Image: Mi viaje por África

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Ensayo

Mi viaje por África

Winston Churchill

23 septiembre, 2004 02:00

El joven Churchill, en 1900

Ediciones del Viento. La Coruña, 2004. 160 páginas, 18 euros

Acostumbrados a pensar en Churchill desde su icono de gordinflón con chaleco y puro, en el Churchill que encabezó el gabinete británico durante la II Guerra Mundial, en esa especie de hobbit que degustó la miel del Nobel de Literatura en 1953 hasta su muerte en 1965, olvidamos o desconocemos, a menos que hayamos leído sus prolijas memorias, al joven Winston Spencer Churchill.

El joven Churchill, el que escribió estas crónicas de un viaje al Africa Oriental, fue guapo y apuesto y, como era inevitable en un aristócrata nacido en 1874, imperialista y victoriano. Al menos cuando publicó estas crónicas reunidas en libro en 1908, demostraba ese espíritu patriota y esa visión del mundo que iba calentando los cañones de la inminente guerra mundial y que hoy contemplamos con estupefacción. Entendemos que el Imperio Británico lo construyeron con su propia sangre cientos de miles de hombres con sentido de la patria y del deber, pero nos revuelve las tripas la comparación entre el áfrica (o la Europa) de hace cien años y la de ahora.

Churchill confía en fortalecer "el interés de los británicos por los estados que hemos adquirido recientemente en el cuarto nordeste de áfrica". Un libro escrito a menudo en "las tórridas tardes de Uganda" ha de traspasar a muchas de sus páginas cierto sopor. Edward Marsh, su gran amigo, definió a Churchill como "la persona más brillante", pero también "un tanto truculento y arrogante". Con más rabia que nostalgia se dejan leer hoy las cacerías de rinocerontes, cuya gloria pone en duda el mismo Churchill, y sobre todo ciertas reflexiones que levantarán ampollas. Sobre las explotaciones madereras, se anima a criticar el sistema manual de deforestación para obtener combustible y propone la instalación "de una planta capaz de talar en cuatro o cinco minutos tres árboles de unos seis pies de diámetro". Estas crónicas tienen indudable interés histórico, pero los editores deberían sopesar los traumas que puede provocar su lectura hoy, cuando la caza del zorro agoniza y ningún Subsecretario de Estado va a lancear jabalíes a Uganda.