Image: Memoria e identidad Conversaciones al filo de dos milenios

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Ensayo

Memoria e identidad Conversaciones al filo de dos milenios

Juan Pablo II

3 marzo, 2005 01:00

Juan Pablo II. Foto: Archivo

Trad. Bogdan Piotrowsky. La Esfera de los Libros. Madrid, 2005. 234 págs, 18 euros

No tomaré este libro como el libro de un papa, sino como el libro de un estadista, llamado en este caso Karol Wojtyla; un estadista palmariamente importante por la influencia que ha ejercido en los últimos veinticinco años y sigue ejerciendo sobre los procesos de paz y sobre la terminación de las dictaduras.

En este libro, no habla -entiendo- como obispo de Roma, sino como hombre con visión de la realidad mundial y, sobre todo, europea; una visión en la que, ciertamente, se integra la revelación (que es religiosa), la teología (que igualmente lo es), pero también la filosofía social y política y la pura historia, y eso lo hace -felizmente- discutible, también para los católicos. Ya sé que las distinciones no siempre son tan fáciles y que lo uno se entrevera con lo otro. "Una fe que no se hace cultura -dijo él mismo a universitarios españoles en 1982- es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida". Pero hacer justamente eso -unir cultura y fe- es tarea de todos los hombres y de todas las mujeres.

La frase que acabo de transcribir implica una pregunta que es una de las claves de este libro: qué entiende Karol Wojtyla por cultura. La cultura -viene a responder- es la forma de vida que se ajusta al "espíritu" (con esta palabra, entrecomillada) de cada nación; concepto este último, el de nación, que describe con caracteres de cuasipersona, o sea de agente activo, personal, voluntarista de la historia. La influencia del romanticismo histórico es palmaria. Y la historia demuestra que ha habido resultados buenos y malos. En Polonia, esa idea cuasipersonal de la nación les ha servido para resistir la destrucción a que han estado abocados desde el siglo XVIII hasta 1989, por la presión de Alemania y Rusia; en España, no; en España, ese concepto cuasipersonal y voluntarista de nación nos amena- za con la quiebra. Ahora bien, lo crucial no es que nos interese o no el concepto, sino si es acertado. La clave está, a mi juicio, en considerar si toda nación propende a constituirse en comunidad política o si propende a convertirse en estado (que es lo que dice Wojtyla). Y a eso cabe decir que el estado es una forma histórica, nacida en el siglo XV, entre las muchas formas de comunidad política que puede haber y hay. Y se caracteriza -entre otras cosas- por la soberanía. Que no corresponde, en cambio, a toda comunidad política. Una comunidad autónoma o un ayuntamiento son comunidades políticas y carecen de soberanía. Si toda nación propendiera a ser estado, no podría haber estados plurinacionales. Y la Monarquía hispánica -por ejemplo- lo ha sido, de hecho y de derecho, desde 1492 hasta 1898 (o, si se prefiere, hasta 1824). El propio Karol Wojtyla explica en el libro que la soberanía de las naciones es "cultural" (o sea que su cultura ha de ser respetada de manera que puedan organizarse y vivir conforme a ella). No dice que la soberanía cultural conlleve la soberanía política. Pero eso se compadece mal con la identificación entre comunidad política y estado.

A algunos españoles les extrañará que Karol Wojtyla dé por supuesto dos o tres veces que el dominio de España sobre América (que tiene que ver con todo eso) era "feudal". Quizás, en polaco, "feudal" no tiene el matiz crítico que tiene en castellano. Karol Wojtyla ha dado sobradas muestras de su afecto y también de su admiración por la historia de España. Pero lo cierto es que lo dice y que, jurídicamente, aquello nada tuvo de feudalismo. Habla de ello no sólo para referirse a los procesos de construcción de la identidad nacional en los estados americanos del siglo XIX, sino para afirmar que, con persecución religiosa y todo, la Ilustración -que fue anti "feudal"- supuso un respeto mayor a los derechos humanos y que la democracia es -situaciones excepcionales aparte- el modo de gobierno más adecuado a la naturaleza humana. Sólo que los ilustrados de Occidente abandonaron el cristianismo y los ilustrados polacos no. No es que Wojtyla no comprenda a Occidente porque ha sufrido el comunismo y nosotros no, como a veces se oye. Lo que insinúa y más que insinúa es que a lo mejor nosotros no hubiéramos sido capaces de soportar el comunismo. Y eso hubiera sucedido porque nosotros hemos separado el cristianismo de la libertad y ellos -los polacos- no. Claro que, en ese caso, hay que explicar qué ocurre con el catolicismo en Iberoamérica, donde la Ilustración también fue católica y, sin embargo, la situación es la que es. Tengo para mí que una de las claves estriba precisamente en que, para justificar los nuevos estados latinoamericanos en la primera mitad del siglo XIX, en América hubo que construir otras tantas identidades nacionales, y eso puede llevar a subordinar la verdad histórica a la conveniencia política. Wojtyla se refiere a esa construcción de la identidad en cada estado de Iberoamérica como algo natural. No lo fue, sino el proceso inverso: allí la nación no dio lugar al estado, sino que el estado tuvo que construir no ya la nación (que sólo se construye por parentesco familiar, carnal, y por mímesis cultural), sino el sentimiento de nación.

Al final del volumen hay una entrevista en la que, entre otras cosas muy interesantes, se dice que, cuando habló con el papa, Alí Agca sólo estaba preocupado de entender cómo había podido fallar el que iba a ser un crimen perfecto. Y, sorprendentemente, lo relacionaba con Fátima. Insistió en preguntar a Wojtyla cuál era el secreto de Fátima.