Josep Pla. Foto: Archivo

Josep Pla. Foto: Archivo

Ensayo

Josep Pla, persona y personaje

7 abril, 2005 02:00

Josep PlaArcadi EspadaOmega. 263 páginas. 25 € Conversaciones con Pla y DalíLuis Racionero

Áltera. 164 páginas. 13 €

Parece fuera de discusión que el hilo conductor de la literatura de Josep Pla (1897-1981) es su propia vida, y que las treinta mil páginas que ocupa la edición catalana de su Obra Completa no son sino el apabullante recorrido de un inmenso dietario.

Lo asombroso es que, pese a la existencia de este casi inabarcable testimonio de primera mano, la vida del ampurdanés siga siendo un misterio. Parece claro que el admirador de la prosa de Pla, de su inconfundible tono y capacidad de sugerencia, puede prescindir de ulteriores aclaraciones. Aun así, las peculiaridades del personaje autobiográfico que Pla construyó justifican esa necesidad de pronunciarse sobre el mismo que parece asaltar a tantos estudiosos.

A esta necesidad responde el libro de Arcadi Espada, apropiadamente subtitulado “Notas para una biografía de Josep Pla”. Partiendo de la glosa de unos diarios poco conocidos del ampurdanés, afronta Espada los aspectos cruciales de su trayectoria literaria y vital: su modo de abordar la intimidad, o de soslayarla; su acomodación al mundo literario y periodístico del franquismo; la originalidad y valía de su obra; el significado de su voluntaria retirada al Ampurdán tras la guerra civil... Hay incluso una vaga trama narrativa, la constituida por la añoranza que el anciano Pla muestra hacia una misteriosa mujer con la que vivió algún tiempo tras la guerra, y con la que mantiene ahora una voluntariosa relación epistolar.

El ensayo de Espada es impecable; su amenidad y su agudeza se imponen a cualquier reparo que podamos plantear y aporta pistas relevantes para una adecuada comprensión del personaje

Tiene el lector la sospecha de que Espada fuerza un poco la situación de partida, echa sobre las espaldas del hombre viejo una excesiva ansiedad erótica y estira demasiado los hechos para que acojan con naturalidad las necesarias digresiones explicativas e interpretativas. Con todo, literariamente, el ensayo de Espada es impecable; su amenidad y su agudeza se imponen a cualquier reparo que podamos plantear; y el retrato resultante es bastante convincente y aporta pistas relevantes para una adecuada comprensión del personaje. La frialdad del estilo, en este caso, resulta engañosa: Espada escribe con pasión, polemiza abiertamente con otros biógrafos de Pla y despliega su ironía hacia las cautelas y prevenciones que el catalanismo político y literario ha desplegado para digerir la figura del mayor escritor en lengua catalana del siglo XX.

También es de agradecer que el ensayo de Espada evite la tentación de confundir al personaje con su caricatura, ya sea la propia o la trazada por otros. No se regodea en la socarronería, la avaricia o el presunto cinismo planianos, ni se obliga a tomar prudente distancia del controvertido pensamiento político del escritor. Un ejemplo: para Pla, dice Espada, la República española fue “un régimen meramente verbal”. Y pesa más este juicio, tan sumariamente sacado a colación, que los mil atenuantes sentimentales o políticos que el biógrafo pudiera añadir (Espada se abstiene) para salvar su propia opinión al respecto.

Más convencional resulta la imagen del ampurdanés que ofrecen las Conversaciones con Pla y Dalí de Luis Racionero. El anciano que comparece en este libro consigue plenamente estar a la altura de su personaje: displicente a ratos, reticente, divertidamente incongruente, no pocas veces logra desconcertar a su interlocutor y obligarlo a replegarse a las posiciones seguras de su admiración previa e incondicional. No hay conversaciones propiamente dichas, sino mera anotación de ocurrencias planianas. Y acaso el mayor chiste de Pla sea sugerir a su interlocutor que frecuente también a su posible contrafigura, el otro ampurdanés ilustre: Salvador Dalí.

Las visitas de Racionero a éste último le deparan una interpretación plausible de ambos. Uno y otro representan, dice, las dos caras del carácter ampurdanés: la racionalista y práctica, por un lado, y la que deriva de la socarronería al absurdo, por otro. Ambos experimentaron la necesidad de complementar cosmopolitismo y apego al terruño. Y ambos ofrecen, en sus últimos años, cumplidos ejemplos de soledad irreductible, más o menos disimulada por la escenografía preferida de cada cual: la masía campesina, el circo surrealista. Quizá Pla, sugiere Racionero, logró morir dentro de las razonables pautas que escogió para su vida. Un buen punto final, diríamos, para las muchas desazones de hombre viejo que planteaba el otro libro aquí reseñado.