Ensayo

Fundamentalismos y diálogo entre religiones

J. J. Tamayo

13 enero, 2005 01:00

Trotta. 309 págs, 17 e. Juan Antonio Estrada: Por una ética sin teología. Trotta. 235 págs, 15 e.

Estas dos obras ven un mismo problema desde un punto de partida parejo pero con resultados diferentes. Las dos se refieren al problema de la convivencia; un problema creado por el relativismo, que ha arrumbado el recurso a la ley natural en Occidente, y por las migraciones, que ha terminado por abocar el relativismo occidental al multiculturalismo.

En ambos casos, lo religioso es principal; primero porque el relativismo occidental no termina de resolver el problema de unos valores (la libertad, la justicia) que quiere todo el mundo y que nos han llegado de la mano del cristianismo y, segundo, porque el multiculturalismo es, sobre todo, multirreligioso. Y hay que convivir: los desacuerdos abarcan desde el derecho a la guerra (Iraq) hasta lo que se puede hacer con un embrión humano, que es otro, en el sentido fuerte de este término.

Los dos autores se aproximan con un talante constructivo: con el deseo de buscar de qué manera nos podemos entender todos. Ambos dialogan con unas u otras alternativas: Estrada, con Habermas sobre todo y además con Walter Benjamin, Adorno, Horkheimer y diversos teólogos protestantes y católicos; Tamayo, con todo el mundo, incluido el budista o el islámico, salvo con los fundamentalistas cristianos. Estrada no excluye a nadie. Se limita a decir -a mi entender, con todo acierto- que, en los periodos de acoso, los dirigentes religiosos pueden caer en la tentación de endurecer sus posiciones, en definitiva dejar que venza el temor a a la libertad. Tamayo dice lo mismo pero no se conforma con ello y hace un catálogo de fundamentalismos en el que mete hasta a los neocatecumenales, que lo único que hacen -que yo sepa- es cantar. Eso sí, cantan porque así se sienten más unidos a Dios.
El libro de Estrada es un libro lúcido. Lo que le llama la atención es que, al final de sus vidas, esa serie de filósofos, incluido Habermas, haya acabado por reconocer que las religiones son útiles e incluso necesarias para que la gente conviva, aunque las razones vayan desde la importancia de no olvidar a los muertos que sufrieron en vida (Benjamin) a la espera de que llegará un día en que la filosofía y la ciencia hagan innecesaria la labor caritativa de las religiones (Habermas).

A este razonamiento, Estrada opone implacablemente una advertencia: por lo menos el cristianismo, no es una propuesta ética que sirva para domesticar a la gente, sino la aceptación de una realidad llamada Dios del que se cuenta que fue, además, crucificado. Y es esta conciencia que podemos llamar histórica, radicalmente realista, concreta, ajena a cualquier metáfora, la que se convierte en una interpelación ética para quien cree en ella. Esto no quiere decir que los creyentes no puedan convivir, sino que no se trata sólo de convivir. El fin del cristianismo, dice, no es la justicia, aunque suponga la justicia. El paso que hay que dar ahora -y que Estrada no llega a dar- es el de arbitrar la fórmula para que la "comunicación intersubjetiva" de Habermas se haga posible y eficaz. Yo creí verla un día en la epistemología relacional de Pierpaolo Donati y sigo sin hallar nada mejor.