Pasionaria. La mujer y el mito
Juan Avilés
7 abril, 2005 02:00Pasionaria a comienzos de los 30 y en la guerra civil
Dolores Ibárruri nació en 1895 en Gallarta, pueblo de la cuenca minera de Somorrostro (Vizcaya). La España de su juventud era un país en el que los trabajadores malvivían entre el tajo y la taberna, es decir, explotados y envilecidos. Cualquier conato de rebelión se solventaba con el despido, y si era una revuelta colectiva, con la Guardia Civil y el ejército.Los choques entre huelguistas y fuerzas armadas no eran blandos: dejaban múltiples heridos, con frecuencia algunos muertos, amén de varias decenas de encarcelados. En el ámbito familiar eso significaba paro sin recurso alguno, viudas, huérfanos, más miseria en definitiva.
Hija de un minero de filiación carlista, la joven Dolores -octava de once hermanos; cuatro fallecieron en edad infantil, proporción usual en la época- pudo ir a la escuela hasta los quince años, se formó con abundantes lecturas y dio tempranas muestras de un carácter indómito. No resultaba pues extraño, con tales antecedentes, que su adscripción al credo liberador socialista cayera como fruta madura. Socialista era el minero con el que se casó a los veinte años -su marido legal, aunque no de hecho, el resto de su vida, Julián Ruiz- y marxista fue su formación en los años siguientes. La praxis, en todo caso, siempre fue para ella más formativa que la mera teoría: aprendió de la huelga general de 1917 y, sobre todo, de un acontecimiento aparentemente remoto que iluminó para siempre su camino, la toma del poder de los bolcheviques en la lejana Rusia. La revolución soñada no sólo era posible. ¡Era ya una realidad!
Vizcaya fue uno de los focos de la escisión radical que se produjo en el socialismo español, la que dio lugar al minoritario pero muy activo Partido Comunista. El partido -así, en singular- sería el refugio de los jóvenes, los impacientes y los "puros", en una atmósfera de radicalismo que no descartaba el recurso violento: en aquel ambiente se formó quien empezaba a firmar como "Pasionaria" y que, como madre, veía que cuatro de sus seis hijos no llegaban a la edad adulta. Desde comienzos de los años treinta, miembro ya del Comité Central, Dolores se destaca, con el doble simbolismo de comunista y mujer, en la lucha contra la "explotación capitalista" y la "injusticia burguesa", siempre con el horizonte de la "emancipación de la humanidad" en una sociedad sin desigualdades.
Como explícitamente señala en esta biografía concisa y ejemplar Juan Avilés, la guerra civil dio a Dolores la oportunidad de encarnar no ya sólo la aspiración de una clase sino el sufrimiento de todo un pueblo, el pueblo español que resistía heroico a la barbarie fascista. Su figura doliente, siempre vestida de negro, y su emotividad acompañaban una facilidad extraordinaria para acuñar frases rotundas, desde el "¡No pasarán!" a preferir "morir de pie que vivir de rodillas" o "ser viudas de héroes antes que mujeres de cobardes". Pasionaria parecía situarse para muchos en un pedestal, lejos de las críticas y mezquindades de la baja política pero, como bien señala Avilés, era dirigente de un partido responsable no sólo de contradicciones o errores clamorosos, sino de un sectarismo que desembocaba en actitudes dictatoriales, y hasta en responsabilidades criminales, sobre todo como resultado del estricto seguimiento de las directrices estalinistas.
En realidad, el título del capítulo 8, "A la sombra de Stalin", podía extenderse cual larga mancha a toda la trayectoria de Pasionaria, que pasó la mayor parte de sus casi cuarenta años de exilio en Moscú, primero bajo la protección del dictador geor-giano y después de la nomenklatura soviética. Pese al giro de Jruschev, Dolores -que nunca fue una ideóloga- no cuestionó el papel de la URSS como cabeza de la revolución mundial, faro de proletarios y oprimidos del mundo. Aunque Juan Avilés evita en todo momento cargar las tintas, menciona las grandes contradicciones del mito de Pasionaria que pueden resumirse, más allá de los zigzagueos estratégicos y tácticos de los comunistas, en que ese emblema de lucha contra la tiranía encuentre su sustento material y espiritual bajo una de las más férreas dictaduras del siglo XX y bajo uno de los sátrapas más despóticos y despiadados.