sus obras, incluida su voluminosa historia de la revolución soviética y su breve e inteligente ensayo ¿Qué es la historia?, pero faltaba este libro, que es considerado un clásico por los estudiosos de las relaciones internacionales.

Quizá el retraso se deba en parte a su título original, La crisis de los veinte años, que resultaba muy atractivo cuando se publicó en Gran Bretaña, justo al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Quien lo lea hoy con el propósito de encontrar una explicación de los orígenes de aquel conflicto se verá sin embargo frustrado. Lo que Carr ofrece en este libro es algo bastante distinto y en el fondo más interesante. Es una reflexión sobre los fundamentos de la política internacional, que resulta tan útil para comprender el período de entreguerras como este comienzo del siglo XXI. De hecho, el lector se ve continuamente estimulado a aplicar a la situación actual las observaciones que su autor hace respecto a una época que, sin embargo, difiere en muchos aspectos de la nuestra.

El subtítulo que se le ha dado a la edición española, Una introducción al estudio de las relaciones internacionales, resulta pues más apropiado a su contenido, aunque puede inducir a que el lector tema encontrarse ante un típico producto de la erudición académica, de esos que sólo la perspectiva de un examen induce a abrir. No es el caso. Carr aborda de lleno un tema fascinante y polémico, el de las relaciones entre realismo y utopía, entre ética y política, en la esfera internacional. Y lo hace un poco al modo de un diálogo platónico, no porque el autor introduzca los puntos de vista de distintos personajes, sino porque él mismo expone alternativamente los argumentos de quienes creen en la utopía y quienes se aferran al realismo. Eso hace que la lectura de alguno de los capítulos por separado pudiera hacer creer que el autor se inclina decididamente por una de las dos posiciones, cuando en verdad trata de demostrar que ambas han de ser tenidas en cuenta. Como recuerda en su prólogo Esther Barbé, Carr puede ser definido como un "realista utópico".

En buena medida el libro se centra en una crítica de la utopía liberal del siglo XIX, de la ingenua confianza en la armonía natural de los intereses, que tras la Primera Guerra Mundial pretendió aplicarse a las relaciones internacionales, de acuerdo con los elevados principios de Wilson. Frente a ello Carr insiste en las duras realidades permanentes del poder y del conflicto. Pero tampoco se limita a una mera crítica realista de la utopía wilsoniana. Pues, como observa atinadamente, una actitud coherentemente realista, que condujera a la plena aceptación del mundo tal cual es, llevaría a la inacción completa. En ausencia de un propósito común es imposible la acción colectiva y por ello la política es indisociable de la ética.

Por poner un ejemplo de la combinación de pragmatismo y sentido ético que caracterizaba a Carr, cabe recordar su afirmación de que un nuevo orden internacional sólo podría implantarse mediante la hegemonía de una sola potencia (probablemente los Estados Unidos, según él ya sospechaba en 1939), pero que esa hegemonía sólo sería aceptada si resultaba "tolerante y no opresiva", o al menos "preferible a cualquier alternativa factible". En ello estamos, sesenta y cinco años después.