Ensayo

Complejos históricos de los españoles

Juan Sánchez Galera

3 marzo, 2005 01:00

Libroslibres. Madrid, 2004. 185 páginas, 13’95 euros

Como en otros tiempos, los españoles vuelven a preguntarse sobre sí mismos. Detrás de la preocupación ya no aparece la obsesión por la decadencia imperial ni por el Desastre, en definitiva por las carencias de la modernización, ahora el primer plano lo ocupan los nacionalismos periféricos que cuestionan la realidad nacional española, justo cuando las cotas de bienestar están prácticamente equiparadas a la media europea. En el fondo, quizá sea eso, ser Europa, la meta final de la agenda del 98, ha dejado sin objetivo a una España que ya es moderna.

Pese a que aparecen algunas inexactitudes y anacronismos, es un libro repleto de erudición, bien intencionado y con un planteamiento encomiable. Sánchez Galera, un empresario distinguido por su iniciativa y empuje, revisa las causas por las que la imagen de nuestro país en el mundo y ante los propios españoles es tan negativa. De la observación cotidiana y de sus viajes concluye que los españoles son presa de complejos que los mantienen encogidos en contraste con una nación que se manifiesta pujante y vital. Para intentar poner fin a ese injusto lastre, aporta su granito de arena desmintiendo el mito de la Leyenda negra, que tanto pesa en esa percepción, a partir de las tres grandes materias que la conforman, la Inquisición, la expulsión de los judíos y la conquista de América, para culminar desvelando las causas de la gestación de dicha leyenda. El enfoque es correcto, apela al método de que las cuestiones deben ser examinadas en su contexto histórico y bajo el prisma comparativo. A ello añade el justificable empeño de someter a crítica las falsificaciones y deformaciones históricas elaboradas y difundidas por quienes en su momento generaron dicha propaganda negativa. Acepta, lógicamente, que hubo errores, y grandes, pero no de mayor calado que los de otros países. Este sentido de la compensación ante tanto abuso interpretativo, en ocasiones le conduce a ofrecer una visión rosada del pasado.

Finalmente, se ocupa de la acometida de los nacionalismos, sobre la que expone su propia formulación: "los políticos españolistas no son capaces de aportar argumentos más sugestivos para mantener la unidad" que los que invocan "los políticos nacionalistas para fomentar la división". La respuesta es nebulosa y voluntarista, pero puede que emocionalmente eficaz: el gran argumento de la unidad está en "la calidad humana de las relaciones y la riqueza cultural de la convivencia".