Image: Goya

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Ensayo

Goya

Robert Hughes

10 marzo, 2005 01:00

Robert Hughes. Foto: Domenec Umbert

Trad. V. Malet y C. Hodgkinson. Galaxia Gutenberg, 2005. 478 páginas, 34’90 e.

En mayo de 1999, Robert Hughes, el crítico de arte de la revista "Time" (para algunos el crítico más famoso del mundo), sufrió un accidente en una carretera del desierto de Australia occidental. Los bomberos sacaron su cuerpo destrozado del amasijo de hierros en que se había convertido su coche. Hughes pasó cinco semanas en coma, durante las cuales tuvo pesadillas donde le atormentaba un joven y chulesco Francisco de Goya acompañado por innumerables figuras grotescas, demonios y locos.

Antes de su accidente, Hughes había acariciado durante mucho tiempo la idea de un libro sobre Goya, sin ser capaz de escribirlo. Pero al despertar de su largo sueño traumático, descubrió que la visita del fantasma le había abierto la puerta hasta entonces cerrada: le había dado la clave para descifrar la vida y la obra del pintor español.

Este libro es el producto de aquella revelación. Es el relato de una Nekía, de un descenso al país de los muertos, como el de Orfeo o el de Ulises en el undécimo canto de la Odisea. Investido con los poderes sobrenaturales del resucitado, Hughes se pone a hablar de Goya un poco como si él hubiera sido Goya en una vida anterior. La narración de su accidente, en efecto, no es más que el trasunto de la famosa enfermedad casi mortal que Goya padeció en 1792, que le dejó sordo de por vida y sometido a trastornos depresivos crónicos. Y las páginas de agradecimientos donde, en vez de men- cionar a sesudos estudiosos, Hughes recuerda a los cirujanos que le salvaron la vida, emulan aquel famoso autorretrato y exvoto de Goya en homenaje al doctor Arrieta.

El libro no es, desde luego, una monografía académica; carece de notas a pie de página y de bibliografía y no aporta (ni lo pretende) ningún hecho nuevo a lo que sabemos sobre Goya. Es más bien una recreación y un alegato apasionado donde las personalidades del biógrafo y el biografiado parecen confundirse a veces. Pese a los evidentes riesgos del intento, el autor consigue embarcarnos en un viaje hacia la España de la época de Goya y transmitirnos sobre todo la urgencia moral de la obra del pintor. El estilo de Hughes es periodístico: vívido y provocativo, a veces un poco irreverente. Por ejemplo, en los anacronismos calculados de que se sirve para dar un aire contemporáneo a su historia. Como cuando compara a la Duquesa de Alba con Cher o a un viejo de los Caprichos con un personaje de Los Simpsons, o cuando asimila la vida sexual de la reina María Luisa a la de esa "santa del sentimiento kitsch", Lady Di.

Pero el secreto de la actualidad de Goya, para Hughes, no reside en estas pintorescas analogías, sino en su modo de abordar la violencia, la violencia ubicua (en la calle, en los tribunales de la Inquisición, en las prisiones y asilos del rey, y sobre todo en la guerra). La mirada de Goya no tiene nada que envidiar a los modernos (Manet, Picasso, Buñuel, Bacon), ni siquiera a los fotógrafos de guerra que son quizá sus más genuinos descendientes. Los desastres de la guerra (a los que Hughes dedica un largo capítulo) son el primer manual del reportero en el frente, con esos dos títulos que marcan la paradoja del testigo ocular: el "Yo lo ví" y el "No se puede mirar". Goya es el primer pintor que se niega a embellecer la guerra, a verla como hazaña heroica, y nos la muestra como pura atrocidad, como puro horror.

Las paradojas de Goya fascinan a Hughes. Es el mayor de los realistas y el más desenfrenado artista fantástico. Ilustrado convencido pero fascinado al mismo tiempo por las tradiciones populares (los carnavales, las corridas de toros, las supersticiones). Pintor de originalidad feroz y retratista de la familia real. Por cierto, que Robert Hughes se esfuerza por disipar la leyenda según la cual sus retratos regios habrían sido satíricos o subversivos. Como desmiente también otras leyendas; por ejemplo, la que hacía de la duquesa de Alba la amante del pintor y modelo de las dos Majas. Pero esta desmitificación periférica no afecta al mito central de Francisco de Goya, que el autor quiere preservar: el de un artista de inagotable vitalidad, atormentado, visionario, profético y (es una palabra que Robert Hughes no teme utilizar) genial.